Hay agricultores y cosecheros que no se sienten cómodos en la Denominación Calificada de Origen Rioja. Es natural. Rioja es una marca de calidad con vinos colocados en todos los mercados del mundo. Con su etiqueta se venden botellas por cuatrocientos euros y otras por ... dos con cincuenta. Hay bodegas que producen quince millones de litros y otras que solo embotellan treinta mil litros. Lo raro sería que todos se sintieran a gusto con un mismo modelo cuando las circunstancias particulares son tan diferentes.
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Hay algunas bodegas que pese a una pequeña dimensión logran hacerse notar mediante vinos que despuntan por su extraordinaria calidad. Para otras, es muy difícil colocar sus vinos ante la competencia de grandes bodegas con historia, marca y relevancia conocidas. No se trata de que sean vinos necesariamente de peor calidad, sino de bodegas para las cuales es más difícil llegar al consumidor y que necesitan formas de comercialización diferentes que Rioja no solo no les ofrece, sino que además las sofoca.
La decisión que han tomado unas pocas de estas bodegas es la de constituir una nueva denominación de origen que las identifique con una nueva contraetiqueta. Esas pocas bodegas tienen sus tierras dispersas por toda la denominación, por lo que no responden a un área con una singularidad que las distingue de las demás, son viñas tan semejantes o distintas entre sí como el resto de las viñas de la denominación.
Tampoco ofrecen un método de elaboración que sea distinto a las otras ya que, como las demás, aplican los tradicionales modernizados con nuevas garantías de higiene y control del proceso.
Se trata, por tanto, de una voluntad de diferenciación que no está basada en la singularidad, sino en la forma de comercialización. Es posible que una nueva contraetiqueta les permita hacerse un hueco en determinados mercados o, tal vez, acabe por complicar aún más su actividad económica. Esa, desde luego, es una decisión que afrontan con valentía los pocos agricultores que parecen estar detrás de este proyecto.
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Sin embargo, la mayoría de los bodegueros y agricultores de Rioja Alavesa, que etiquetan sin problemas con esta etiqueta y bajo los parámetros de la Denominación creen que la existencia de fincas colindantes que no guarden los mismos controles que la DOC Rioja puede perjudicarles. El trasiego de vinos de otra denominación siempre es objeto de sospecha y la existencia de dos denominaciones en un mismo espacio puede complicar mucho el normal desarrollo de las labores del campo, especialmente si la nueva denominación aplica criterios más laxos en el control de los viñedos y la producción.
No hay razones objetivas para la creación de una nueva denominación cuando estamos hablando de los mismos viñedos y la misma forma de elaboración.
Otra cosa es la identificación de los vinos de Rioja Alavesa para que puedan ser reconocidos por los consumidores por sus propias peculiaridades. Hace ya diez años que los bodegueros alaveses pueden identificar como tales sus vinos y desde hace cinco años se pueden etiquetar como singulares de paraje, pueblo o finca.
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Esta opción no se ha extendido a todos los bodegueros alaveses, que siguen etiquetando mayoritariamente con el genérico Rioja. Tal vez no crean que esa certificación aporte un valor añadido tan significativo. Pero no sólo es eso, la realidad de las bodegas alavesas es que produciendo el 20% de toda la uva de la denominación, Rioja Alavesa vende el 32% de los vinos de esta marca, ya que compra y elabora mucha uva de la que se produce en la comunidad vecina.
La fractura de la denominación Rioja dejaría a Álava sin la mitad de su comercio vinícola. Por ello, la apuesta por la división apenas si va a alcanzar a un 1% de toda la producción alavesa. Esto no significa que no pueda afectar negativamente a su imagen y proyección, pues la promoción de la nueva denominación se pretende hacer mediante el desprestigio de la que está asentada.
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Detrás de esta operación está la voluntad de unas pocas bodegas, alentadas por las instituciones vascas, por hacerse con mercados distintos a los del Rioja, que encuentran saturados, pero también hay un proyecto político que aspira a la fractura de la marca por razones ideológicas.
Si el objetivo fuera identificar los vinos por sus cualidades y singularidades particulares (tantas veces argüido), la aspiración no podría ser la de dividir la denominación por su administración política, como se pretende, sino por características del suelo, ubicación, altura u otras peculiaridades, que no se corresponden con estar en La Rioja o en el País Vasco, sino por otras circunstancias que seguirían mezclando términos geográficos de ambas comunidades; que es lo que, desde algunas instancias, se resisten a aceptar.
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