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La pandemia está en innegable retroceso. Para junio, en nuestro país, todos los mayores de 70 años estarán vacunados (hoy suponen el 85% de los fallecimientos). Y aunque no hay que bajar la guardia porque aún nos quedará la crisis económica, es tiempo de esperanza ... y comienzo de reflexión.
Nuestro ajetreado día a día nos impide levantar la cabeza y buscar espacios para nuestra reflexión individual. La prueba es que, como sociedad, sí que aprendimos mucho de la crisis de 2008 (la UE actúa ahora más unida y ágil, los fondos se están destinando más oportunamente, etcétera), pero como individuo ¿qué hábito modificó usted tras aquella crisis? Probablemente, pocos o ninguno (como yo). Permítame apuntar tres reflexiones de crecimiento personal, para que no nos vuelva a ocurrir lo mismo.
La primera de ellas es que probablemente hoy somos más conscientes de la importancia que tiene aprender a gestionar nuestras emociones y las del prójimo. No hacerlo nos acarrea el riesgo de estar perdiéndonos una parte importante de la realidad de nuestro entorno. Saber filtrar la información que nos llega y saber controlar la que emitimos resulta ser más trascendente de lo que parecía.
Mis emociones influyen mucho sobre mi circulo social. Frente al resentimiento y resignación que genera buscar culpables fuera, quizás tenga que pensar vivir más en el perdón al pasado y en aprender a gestionar mejor la incertidumbre del futuro. No es casualidad que precisamente las dos enfermedades psicológicas más importantes de nuestros días estén relacionadas con el exceso de foco en el pasado (depresión) y en el futuro (estrés). Vivir en paz con lo que ocurrió, en lugar de resentido y, vivir con esperanza sobre el futuro, en lugar de resignado, parece que puede ayudarnos mucho en nuestro bienestar. Es decir, vivir más en el aquí y el ahora.
La segunda estárelacionada con la gratitud, con la cantidad de cosas buenas que inconscientemente poseo. El valor de poder abrazar a un amigo, compartir un vino sin horario o el importante rol de los mayores en nuestra sociedad son aspectos en los que la mayoría no habíamos caído. Y resulta que cuestiones como por ejemplo las conversaciones de pasillo de la oficina son mucho más importantes de lo que creíamos. Pensábamos, además, que la tecnología era la solución a todo. Y lo es a muchas cosas, pero no a todo. Somos seres sociales por naturaleza.
Y en este sentido viene mi tercera reflexión. Mi rol en la sociedad es más importante de lo que creía. Mis estados anímicos y mis actos contagian a mi entorno (tanto los positivos como los negativos). Jamás en la historia un problema se resolvió desde la ira. Poner neocórtex a nuestras acciones individuales puede ayudar a mejorar nuestra sociedad. Ser duro con el problema y blando con las personas parece que puede ser una buena vía para el entendimiento y el progreso. Tener responsabilidad individual sobre las acciones que yo emprendo puede generar una influencia positiva en los demás. Lo que digo y hago crea sociedad. Ya que hemos descubierto que la sociedad es eso, la suma de nuestras acciones individuales. Por lo que se me ocurren al menos dos palabras al respecto: prudencia y solidaridad.
Por tanto, todo apunta a que vivir más en el presente perdonando más mi pasado y divagando menos sobre mi futuro me permitirá una vida más plena. Además, ahora somos más conscientes de que la incertidumbre ha llegado para quedarse (realmente siempre estuvo ahí). Esta incertidumbre nos genera ansiedad y miedo. Pero tenemos que aprender a poner racionalidad a ese exceso de instinto animal. La adrenalina y el cortisol se disparan en momentos que requieren de relax y meditación, y eso no es bueno. Necesitamos tiempo para la reflexión tranquila y el aprendizaje. Necesitamos incorporar nuevos hábitos, fruto de lo que esta pandemia nos puede enseñar.
En definitiva, aunque esto aún no ha acabado, empezamos a ver la luz al final del camino. Cuidado a salir del corral como pollos sin cabeza. Reflexionemos antes un poco y no perdamos la oportunidad de crecer como personas. Hay circunstancias que, por más que nos gustaría, no podemos tener bajo control. La pandemia nos está dando una gran lección al respecto. Nadie en este planeta ha sido capaz de dominarla adecuadamente. Hemos tenido que ir aprendiendo a navegar en esta tormenta imperfecta. No es culpa del Gobierno de turno, ni de los chinos, ni de los jóvenes, ni de cuatro vecinos irresponsables… Es una circunstancia que nos ha superado a todos. Y aunque hay que estar alerta y preparado para eventualidades, difícilmente vamos a estar siempre listos para cualquier situación. Vamos a tener que aprender a vivir en la incertidumbre y, ojalá, crecer en cada una de estas circunstancias no sólo como sociedad, sino como individuos. Desde el sosiego y la reflexión.
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