En la política, como en la vida, hay que aprender a gestionar las expectativas. Vivimos tiempos precarios en los que mercachifles explican cómo hacerse rico en minutos en TikTok, cualquiera puede comerciar con productos de alto riesgo desde su móvil y la cultura del 'coaching' ... sustituye las relaciones sociales. En esta época líquida, efímera y banal las tentaciones de alcanzar el éxito cuanto antes y de cualquier manera son fuertes. En la clase política, todavía más. Si no, que se lo pregunten a Albert Rivera, quien en su apuesta personal por llegar a La Moncloa arrastró a su partido a la intrascendencia. O a Íñigo Errejón, que después de una cena con maestros de la demoscopia decidió dar el salto a la política nacional sin un proyecto asentado. O a Pablo Casado, que pensó que solo necesitaba esperar para convertirse en presidente. O a su sucesor, Alberto Núñéz Feijóo, que sin cumplir un año en la política nacional comienza a dar síntomas de agotamiento.
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El presidente popular salió de Galicia con el traje de moderado, decidido a captar al votante socialista más centrado. De hecho, lo consiguió: la subida del PP en las encuestas fue instantánea. La dupla de un Feijóo gestor con una Isabel Díaz Ayuso inmersa en una guerra cultural que capta a las clases medias urbanas es más efectiva que el Casado visceral que competía con Vox por la derecha.
Sin embargo, la carrera relámpago hacia La Moncloa que el expresidente gallego esperaba se está alargando. Mientras en Galicia Feijóo tenía el control total de su partido, disponía de mayoría absoluta y un clima social favorable, todavía le cuesta adaptarse al gran Madrid radial que opera entre palcos de fútbol y tertulias matutinas y que ha conseguido romper las negociaciones de la renovación del CGPJ. La indeterminación popular en materia fiscal -acrecentada por la crisis política de Reino Unido-, los desaires a su líder en Europa y un Pedro Sánchez que controla el 'timing' a la perfección también empiezan a lastrar los planes del nuevo equipo de Génova. Incluso, las curvas en los sondeos de Casado y Feijóo son similares: después de una subida anterior al verano, con el inicio de los cursos políticos el PP tiende a estabilizarse y el PSOE recupera electores.
Después de las elecciones andaluzas, el mantra por el que si se quiere parar a la extrema derecha es necesario votar al progresismo ha desaparecido. De hecho, después del giro del Gobierno a la izquierda el pasado julio, el nuevo enemigo de Sánchez son las «terminales del poder del dinero». Una vez el secretario general del PSOE ha asumido que el rol de tecnócrata que en algún momento quiso aparentar no le llevará a repetir la victoria electoral, debe conseguir que las medidas para aplacar las diferentes crisis repercutan en la ciudadanía. De momento, el clima internacional ayuda: España es una isla de estabilidad política si uno la compara con los países de su entorno y hasta parece que la Comisión Europea, el BCE y el FMI, que tanto estrujaron a los países del sur en 2008, se han vuelto socialdemócratas.
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El problema de la izquierda, más que la fuga de votos al PP, es la falta de movilización de su electorado, que tiende a activarse conforme se acerca la campaña electoral. La derecha está hipermovilizada, ya que sus líderes llevan más de un año impulsando un marco en el que Sánchez ha vendido el país a los independentistas, negociado la política de memoria histórica con terroristas y aplicado leyes protocomunistas que destrozan España.
Cómo se consiga recomponer el espacio que lidera Yolanda Díaz, el aguante de Vox y la fuerza de los partidos de la España vaciada serán claves para conformar el nuevo mapa político. Hace un año la vicepresidenta segunda estaba en el momento idóneo para lanzar su proyecto. Sin embargo, las discusiones internas, una reforma laboral progresista de mínimos y la omnipresencia de Pablo Iglesias dificultan que las heridas puedan suturar. Hay una izquierda que reside entre Malasaña, el barrio de Gracia y el Muelle de Marzana que piensa que apelando a la transversalidad conseguirá ensanchar el espacio de 2015, pero el momento populista ya pasó. Ahora se piden proyectos sólidos.
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Mientras, Vox pierde fuerza en todos los sondeos, pero su caída no se asemejará a la de Podemos o Ciudadanos: su asentamiento ha sido gradual y ha arraigado en el campo y las ciudades. Quien puede reventar el mapa electoral son las plataformas de la España vaciada, con posibilidades de arrebatar a los partidos clásicos los escaños que los sobredimensionan. Con la desaparición del centro, una España más compleja comienza a abrirse paso, un país al que muchos llegan tarde: el líder de la oposición todavía no tiene proyecto y el de la vieja socialdemocracia consiste en gobernar como sea. Pero qué más dará eso en esta Europa efímera que camina a cambiar el eje izquierda-derecha por el liberal-autoritario.
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