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Las medidas aisladas no son efectivas». Con estas palabras, el Ejecutivo autonómico vasco eludía, inicialmente, adoptar medidas para evitar la expansión de la pandemia en esta sexta ola. Toda la batería que el lehendakari Urkullu llevó a la reunión de presidentes con Pedro Sánchez quedó ... guardada para mejor ocasión tras la reducción de las medidas nacionales a la obligatoriedad de la mascarilla. El Gobierno vasco «no adoptará, de momento y por mantener una posición común en el conjunto del Estado, nuevas medidas».
Iñigo Urkullu, como el conjunto de la sociedad, echó en falta que el presidente del Gobierno de España asumiera el liderazgo que le corresponde en una crisis sanitaria como la que estamos viviendo y protagonizara una respuesta consistente para atajar la nueva ola. Sin embargo, Sánchez, como viene haciendo durante toda la pandemia, se ha escaqueado de asumir responsabilidades impopulares y ha reducido su capacidad de decisión por debajo del mínimo exigible.
El lehendakari, que, a pesar del irregular resultado de las medidas que viene adoptando, no ha dejado de decretar restricciones hasta rebañar los límites que la legislación le reconoce en estos casos, prefirió, tras esa reunión, convertirse en cadena de transmisión y ahorrarse incómodas iniciativas.
«Las medidas aisladas no son efectivas». La frase es incontestable. Es verdad. En un país como España, establecer medidas restrictivas para una pequeña parte del territorio tiene un escaso alcance. Las navidades son fiestas de trashumancia, de coche y ferrocarril, de trasiego territorial y urbano. Las familias amplias están dispersas y éstas son las fiestas de la unidad familiar, eso no se para con restricciones locales.
A esta circunstancia a la que alude el Gobierno vasco es a la que responde el modelo de división competencial que rige en nuestro país. Las comunidades autónomas tienen un alcance que es el que corresponde a su ámbito de influencia, pero cuando las circunstancias tienen una magnitud que desborda esos límites, la responsabilidad corresponde a otro órgano, que actúa en servicio de todos los afectados.
El Gobierno vasco prefirió no adoptar otras medidas «por mantener una posición común en el conjunto del Estado». Es un buen criterio general, aunque si se dan circunstancias particulares, como una disparada intensidad de los casos en nuestra comunidad autónoma, también tiene mucho sentido aplicar medidas adicionales, como finalmente se va a hacer.
La indolencia con la que el Gobierno de Sánchez se ha tomado esta sexta ola ha conducido a que la cogobernanza a la que tanto se ha apelado quedara incumplida por una de las dos partes, el Gobierno de España, que ha dejado solas a las comunidades autónomas. Esa ausencia de una de las partes ha conducido al Gobierno vasco a buscar la sintonía con otras comunidades autónomas para plantear medidas análogas. Aragón, Navarra, La Rioja, Cantabria, Asturias y País Vasco han compartido sus planes de cara a adoptar restricciones similares en cuanto a aforos y horarios de apertura.
Resulta insólito que el País Vasco aspirara inicialmente a «mantener una posición común en el conjunto del Estado» y que, alternativamente, haya buscado la confluencia con las comunidades limítrofes para abordar una respuesta común a la sexta ola. No se había conocido caso en el que los nacionalistas hubieran echado de menos el liderazgo del Gobierno de España. Una vez que no se consiguió, se ha procurado una cobertura institucional de un ámbito superior al vasco para aparejar una cierta unidad de acción.
Durante la I República, las Cortes Constituyentes se enzarzaron en un intenso debate sobre la conveniencia de que España se constituyera «de arriba abajo» o «de abajo a arriba». Esto venía a decir si era el todo el que reconocía la existencia de las partes o eran las partes las que constituían el todo. Tanto entonces como en este caso, lo que no se discutía era la conveniencia de una organización común, que, a efectos pandémicos, es lo que está reconociendo un nacionalismo que nunca había dado muestras de esa necesidad.
Resulta paradójico que en el momento en el que el Gobierno de España ha renunciado a ejercer su papel, haya habido una colaboración entre comunidades autónomas, una de ellas Euskadi, con voluntad de actuar al unísono. Es posible que cuando la pandemia entra por la puerta el nacionalismo salta por la ventana, también es posible que haya un hartazgo de asumir decisiones impopulares y, por último, puede haber una aceptación de la normalidad del estatus jurídico-político que rige en esta tierra y que en otra época era ordinariamente esquivado, contestado o recurrido.
Sea cual fuera la razón que ha llevado al Gobierno vasco a no actuar en solitario, este inopinado estado al que nos ha conducido la pandemia nos sitúa en una extraña normalidad en cuanto a la búsqueda de colaboración y suma de fuerzas que, hasta ahora, siempre se había evitado.
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