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Joe Biden visita Europa y es recibido como la nueva estrella de la geopolítica mundial. Biden y Estados Unidos reaparecen en el G-7 y en el continente menospreciado por Trump. La pasada semana se celebró la cumbre de las siete mayores economías occidentales en ... la ciudad costera de Carbis Bay (Cornualles) y los líderes de la OTAN celebraron otra cumbre en Bruselas en la que valoraron las respuestas al desafío chino y ruso, la salida conjunta de Afganistán este año, la firma de un manifiesto para alcanzar la neutralidad energética en 2050 y la reforma de la propia Alianza. Por eso se debatió cuál debe ser su misión central, si retornar a la idea de la defensa territorial colectiva, reforzando sus capacidades contra el terrorismo, o atender nuevas amenazas como ciberataques y crisis climática.
Biden ha recuperado la sintonía con unos aliados europeos a los que su predecesor insultó sin cesar y ahora pretende redefinir la relación transatlántica en los tiempos que corren. Lamentablemente, las principales conclusiones de la Alianza se han limitado a destacar, como siempre, la amenaza y competencia china y la agresividad rusa, acompañadas de una declaración conjunta recalcando el papel defensivo de la Alianza y de las prioridades recogidas en el documento 'OTAN 2030'.
Pues bien, en este cónclave la geopolítica de pasillo y de cuarto nivel que practica España desde hace años se ha visto reflejada, una vez más, en la minicharla para la foto que ha obtenido nuestra diplomacia en el último momento y, ya en la propia reunión, para que la sede de la próxima cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la OTAN se celebre en Madrid en la primavera de 2022, veinticinco años después de la anterior y cuarenta de la adhesión española a la Alianza Atlántica.
La cita era una ocasión inmejorable para recordar al nuevo mandatario estadounidense que la decisión de su antecesor de reconocer la pertenencia del Sahara Occidental a Marruecos ha potenciado la siempre prepotente actitud del reino alauí respecto a un desnortado y débil reino de España, generando la ya conocida crisis de Ceuta. Asimismo, nuestros representantes deberían trabajar sin descanso para que la política de la equidistancia estadounidense variara el rumbo, aunque desde que Marruecos reconoció a Israel difícilmente lo hará.
Las últimas declaraciones del secretario de Estado, Antony Blinken, otorgando a Marruecos un papel clave en la estabilidad de Oriente Próximo reflejan el respaldo de Biden al reino alauí en el marco de la devolución de favores, configurando una red de apoyo a Israel integrada por países musulmanes. Por eso Marruecos sigue presionando a España para que reconozca su derecho sobre el Sahara y por eso la posición española está impregnada de cinismo e hipocresía cuando apoya el referéndum auspiciado por la ONU mientras firma acuerdos y estrecha lazos con el régimen autoritario marroquí. Quizás, y como primer paso, España debería reconocer su deuda histórica y moral con los saharauis, después de abandonarlos bochornosamente en 1975, algo que aún no ha hecho y que sería un buen punto de partida para contrarrestar el melodrama desafiante, torvo y coactivo articulado por Marruecos, rescatando su permanente incumplimiento de las normas y del derecho internacional.
Quizás sea el momento de actuar de manera diferente a la de los sucesivos gobiernos desde la Transición, ignorando conscientemente que España sigue siendo legalmente la potencia administradora del territorio y que debe dejar atrás una pasividad que pocos frutos ha dado frente a una dictadura travestida de monarquía parlamentaria.
Las relaciones entre España y Marruecos siempre han sido muy complejas y enmarañadas. España ha cedido en demasiadas ocasiones ante los desplantes y los caprichos de Mohamed VI a cambio de su cooperación en inmigración y terrorismo. Y esto tiene que terminarse, aunque las señales nos digan lo contrario, tal y como manifiesta la reciente y vergonzosa postura de Pablo Casado poniéndose del lado marroquí. Lo nunca visto.
Menos mal que la UE, la ONU y otras organizaciones internacionales han parado los pies al sátrapa marroquí y menos mal que ha perdido la batalla de la opinión pública. Ahora constata que su agresión a Ceuta ha causado un grave daño a su imagen en Europa, hasta el punto de poner en peligro los miles de millones de ayudas que recibe de Bruselas, y de ahí que intente hacer creer que solo tiene un problema con España. A pesar del reciente respaldo de la UE a las fronteras de Ceuta y Melilla como fronteras europeas, echamos en falta algo parecido por parte de esa OTAN que se reunirá en próximo año en Madrid y la configuración de una política exterior española dialogante y negociadora, pero también clara y rotunda.
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