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Cuando hay una crisis, bien sea de organización o personal, hay muchos que tienen pronto tanto el porqué como la respuesta a esa crisis: el porqué se explicaría gracias a una conspiración y la respuesta a la crisis sería la elaboración de un plan.
- ... Lo que nos pasa es que no tenemos plan, nos dicen.
No les preguntéis luego en qué consiste su plan, pues no obtendréis respuesta. Su plan consiste tan solo en decir que se necesita un plan. Ahí comienza y acaba todo. Sucede algo parecido al tratar de explicar por qué ha sucedido lo que acabamos de descubrir y que tal vez negábamos hasta el día de ayer. En ese caso, la respuesta es una conspiración, aunque observaremos que cada cual tiene su 'culpable' preferido.
Así caminamos desde hace tiempo: las conspiraciones 'explicarían' lo ocurrido y los planes lo 'arreglarían'. Pero seguimos igual, porque ni lo explican ni lo arreglan. Tengo para mí que tanto la 'conspiración' como el 'plan' conllevan un elemento mágico. Ambos nos ofrecen algo fundamental: seguridad, pues no sabemos vivir sin ella.
También se advierte que algunos planes contemplan absolutamente todo; parecen hechos para que nadie pueda decir que les falta algo. Para algunos eso es lo peor que puede ocurrir, de tal manera que se lanzarán por tierra, mar y aire hasta encontrarlo en alguna línea de determinado folio del plan. Y no hay duda de que lo encontrarán.
Lo que nos cuesta acotar... Los intereses personales que hay que orillar...
Esa es, al menos, mi experiencia.
Uno de los datos que me gustaría conocer es el porcentaje de los planes estratégicos que se cumplen. Cuando observo las misiones de organizaciones colocadas en la entrada de sus respectivos edificios, me pregunto para qué han servido, además de para decir que se tienen expuestas por si alguien pregunta por ellas.
Sin embargo, las preguntas que laten tras la elaboración de una declaración de misión, son fundamentales:
-¿Para qué estamos aquí? ¿Para qué no estamos? ¿Para hacer qué? ¿Para no hacer qué?
Un plan es el comienzo de un viaje y un viaje implica soltar algo. Para ponernos en marcha mañana, ¿de qué tenemos que desprendernos hoy? Observaremos pronto la dificultad de soltar anclas, porque soltar da miedo: es volver a la inseguridad.
Lo que nos ha ocurrido hasta ahora responde a las respuestas que, explícita o implícitamente, dimos a las preguntas, buenas o malas, que nos hicimos el día de ayer.
He recibido a muchos peregrinos y hablado con ellos en descansos del Camino. Les he preguntado luego por la razón de ponerse un día a caminar. Contestan siempre lo mismo: buscamos respuestas. Les he respondido que no se apresuren, que tendrán tiempo de encontrarlas antes de llegar al final, y que, ahora que están al comienzo, inviertan tiempo en formular bien la pregunta, porque la respuesta aparecerá luego sola.
Las preguntas cuestan porque hacen mover nuestro suelo y necesitan tiempo para que, reformuladas una y otra vez, llegado el momento, podamos decir: «Efectivamente, ésa es la pregunta». Nos remueva el estómago o no. Al igual que reconocemos el favor que se nos hace cuando, perdidos en una reunión que ya no va a ninguna parte, alguien nos recuerda:
-Pero ¿no era este otro el objeto de la convocatoria? ¿No nos habremos perdido?
Sí, es posible que nos hayamos perdido. O que hayamos acudido a la reunión con las viejas respuestas a las preguntas de siempre.
Un plan es solo una pregunta efectuada de manera bien precisa, tres conclusiones claras, escritas tan solo para ser llevadas a la práctica y el compromiso de los que las han elaborado de ir a muerte a por ellas.
El verbo elegido es decisivo: ¿qué nos toca hacer lleva a conclusiones muy diferentes a si nos preguntamos qué nos gustaría hacer?
Dicen que nos faltan nuevos relatos, nuevas épicas, nuevas ilusiones. Seguro que sí. Pero todas ellas no son sino respuestas. Creo que lo que hoy nos faltan son más bien buenas preguntas, que es lo primero que hay que empezar por consensuar.
Pero dan tal miedo…
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