![Fatiga emocional y esperanza](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202301/08/media/cortadas/opi-alvarez-k0AI-U190188616692FB-1248x1248@El%20Correo.jpg)
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La entrada de un nuevo año representa siempre un tiempo de balance y de prospección hacia el futuro. En medio de este inédito y complejo contexto social, y ante la suma de catárticos factores geoestratégicos, económicos y socioeconómicos, resulta de enorme dificultad todo intento de ... aportar certezas. Vivimos un presente acelerado, sin tiempo para la reflexión y el debate sosegado. La política vive también presa de la cronocompetencia: todo ha de materializarse rápido, la urgencia atrapa el presente.
Por todo ello, cabría promover la prudencia y la ponderación en los análisis y reconocer las limitaciones de nuestra capacidad de predicción en contextos, como el presente, caracterizados por su elevada complejidad, volatilidad y aceleración, que nos conducen a hacernos más preguntas que nunca.
Entre algunos dirigentes políticos, observadores y comentaristas de la actualidad se atisba el recurso a la estrategia de atribuirse una suerte de lucidez retrospectiva (esa especie de prestigioso fraude intelectual que el escritor Muñoz Molina ha definido como «profetizar el pasado»). Quienes tenemos el privilegio de poder participar de palabra o por escrito en el debate público no deberíamos olvidar esa doble premisa de actuación: humildad y responsabilidad.
Si desatendemos estos valores y nos dejamos llevar por el narcisismo mediático incurriremos en el error de hacer daño enturbiando la atmósfera social con exageraciones. Terminaría esta reflexión inicial con una sugerencia: no debe confundirse el pesimismo extremo o el catastrofismo con la lucidez. Muchas veces ese recurso encubre, junto a un afán de notoriedad, una actitud tan estéril como la que representa el desdén y la displicencia (esa posición intelectual tan de moda y cada vez más cultivada en ciertos medios).
El inédito contexto exacerba la búsqueda de soluciones individuales, del 'sálvese quien pueda', y puede llegar a gripar el motor de nuestra solidaridad porque nubla el horizonte futuro, que no se visiona por encima de las aspiraciones de cada persona.
Combatir esta inercia exige elevar el listón de la generosidad vital y social. El gusto por el trabajo bien hecho, el ejercicio de responsabilidad individual y colectiva en beneficio del bien social común son valores a preservar y revalorizar. La visión compartida de un proyecto ha de seguir siendo referente de nuestro actuar.
Este complejo contexto tiene también su proyección sobre el mundo de la política y de los gestores públicos: sometidos a una presión diaria muy estresante y con un margen de maniobra muchas veces escaso, viven momentos difíciles. El sentido finalista y funcional de la política nunca ha tenido mucho glamur intelectual, pero cobra un renovado protagonismo. Necesitamos más que nunca que la política recupere su prestigio y su pujanza.
¿Es suficiente con defender hoy la tesis de Konrad Adenauer, excanciller de Alemania Occidental, bandera de la conocida como economía social de mercado, conforme a la cual era preciso combinar «tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario»?
El centro del debate debe girar sobre el alcance y la extensión de nuestro sistema de protección social, clave para frenar la desigualdad y cohesionar más y mejor nuestra sociedad. En este contexto irrumpe con fuerza el novedoso discurso de la brillante y comprometida economista italiana Mariana Mazzucato, autora entre otros ensayos de 'El Estado emprendedor', en el que defiende la necesidad de gobiernos y organizaciones internacionales que sean ambiciosos y vayan más allá de un papel reparador de economías maltrechas: la historia demuestra que aquellas áreas o sectores con mayor riesgo de mercado tienden a ser evitadas por el sector privado, y por ello han necesitado de importantes apoyos en clave de financiación pública.
No se trata de volver a la idea de un Estado omnipresente y protector, sino a una dimensión pública fortalecida y reinventada, de forma que no recaiga solo en el sector privado y en los mercados el papel protagonista en el crecimiento económico. ¿Es suficiente con mantener la inercia del llamado Estado de bienestar o debemos acometer su reforma? Hay que reforzarlo y adaptar su jerarquía de objetivos a la nueva realidad, en cuestiones tan fundamentales como la colaboración público-privada, el papel de la sociedad civil y las estrategias comunitarias o el de poner el énfasis en la redistribución como vía para garantizar su sostenibilidad.
Necesitamos un nuevo modelo de sector público y también un modelo diferente de colaboración público-privada. El modelo social basado en la sociedad de consumo y el capitalismo global generará, si no se corrige desde lo social, un efecto de creciente desigualdad. En lo económico y social, el reto tiene una doble componente: consolidar e incrementar en lo posible la riqueza social y a la vez reforzar y mejorar los mecanismos de su distribución.
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