La eterna disputa política y social sobre la conveniencia de seguir permitiendo la compra de armas de fuego ha emergido de nuevo en EE UU tras el tiroteo masivo en Uvalde (Texas), donde un joven mató a 19 menores y dos adultos en una escuela ... de Primaria. La legislación que condensa este debate es la Segunda Enmienda de la Constitución, que algunos consideran anacrónica, mientras que otros allí la defienden por ser -dicen- guardiana de su derecho fundamental a la autodefensa.

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El Tribunal Supremo de EE UU defendió en 2008 el derecho inalienable de los estadounidenses a portar armas y afirmó que la Constitución protege el derecho de un individuo a poseer un arma, independientemente del servicio en una milicia, y a usarla para un propósito legal, como la autodefensa en el hogar. El presidente Joe Biden lleva tiempo reclamando al Senado que refuerce el control de las armas de fuego, pero las continuas tensiones entre demócratas y republicanos hacen imposible la modificación de la Constitución. Una intrincada y antigua red de intereses entre la industria de las armas y la política impide cualquier reforma de calado: es la expresión de la impotencia política ante la previsibilidad de nuevas masacres. El 'lobby' armamentístico se identifica con el Partido Republicano, pero los demócratas tampoco se han atrevido históricamente a abordar la cuestión, transversal en ciertos niveles de votantes, especialmente en el ámbito rural. La polarización en este siglo no ha hecho sino agudizar esta dinámica perversa.

¿Y en Europa, qué opinamos de este declive del modelo americano de vida en sociedad? Con su precioso lema 'Unidos en la diversidad', y frente al modelo estadounidense anclado en la insolidaridad y en el capitalismo voraz, nuestra Europa debería representar una construcción política con una visión de la vida en sociedad que, pese a sus defectos, merezca la pena ser defendida, sin duda.

Vivimos en una época de transformación radical de nuestros marcos de referencia y los Estados ya no tienen capacidad para abordar unilateralmente todos los problemas derivados de ese complejo mundo ni pueden resolver el conjunto de las necesidades de los ciudadanos. La UE ha de representar, por ello, la respuesta de estabilidad política, prosperidad económica, solidaridad y seguridad a las inquietudes y convulsiones que genera el nuevo contexto geopolítico.

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A pesar de los desencuentros puntuales y los momentos de estancamiento, la UE viene configurándose como un proyecto de paz, libertad y justicia social, una defensora de la multilateralidad y del diálogo entre culturas en los escenarios políticos mundiales, un espacio de bienestar y compromiso social que apuesta por la cooperación. Por ello, es prioritario que Europa asuma un mayor protagonismo como actor global en el escenario internacional, más allá de la acción de sus Estados miembros.

Pese a la derivada bélica y belicista en que nos encontramos, Europa debe basarse no tanto en criterios de poder económico o militar, sino en la profundización de la cultura, la educación, la solidaridad, los valores democráticos y los principios que inspiraron la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Historia demuestra que aquellas instituciones o estructuras que basan su poder en una relación exclusiva de superioridad o dominio terminan por fenecer.

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En estos tiempos de incertidumbre, Europa se encuentra en una situación inmejorable para impulsar a escala mundial una nueva organización social y política basada no ya en intereses sino, sobre todo, en valores. Nunca había coincidido en un espacio geográfico tan reducido un desarrollo socioeconómico, una consolidación democrática y una diversidad cultural tan extraordinarios como los que se dan en la UE.

Europa se enfrenta a uno de los desafíos más ilusionantes de toda su Historia: construir un nuevo modelo de convivencia política, de democracia que, más allá de la mera yuxtaposición de los sistemas políticos actuales, sea capaz de acoger y desarrollar una nueva sociedad basada en la libertad, la igualdad, la equidad, la solidaridad, la justicia social, la diversidad y el desarrollo sostenible. Para salir de este atolladero necesitamos volver a construir una Constitución para Europa que combine la búsqueda de la integración con el pragmatismo, que se relegitime funcionalmente mejorando la vida y el futuro de los ciudadanos, que reconozca la existencia de realidades políticas alejadas del pétreo binomio Europa 'versus' Estados, que asuma la existencia de pueblos europeos vivos, activos, solidarios y alejados de la decimonónica lucha por la soberanía estatal exclusiva y excluyente.

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Pese a la desafección, la lejanía y muchas veces la frustración frente a la política europea, hay que exigir desde una rebelión cívica una verdadera construcción europea, una Europa más social, más abierta a la superación de los egoísmos estatales, a la potenciación de una verdadera Europa de los ciudadanos y de los pueblos europeos, dejando atrás el exclusivo protagonismo de los Estados.

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