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Alberto Núñez Feijóo quiere obviarlo, pero el elefante está en la habitación. Los primeros días del nuevo presidente del Partido Popular han estado marcados por una agenda medida al milímetro. Varias entrevistas en medios, una visita a la Zarzuela y una reunión con Pedro Sánchez ... para dejar un mensaje claro: este PP no es el de Pablo Casado. Sin embargo, todavía no sabemos en qué se diferencia. El elefante está en la habitación y en el Gobierno de Castilla y León; la extrema derecha no es un inquilino más, aunque Feijóo se ausentara de la investidura de Alfonso Fernández Mañueco. Vox pone una música que Casado bailaba mal, veremos si el nuevo líder popular intentar moverse al ritmo de Santiago Abascal o sale de la habitación.
La investidura de Mañueco es el preámbulo del mapa de alianzas que tendrá que diseñar el PP en los próximos meses. Las encuestas dibujan una correlación de fuerzas del campo derechista similar en Andalucía, el resto de las comunidades autónomas que se decidirán en un año y el Congreso. Mientras Feijóo habla de la necesidad de comportarse como un partido de Estado, Santiago Abascal lanza mensajes revisionistas sobre el bombardeo de Gernika y sus diputados comparan a Hitler con el presidente del Gobierno. Y Abascal no es tonto: sabe que tiene un electorado amarrado y estas declaraciones no le penalizan. Entonces, ante la evidente imposibilidad de acercarse a los 10 millones de votos de José María Aznar, sus coetáneos le preparan la pista de aterrizaje discursivo: Pedro Sánchez pacta con comunistas, el PP tiene líneas rojas inquebrantables o la entrada de Vox en las instituciones puede servir para que modere su discurso. A ver si al final el pragmatismo del presidente gallego va a consistir en eso, en hacerse el gallego.
La extrema derecha ha devorado el discurso del PP. Y, a diferencia del crecimiento de Ciudadanos, Vox ha tenido una subida gradual que ha calado en zonas rurales, grandes ciudades y en votantes de todas las edades; no va a desaparecer de la noche a la mañana. Feijóo, que hace unos meses presumía de presidir la única comunidad autónoma sin diputados de extrema derecha, no está cómodo en este mapa político, pero no le queda otra. Ni a niveles internos: la única opción que tiene el PP para llegar a La Moncloa es una dupla entre una Isabel Díaz Ayuso que dé la batalla cultural ante el electorado joven y un presidente de partido que apueste por reformas económicas.
La vampirización del PP también tiene como culpable a una izquierda que prefirió dar alas a la ultraderecha antes que combatirla. Ahora esos mismos debaten entre predicar cordones sanitarios inútiles o afirmar que este cerco a la extrema derecha no tiene sentido, ya que Feijóo, Casado y Franco son lo mismo. En primer lugar, un cordón sanitario tendría lógica antes de que Vox se hubiera convertido en la llave de gobiernos autonómicos. En segundo, exige una correlación de fuerzas que va más allá de los partidos políticos y que en España no se da. Y, por último, no hay ninguna evidencia de que funcione.
Es absurdo pensar que en España existe una tradición republicana como la que evocó Jacques Chirac para hacer frente a Jean-Marie Le Pen. De todos modos, esa estrategia ha servido para mantener a la extrema derecha fuera de cotas de poder en Francia, pero no para detenerla electoralmente: la extrema derecha tiene más posibilidades que nunca de ganar la segunda vuelta de las elecciones francesas.
En Alemania la estrategia del cordón sanitario también funcionó, evocando un pacto entre socialdemócratas y conservadores. En Grecia el neonazi Amanecer Dorado quedó noqueado tras la movilización ciudadana. Sin embargo, el resto del mapa europeo está plagado de fracasos al intentar parar a la extrema derecha. Basta mirar lo sucedido los últimos años en Italia, Holanda o Hungría.
Ante este mapa devastador en una Europa en guerra, uno se pregunta si el régimen de la Transición volverá a recomponerse, al igual que lo hizo tras la irrupción de Podemos. La segunda designación de Pedro Sánchez como secretario general socialista reimpulsó al PSOE como partido alfa de la izquierda; queda por ver si Feijóo consigue lo propio en la derecha. Para ambos partidos sus extremos son tan incómodos como necesarios, pero los dos intentarán gobernar sin ellos. Caminamos hacia un ciclo político en el que PP y PSOE soñarán con gobiernos en solitario, apoyados por una abstención del otro partido histórico, que podría abrirse paso a cambio de hacer lo propio cuando corresponda. Sin embargo, sorprende cómo las demandas desde la derecha para esta gran coalición en diferido no provienen de la necesidad de tejer un cordón sanitario a la ultraderecha (con la que no tendrían problemas en gobernar), sino del propósito de atajar una inexistente inestabilidad política (recordemos que Sánchez ha sacado adelante todas sus votaciones clave).
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