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Un debate que nos acompañará en los próximos años, de la mano de la búsqueda del bienestar de las personas, es el que tiene que ver con el empleo y la renta básica universal. Estamos acostumbrados a ver el trabajo desde una cierta perspectiva de ... maldición bíblica, que ha condicionado el papel del empleo en la sociedad, dando por hecho la inevitabilidad de tener que trabajar al servicio de organizaciones en condiciones muchas veces de explotación más que pensando en el progreso y desarrollo de las personas.
Es verdad que la lógica de la competitividad territorial y empresarial nos lleva a que trabajar consista en ocuparse en una actividad física o intelectual a cambio de una remuneración, ejerciendo una profesión u oficio, convirtiendo al trabajador en un input al servicio de los medios de producción. En ese contexto, el empleo surge como el espacio de intercambio entre la persona y una organización. Una lógica de intercambio entre la oferta y la demanda, en la que el mercado laboral reflejaría el conjunto de relaciones entre empleadores y personas que buscan trabajo remunerado. Sabemos, también, que el progreso de un país pasa por que crezcan el número de personas y sus capacidades. Lo cual, cada vez más, tiene que ver con aspectos como la incorporación de la mujer al mercado laboral, la baja natalidad, el envejecimiento de la población, la inmigración, el nivel de formación de los trabajadores, la demanda de nuevos perfiles ante el desarrollo tecnológico y la creciente automatización, etcétera.
Pues bien, esa visión de las personas como inputs en la función de producción, típica de una competitividad basada en la productividad, lleva a entender el vínculo del empleo en términos utilitaristas, sin considerar la perspectiva personal, lo que implica una cierta 'cosificación' de las personas. De ahí que sea muy relevante incorporar la visión de la persona trabajadora también desde la perspectiva de su bienestar, o podría acabar siendo considerada progresivamente como un excedente del que, en su momento, deshacerse por su nula contribución al desarrollo material. Por eso, la naturaleza del vínculo entre empleador y empleado debería evolucionar, y valorarse desde la persona, no solo desde la perspectiva de la organización.
Así, desde la mirada del bienestar de las personas, el empleo debería entenderse como algo más que la pura transacción material de un trabajo realizado durante un tiempo a cambio de un salario que provee de recursos monetarios para ser intercambiados por bienes y servicios. En consecuencia, debería incorporar otras facetas fundamentales, como el desarrollo personal, el desarrollo profesional, el ocio y la cultura, la participación en la vida comunitaria y social, la conciliación de la vida laboral y familiar, la participación en el gobierno de la organización, la calidad de vida en el trabajo, la salud laboral, el aprendizaje, el acceso a la información…
Por otra parte, y para añadir complejidad a la cuestión de la relación entre el empleo y el bienestar de las personas, asistimos al impacto creciente de la automatización. Keynes acuñó en la década de 1930 el término de 'desempleo tecnológico' como «el desempleo debido al descubrimiento de medios para reducir el uso de la mano de obra y que crece a un ritmo que sobrepasa la capacidad de hallar nuevos usos para dicha mano de obra», e introdujo una visión optimista al decir que «en cien años es posible que el progreso haya liberado a la Humanidad de la lucha por la subsistencia y la propulse a su destino de felicidad económica». También Nicholas Carr apunta una mirada optimista al decir que «desplegada con inteligencia, la automatización puede relevarnos de trabajos esclavizantes y espolearnos hacia empeños más excitantes y satisfactorios».
Son perspectivas que ponen el énfasis en el bienestar de las personas. La cuestión es que, si el empleo pierde su función de obtención de recursos para la supervivencia, aparece la necesidad de garantizar una renta básica universal. Aquí Carr no es tan optimista: «Cuesta mucho imaginar a los magnates actuales de la tecnología (...) aceptando la clase de esquema gigantesco de redistribución de la riqueza que sería necesario para subvencionar las actividades de ocio y autorrealización de las masas desempleadas». Para Harari, «la renta básica universal supone que los gobiernos graven a los multimillonarios y a las empresas que controlan los algoritmos y los robots, y que utilicen el dinero para pagar a cada persona un salario generoso que cubra sus necesidades básicas». Como podemos apreciar, esto supone un cambio de paradigma de profundas consecuencias a todos los niveles, por lo que sería conveniente afrontar la cuestión considerando todas las facetas implicadas, y evitar caer en la superficialidad al abordar una verdadera revolución en el modelo social de bienestar.
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