El covid-19 y otras complicaciones en forma de tormenta perfecta me llevaron hace unas semanas al hospital de Galdakao-Usansolo, donde pude sobrevivir gracias al trabajo excepcional de todo el equipo de Osakidetza que lleva dos años en primera línea frente al coronavirus. En ... este artículo, mi más infinito agradecimiento a todo el personal sanitario que me trató y cuidó en las unidades de UCI y hospitalización de la 9ª planta, y por extensión a todos los que trabajan enfrentándose al covid, desde la excelencia profesional, el cariño y una gran humanidad, siendo capaces de hacer posible lo imposible. Tengo la sensación de que, hasta que no lo vivimos en carne propia, no somos capaces de valorar la gran calidad profesional y humana de este colectivo que durante dos años se ha dejado la piel y la salud en una labor muy poco o nada reconocida y agradecida.

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No me voy a olvidar tampoco de mi propia negligencia con la vacunación que corregiré cuando me toque. Dicen que equivocarse es de humanos y reconocerlo es de sabios. El problema suele ser que siempre hay veces en las que uno no sabe si le toca ser humano o sabio. Evidentemente rechazo y deploro a los que, en nombre de la libertad (¿dónde queda la responsabilidad?), propagan discursos o teorías apocalípticas que solo generan miedo y desconfianza en una sociedad supuestamente madura y avanzada, transmitiendo el rechazo a unas instituciones a las que luego exigen protección.

En esta historia me quedo con los auténticos héroes de esta pandemia, que ha marcado un antes y un después en nuestras vidas, especialmente de los que casi hemos vuelto a nacer. Pienso que sería justo y necesario un homenaje institucional y ciudadano en reconocimiento al abnegado trabajo de la plantilla de Osakidetza. Precisamente en este momento, en el que las prestaciones del Servicio Vasco de Salud son manifiestamente mejorables.

El próximo 17 de junio se van a cumplir 35 años de la transferencia del Instituto Nacional de la Salud (Insalud) y del Instituto Nacional de Servicios Sociales (Inserso) al Gobierno vasco. A priori parecía un reto imposible gestionar una competencia que iba a suponer en un año el 45% del Presupuesto total de Euskadi y que obligaba a años de 'digestión' al asumir 111 centros de salud y más de 13.000 empleados. Los grandes artífices políticos de aquel traspaso desde el Gobierno central fueron el vicelehendakari Ramón Jáuregui y el consejero de Sanidad José Manuel Freire, ambos del PSE. Recuerdo estos nombres porque aquí parece que en Osakidetza todo empezó con el irrepetible Iñaki Azkuna.

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Habría que garantizar a los ciudadanos un servicio del que sigamos sintiéndonos orgullosos

El consejero Freire puso las bases de un servicio público de salud realmente modélico, porque fue el referente para el resto de las comunidades autónomas receptoras de las competencias sanitarias del Estado. Freire fue el creador de la tarjeta individual sanitaria, la cita previa, un nuevo concepto de asistencia, la universalización de la sanidad en el País Vasco y de programas de atención especializada que posteriormente serían mimetizados por otros servicios de salud autonómicos.

La llegada de Iñaki Azkuna a la consejería de Sanidad en 1991 marcó un nuevo rumbo en la sanidad pública vasca. El 23 de junio de 1993, el consenso de todos los partidos (excepto HB) -consenso que tanto echamos de menos algunos ciudadanos en estos tiempos- hizo posible el impulso parlamentario al plan estratégico Osasuna Zainduz. El también conocido como 'Plan Azkuna' sirvió para crear una imagen de marca con Osakidetza que, ante la ciudadanía vasca y de otras partes de España, hacía de la sanidad pública vasca un 'remake' del Hospital Monte Sinaí o una versión local de los envidiados sistemas de salud nórdicos. No era para menos con un tercio del Presupuesto del Gobierno vasco.

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Y en esa imagen de marca nos hemos quedado a vivir mucho tiempo hasta comprobar que algo está fallando en el buque insignia de los servicios sociales públicos. Esta pandemia nos ha pillado a todos con el pie cambiado: los profesionales de la medicina, la comunidad científica, la ciudadanía, pero sobre todo a la clase política. A todos nos ha tocado improvisar para adaptarnos a una realidad tan inesperada como indeseada. El propio lehendakari Iñigo Urkullu, en su mensaje de fin de año, con palabras que creo que le honran, asumió «las críticas recibidas» compartiendo su «desazón por no ofrecer soluciones».

No sabemos lo que durará esta pandemia, pero quizá éste sea un buen momento para ir pensando en un nuevo plan estratégico, con un amplio consenso, para poner al día la joya de la corona de nuestros servicios públicos. Y qué mejor que hacerlo recuperando el espíritu de los pioneros de Osakidetza: manteniendo sus principios, buscando la excelencia y garantizando a los ciudadanos un servicio del que sigamos estando orgullosos.

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