La inauguración del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en pleno corazón de Vitoria-Gasteiz, no supone la certificación de ningún alta médica de salud democrática; ni tan siquiera una excusa para la amnesia o un bálsamo con que sanar heridas y aliviar el ... dolor infligido, que también; tampoco aspira a convertirse en un relato único sin aristas y edulcorado con que restar un ápice de trascendencia a esta interminable etapa de violencia y crimen que asoló nuestra tierra durante cerca de medio siglo. Antes al contrario, se trata de un hecho que recordaremos en el futuro como la fecha en la que tratamos de ajustar cuentas con el olvido y con cualquier tentación de cerrar en falso un tiempo histórico ominoso en que la violencia trató de arrumbar con la libertad, el pluralismo y la democracia en nuestro país.
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La foto icónica del zulo de Ortega Lara y de sus majestades los Reyes en su interior, tratando de imaginar aquel encierro de un ser humano durante 532 días, define perfectamente los límites de la crueldad y de la ausencia de piedad que puede cruzar el hombre. Esos escasos cuatro metros cuadrados marcan la diferencia entre la civilización y la barbarie.
Alguien dijo que cuando uno se asoma al abismo es el abismo el que te mira; como si la semilla de la intolerancia anidara en la oscuridad, perpetuamente, aguardando que alguien encuentre el anillo de poder e inicie una nueva y cruenta espiral de destrucción. La evocadora escultura 'Hondalea' ideada por Cristina Iglesias e inaugurada esta semana en el interior de otro faro, el de la isla donostiarra de Santa Clara, invita a la reflexión y a la introspección, y algunas de estas ideas se agolpaban en mi cabeza cuando tuve ocasión de vivir la experiencia inmersiva a la que invita. Definitivamente, la Euskadi de 2021 está preparada para leer a fondo la página de nuestra reciente historia.
El viejo anhelo en la gestación del Memorial fue el de honrar y prestar una compañía reparadora a las víctimas. Hoy, una vez inaugurado el centro, sabemos que la tarea que tenemos por delante no es menor que la realizada hasta el momento y que el reto es colosal.
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Se equivoca quien lo concibe como un museo al uso o un centro de culto similar a una ermita románica, cerrada en sí misma. Si bien el centro trata de preservar la memoria, la información veraz y ejercer una labor de conservación y de investigación, éste ha de ser principalmente un faro de irradiación de luz para que la historia prevalezca sobre la leyenda, para que el pensamiento se imponga a la magia, para que la verdad aparezca con nitidez en toda su crudeza.
La tentación de moldear a conveniencia los hechos, banalizando el mal en aras del patriotismo, no puede imponerse sobre el relato descarnado que la historia va tejiendo con hebras del dolor de los que tan alto precio pagaron por su compromiso, sí, pero también con hilo trenzado de coraje cívico y lucha militante por la convivencia.
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La memoria constituye una exigencia que permite evitar la repetición de la historia; por ello, el Memorial debe ser una institución rabiosamente viva, que aspira a tener influencia en la sociedad haciéndose presente en todos sus ámbitos: el educativo, el cultural, el social. Su destino es el de ser un centro influyente que trascienda a través de disciplinas artísticas, de su labor de divulgación; no sólo abierto a expertos e investigadores, sino también al gran público a través de su colaboración con el tejido cultural y social del País Vasco. Capaz de seducir a las nuevas generaciones de jóvenes que desconocen estas lúgubres travesías, de promover la inclusión de todas las víctimas del terror sea cual fuere su razón de ser, de generar redes internacionales, reflexión y pensamiento crítico, de concitar en torno a sí las mejores energías, el mejor trabajo de investigación y la generación de luz en los relatos.
La reacción de EH Bildu al señalar que con el Memorial se pretende «erigir un relato que emana naftalina» evidencia su pavor al protagonismo que el centro puede y debe asumir y a su liderazgo en la construcción de esa memoria sanadora. Lo entiendan o no, su sentido es el de ser un centro que se abre a la sociedad y que educa en valores frente al terrorismo de cualquier signo (ETA, yihadismo, GAL, Grapo, grupos de extrema derecha...), que reclama la voz y la palabra para no pasar página de modo irresponsable.
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Quienes hoy pregonan que los muertos son cosa del pasado, que no son sino aroma de naftalina que se difumina en el aire como una neblina otoñal, se incomodan por el feo reflejo de connivencia y silencio que el espejo de la historia les devuelve. Y es que se proporcionó demasiada cobertura al crimen durante décadas.
Los cimientos del Memorial son la suma resultante de las tareas de archivo, investigación e historiografía. La solvencia y el rigor, sus señas de identidad. Su destino, poner el foco sobre el horror y la devastación que padecimos. Pero también, y sobre todo, iluminar un futuro de esperanza, de memoria inclusiva y reparación. La dignidad de las víctimas así lo exige.
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