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Observo manifestaciones en contra de Israel y en favor de Palestina. Las respeto. ¿Por qué no acudo a esas manifestaciones muy a pesar de estar en contra de la actuación indiscriminada del Gobierno israelí, de sentir una enorme simpatía por el pueblo palestino, de estar ... en contra de la obstrucción de la ayuda humanitaria y de dolerme tanto las escenas de miseria y hambre que esas gentes están sufriendo? Porque, tal y como las plantean sus organizadores, discrepo de sus eslóganes y de lo que proclaman sus manifiestos y sus pancartas; al menos, las aparecidas en prensa.
Aquí van mis razones; solo pretendo entender. Sabiendo que a los convocantes los anima un espíritu humanitario, no puedo comprender cómo esas pancartas no exigen también la liberación de los rehenes -la inmensa mayoría civiles, siendo el más joven un bebé de meses-, no condenn a los asesinos de 1.200 israelíes inocentes, incluidos niños y jóvenes, y no denuncian las brutales violaciones y el abuso sexual producidos en el ataque del 7 de octubre, tal y como ha demostrado la BBC.
Para algunos la historia parece comenzar la noche del 27 de octubre, días después, cuando el ejército israelí invade Gaza. Al tiempo, se repite una y otra vez que la solución pasa por el reconocimiento del Estado palestino. ¿Es así de sencillo?
La Nakba, es decir, la expulsión de 750.000 palestinos de sus hogares por parte de Israel, se produjo en 1948. Las matanzas y las expulsiones de palestinos por parte de Israel y algunos de sus aliados, como la producida en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, sucedió en 1982. También sus hermanos árabes han expulsado; en 1991, a cerca de 400.000 palestinos, expulsados de Kuwait. Podemos citar muchos ejemplos más.
En la identidad de los palestinos están clavados a fuego la inseguridad y el pavor a ser muertos o desplazados, y no son solo las referencias históricas; viven día a día la acción de colonos y fuerzas de seguridad israelíes, que actúan con absoluta impunidad.
Cuando los palestinos escuchan hablar del Gran Israel saben muy bien lo que eso significa para ellos. Tras el ataque del 7 de octubre, esas actitudes se han recrudecido. Hay líderes israelíes que hablan sin rubor de la «Nakba de Gaza».
Al tiempo, en la memoria de los israelíes también está grabado a fuego que, en 1948, las comunidades judías de El Cairo y Bagdad fueron erradicadas, muy a pesar de los siglos que llevaban residiendo tranquilamente en esas tierras, y que, tras las derrotas árabes de 1956 y 1967, los países árabes desplazaron a sus respectivas comunidades judías. ¿Cuántos judíos viven hoy en los países árabes, al margen de Marruecos y Túnez? También observan constantes ataques palestinos que ponen en peligro sus vidas y haciendas, temores que lo ocurrido el 7 de octubre no han hecho sino reavivar.
Es decir, unos y otros tienen la justificada impresión de que, de poder hacerlo, unos y otros aniquilarían para siempre a sus adversarios. La inseguridad y el no reconocimiento no son solo de una parte hacia la otra, sino que son mutuos, tanto por parte de los fundamentalistas palestinos como de los radicales israelíes. Por no reconocer, Hamás no reconoce ni al Gobierno de Cisjordania, hasta el punto de que, hace dieciocho años, lo primero que hizo al conseguir el poder fue lanzar desde los edificios a los militantes de Al Fatah.
¿Cabe pensar que la solución pasa simplemente por el reconocimiento de un Estado palestino en Gaza, gobernado por Hamás -que en sus estatutos repite una y otra vez que no va a reconocer jamás a Israel-, que convierta la zona, con el apoyo de Irán, en un campamento desde donde atacar libremente o secuestrar a israelíes, para pedir luego, a cambio de su devolución, la vuelta de sus prisioneros?
Los palestinos han perdido la esperanza; así se explican muchas de sus actitudes. E Israel se aferra a la garantía de seguridad que, según algunos de ellos, solo les dan la represión y la guerra.
Es obvio que es necesario formar un Gobierno distinto al de Netanyahu, de la misma manera que los palestinos han de deshacerse de Hamás, cuyos líderes nada tienen que ver con Mandela. Hace unos días se jactaban, todos bravos, de que «seguían fuertes». Ellos estarán tal vez fuertes, pero su pueblo se está muriendo; los que aman a los suyos hacen lo que sea para evitar su sufrimiento.
No se trata de saber quién es más culpable, sino de ver algo más que la culpa del otro, de observar con perspectiva histórica. Criticamos a los políticos españoles por el espectáculo que están dando, y con razón. Pero, a veces, nos comportamos como ellos cuando decidimos optar por unos en contra de otros, en lugar de compadecernos de las víctimas, recordando tan solo a unas y olvidando a las demás.
Liberación de los rehenes, alto el fuego inmediato, reconocimiento mutuo, seguridad y esperanza. A esa manifestación yo sí que me apunto. Aunque vayamos cuatro.
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