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«Incluso si supiese que mañana el mundo se desmoronará hecho añicos no dejaría de plantar hoy mi manzano» (Martin Luther King).
Con la cumbre del clima de Glasgow asistimos a las habituales acrobacias negociadoras, cuyo funambulismo alcanza unos acuerdos mínimos que se anuncian entre ... sollozos de frustración. Los intereses económicos cortoplacistas lastran una vez más el mero planteamiento de una directrices que al final son simples recomendaciones. Una presunta lucha contra la desigualdad no puede preterir afrontar una emergencia climática que no atiende a nuestros cronogramas y demanda un desarrollo sostenible.
Las energías renovables han demostrado sus réditos, incluso financieros, en más de un lugar. La localidad alemana de Wildpoldsried ha conseguido cubrir autárquicamente sus necesidades energéticas y vende los excedentes que produce desde hace años. El problema es trasladar ese modelo a la escala de los grandes núcleos urbanos y al ámbito estatal, donde se interponen todo tipo de obstáculos administrativos.
Los combustibles fósiles continúan generando un volumen de negocio con una enorme influencia sobre las decisiones políticas. No en vano se acuñó hace medio siglo el término 'petrodólares'. La poderosa industria del automóvil va desplegando una gama de modelos híbridos y eléctricos cuyo elevado precio requiere subvenciones. También hay muchos puestos de trabajo en juego. Todo ello escora la balanza.
El parón mundial de la pandemia supuso un experimento que nadie había soñado. Carreteras vacías, aeropuertos cerrados y fábricas inactivas aportan datos sobre contaminación atmosférica. Esta contrastada incidencia podría haber convencido a quienes niegan el cambio climático. Lejos de ser así, ese negacionismo ha desplegado una nueva estrategia: la de reconocer que hay una emergencia climática proclamando a renglón seguido que ya no cabe hacer nada para evitarlo, para neutralizar el activismo y propiciar un malsano conformismo. Otro dato preocupante sería lo que se conoce como ecoblanqueo. Un propagandístico lavado de imagen que se apropia del color verde y simula respetar el medio ambiente para obtener una mejor cuenta de resultados. Estos caballos de Troya ecológicos logran con su propaganda comercializar productos que sólo cubren las apariencias.
Puede que las autodenominadas bancas éticas no lo fueran tanto y en ocasiones respondieran a una estrategia para captar clientes. La bandera verde también se utiliza muchas veces para una finalidad antagónica de lo que representa en cuanto símbolo. Corremos el riesgo de hacer proliferar protocolos y preceptos ecológicos que sean tan estériles como una superinflación de códigos éticos o manuales de buenas prácticas.
Únicamente aquellas convicciones éticas que logran calar en el quehacer cotidiano de cada cual, permeando las costumbres, resultan prácticas, conjugando pragmatismo y moralidad. Querer suplir ese paso con manuales de instrucciones morales confunde la clave interna del comportamiento moral con esa coacción externa que define al ámbito jurídico.
Adaptarse a las normativas es algo muy cómodo que nos absuelve de discernir por cuenta propia. Sin embargo, los grandes progresos de la Humanidad se han dado gracias a la discrepancia y el disenso no impositivo que busca convencer con la ejemplaridad. Cualquiera puede figurar en esa vanguardia que ha conquistado históricamente derechos inimaginables con anterioridad. Seguir sin asimilar el principio de autoridad no suele ser tan productivo.
Nuestra solidaridad hace mutis por el foro cuando exige un mínimo sacrificio de nuestros hábitos consumistas. Difícilmente mostraremos empatía con las generaciones venideras cuando no lo hacemos con las precedentes o las coetáneas. Asumimos una insostenible desigualdad que hace acumular ingentes recursos a unos pocos, a costa de una indigencia generalizada. Pero esquilmar nuestro hábitat cancela el futuro de todos. Como dijo D. H. Thoreau, ¿de qué sirve un hogar si no hay planeta donde asentarlo? No apostar por un desarrollo sostenible nos deja sin futuro.
Todavía tenemos que bregar con las mutaciones de covid-19 en un combate dificultado por quienes no quieren vacunarse. Hemos retomado nuestras peores inercias y algunos protestan por supeditar sus caprichos a unas restricciones profilácticas, cuando el sistema sanitario de algunos países europeos tiene que suspender las intervenciones quirúrgicas ordinarias para cuidar a los infectados más graves, buena parte de los cuales no han accedido voluntariamente a la vacuna. La realidad suele ser más tozuda que los fanatismos.
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