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Parece que el cambio climático también está colaborando a ocupar las calles por manifestantes ante la situación política actual española, además de calentar las cabezas de muchas de sus señorías. Veremos ahora que entra la borrasca. Dejando a un lado las valoraciones innecesarias de que ... todo el mundo tiene derecho a protestar, o que hay que protestar sin violencia u otras afirmaciones banales y absolutamente vacuas, no por inciertas, sino por obvias, el espectáculo no deja de sorprender.
En algún momento se ha pensado que eran los ciudadanos de a pie, el vulgo, los que, a falta de otras vías de protesta y expresión de su malestar ante problemas concretos, y al no disponer de un acceso directo a órganos oficiales, se lanzaban a la calle para hacerse oír. Sin afán de inmiscuirnos en la teorización de las revoluciones, la calle que estamos viendo, y que es retransmitida diariamente como si de una vuelta ciclista se tratara, dista mucho de ser un fervor popular.
De hecho, cuesta comprender, por lo menos nos cuesta a algunos, cómo los políticos en activo, y en el poder, se mezclan entre los manifestantes de una convocatoria de protesta para pedir al propio poder, o sea a ellos mismos, el asunto que sea. Pero entonces, ¿a quién reclaman sus peticiones? ¿Contra quiénes protestan? ¿Contra ellos mismos o a otra fuerza celestial superior? Es decir, la calle podía ser un medio que sirve al ciudadano de a pie como escenario para expresar, por ejemplo, su inconformismo ante determinadas políticas llevadas a cabo por los gobernantes, sean estos quien sean.
El panorama resulta desolador. Un vicepresidente de una comunidad autónoma, megáfono en mano, profiriendo insultos contra políticos, periodistas, mujeres y hombres. Una presidenta de otra comunidad, que ostenta tal cargo gracias a la democracia, animando a ir contra el 'golpe de Estado' que deben de estar gestando los otros, sus adversarios políticos, porque los suyos no han salido vencedores en esta última vuelta de la nueva legislatura. Otros, soltando hipérboles emocionales ante la inminente destrucción de toda nuestra vida acechada por 'el mal'. Pues nada, a rezar, que arzobispos y obispos han tildado de «inmoralidad» las acciones políticas, y ya sabemos, gracias a sus intervenciones, que Dios y política van de la mano, convirtiéndose ellos mismos en guardianes de la moral, al más puro estilo iraní.
Hemos aprendido que el sistema democrático actual se basa en tres poderes, tres pilares que, aunque conectados entre sí, son independientes (o deberían). Pero se está haciendo difícil creérselo en su plenitud; he ahí que a esa calle popular han salido, nada menos, que los togados. Esas personas del poder judicial que dictan sentencias, aceptan o rechazan recursos, nos indican si estamos dentro o fuera de la ley, y que tendrán su voz y sentencia cuando les llegue su turno, pero en los tribunales, su ámbito.
Y siguiendo en esa misma avenida, ¿cómo es posible que un político en activo, con su escaño, con voz y voto, haga su trabajo en el Congreso, exponga sus ideas y no espere a una réplica porque tiene que irse corriendo a gritar en contra de la propia tribuna desde la que puede y ejerce su derecho? ¿Cuál es su territorio? ¿El atril o la calle? ¿Y dónde se queda nuestro espacio? ¿Dónde protestamos los que no tenemos púlpito?
Una de las razones, entre múltiples factores, de llegar a este grado de crispación es que haya alguien con la suficiente autoridad, y un gran altavoz, que dé con la llave para entrar en nuestras emociones, miedos, inseguridades… ajenas a la razón y el entendimiento. No hay más que ver, además de los eslóganes, la pobreza de las intervenciones en el Parlamento, con ausencia total de argumento-contraargumento. No nos enteramos. Todos los discursos y réplicas están preparados de antemano y son leídos, al más puro estilo '¿Dónde vas? Manzanas traigo'. Estamos en un panorama político muy difícil de digerir, a no ser que se tengan grandes dosis de protectores gástricos. No falta más que cantar: '¡Artillero, dale fuego!'. Sin saber que es porque se casa el pastelero (Artillero, dale fuego, ezkontzen zaigula pastelero!).
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