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Cuando hablo de deconstrucción no me refiero al término filosófico que nombró Heiddegger y sistematizó Jacques Derrida. No, me refiero a algo más mundano, no exento de arte, pero referido a la deconstrucción como técnica culinaria que ha triunfado en los mejores restaurantes del mundo ... y aupado al estrellato a reconocidos restauradores. Esa teoría que pretende respetar los ingredientes tradicionales de un plato, pero transformando sus texturas, formas y temperaturas habituales. He de reconocer que he hecho varios intentos por acercarme a ello y puedo decirles que he probado desde deconstrucción de potaje de garbanzos con aires de azafrán hasta tortilla de patata deconstruida con aromas de piperrada. Alguno de estos platos ha merecido mi aplauso, cierto, pero en general tengo que confesarles que, finalmente, me quedo con los garbanzos y la tortilla de mi abuela, esa cocina unida a los productos locales y al amor puesto en su tratamiento.
Y lo que me ocurre con la gastronomía me pasa últimamente también con la política española, observando en ella preocupantes derivas de todo tipo, en forma de corruptelas reales, financiaciones irregulares, promesas imposibles, demagogia continua, llamadas a la revolución, menciones al fusilamiento de compatriotas y, en definitiva, a la expulsión del otro.
Los acontecimientos a los que hemos asistido desde que se desencadenó la 'operación Murcia' han sido un ejemplo más de esa decepcionante «política líquida», en el sentido que Zygmunt Bauman otorgaba al término, que creyéndose poseedora de la verdad, despreciando la experiencia acumulada por generaciones anteriores y depositando toda su fe en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación está conduciendo al país a una polarización insufrible. Una política de plató de televisión, de vídeo subido a Youtube, de declaración programática contenida en un tuit. En definitiva, una política con minúsculas, falta de oficio y llena de discursos fatuos; esa que puede contentar a los adictos a Internet, es posible, pero que dudo mucho de que ayude al país a salir de una de las coyunturas más difíciles de nuestra historia.
Y es que la polarización de la política española está convirtiendo la democracia representativa en un gallinero vergonzoso y sectario, un ring cainita en el que se dan sopapos supuestos rojos contra pretendidos azules, un páramo desierto del que los más capacitados hace tiempo que se alejan para demostrar su vocación y bien hacer en la empresa privada o en el extranjero.
La pandemia del fatídico covid-19 ha dejado un país en ruinas -situación que bien merecería una solución acorde con el tamaño del desastre-, una hecatombe económica y social que nadie desde el mundo político va a reconocer porque entre nosotros se ha instalado la idea de que decir la verdad y pedir esfuerzos al país es neoliberal, retrógrado, reaccionario o directamente fascista. Así que, en vez de aunar fuerzas, esto es, remar todos a una en busca del bien común -como ya se ha hecho en otros lugares de Europa con coaliciones entre diferentes-, aquí preferimos encerrarnos en nuestros 'reinos de Taifas' y revivir nuevos combates entre señores feudales, eso sí, llevados a cabo ahora en las redes sociales o en el campo de batalla de una cámara territorial en forma de mociones de censura o convocatorias electorales relámpago.
En días en los que el lento descenso de la curva de contagios presagia meses difíciles, cuando algunos de nuestros hermanos europeos vuelven al confinamiento, justo cuando la vacunación se ha ralentizado por las dudas sobre las dosis de AstraZeneca sobre las que ya se ha pronunciado la Agencia Europea del Medicamento, con más de cuatro millones de parados, con cerca de un millón de personas en ERTE, sufriendo un aumento exponencial de las situaciones de pobreza y exclusión social, con un derrumbe del PIB y presentando una deuda sonrojante, precisamente ahora es cuando debemos hacernos acreedores de los prometidos, y esperados, fondos europeos. ¿Y cómo afronta este hecho nuestra clase política? Pues apostando por temerarios juegos palaciegos y arrojándose a las intrigas cortesanas, miopes y cortoplacistas, que otrora criticó a políticos anteriores.
Así está el país, deconstruido, pero sin ingredientes de calidad, sin equilibrio nutricional y con poca posibilidad de alimento. A este paso tendremos que recurrir de nuevo al 'pelargón'. ¡Al tiempo!
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