Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada, sentido Cantabria, por la avería de un camión

El 24 de marzo se conmemoró en Argentina, con un número masivo de asistentes a las manifestaciones convocadas por los organismos de derechos humanos, el aniversario del golpe de Estado de 1976. Ante el negacionismo del nuevo Gobierno de Javier Milei, miles de personas salieron ... a las calles para reivindicar que el olvido no es solo imposible, es también indeseable. A pesar de que han pasado cuarenta años desde el fin de la dictadura, las secuelas de su represión todavía están presentes. A veces, el recordatorio es positivo: muestra que la lucha por mantener la memoria viva puede tener consecuencias prácticas, tangibles. Es el caso de los continuos juicios a represores, todavía vigentes, que se hicieron posibles a partir de 2003, tras la anulación de las leyes anticonstitucionales que protegían a los perpetradores (Ley de Punto Final y Ley de Obediencia Debida). Asimismo, una de las prácticas represivas de la dictadura que ha tenido consecuencias en el presente de la sociedad argentina es el secuestro de bebés nacidos en cautiverio y entregados a familias afines al régimen (sus madres, por lo común, asesinadas), así como la desaparición de padres y madres, incluso abuelos y abuelas, de la generación nacida en la década de los 70.

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Los descendientes directos de las personas desaparecidas han tenido un protagonismo indiscutible en la lucha por los derechos humanos desde su llegada a la madurez, particularmente desde los años 90. La constitución de H.i.j.o.s. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) fue un hito político, social e incluso, me atrevería a decir, psicológico. H.i.j.o.s. recupera, a través de la acción en la esfera pública, la presencia de los desaparecidos y reivindica el proyecto político de sus padres y madres, creando una coherencia identitaria que va más allá del trabajo de duelo. Junto con las Abuelas de Plaza de Mayo, H.i.j.o.s. ha contribuido a la restitución de bebés robados. Hay también muchos hijos e hijas que no militan en ninguna organización, pero que forman parte del impulso de verdad, justicia y reparación que mueve a esa parte nada marginal de la sociedad argentina, como hay también cientos de supervivientes que con su testimonio han hecho una labor imprescindible para saber cuál fue el destino de muchas víctimas, esclarecer la maquinaria del secuestro, tortura, asesinato y desaparición, identificar a los represores y participar como testigos o parte de la acusación en los juicios contra ellos.

Los descendientes de desaparecidos tienen un protagonismo indiscutible en la lucha por los derechos humanos

Esta historia se puede rastrear en los libros de dos mujeres de distinta generación (una superviviente de la represión, otra hija de desaparecidos) cuya vida ha sido atravesada por la violencia de la dictadura. Ambas dan dos visiones diferentes y complementarias, versiones complejas de la memoria más allá de la militancia o de los discursos hegemónicos esgrimidos por las asociaciones de derechos humanos en torno a la supervivencia y la identidad. Uno es 'La llamada' (Anagrama, 2024), en el que la periodista Leila Guerriero, tras dos años de entrevistas a Silvia Labayru y su entorno, presenta «un retrato» (así lo llama ella) de esta superviviente de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada), el centro clandestino de detención por el que pasaron unas 5.000 personas y del que salieron vivas menos de doscientas. En la misma ESMA, Patricia Julia Roisinblit fue asesinada después de dar a luz a un niño del que se apropió una familia cercana al régimen. Patricia y ese niño son la madre y el hermano de Mariana Eva Pérez, la autora de 'Diario de una princesa montonera', publicado en Argentina en 2011 y reeditado en 2022. Mariana tenía 15 meses cuando sus padres fueron secuestrados. Silvia Labayru y Patricia Julia Roisinblit no coincidieron en el tiempo de cautiverio: la primera estuvo detenida entre diciembre de 1976 y junio de 1978; la segunda fue secuestrada en octubre de 1978, embarazada de 8 meses, y no volvió a aparecer con vida.

En 'La Llamada', Leila Guerriero hace un retrato complejo de Silvia Labayru: no se ciñe exclusivamente al relato en torno a la ESMA, lo que vivió justo antes (su militancia en el grupo armado Montoneros) o después (el difícil exilio como superviviente y sospechosa de colaboración), sino que presenta la vida de una mujer que, marcada por esa experiencia, no hace de ella su centro. El método periodístico de Guerriero hace que surjan los matices: Labayru no forma parte de asociaciones de supervivientes, no milita, participa con incomodidad en conmemoraciones y eventos públicos; al mismo tiempo, gracias a una valiente denuncia suya y de otras dos supervivientes se condenó en 2021 a dos represores de la ESMA por violencia sexual contra las secuestradas. Con ello, además de lograr cierta justicia, Labayru consiguió poner sobre la mesa dos temas incómodos que crean una brecha en la homogeneidad de los discursos sobre la represión y la supervivencia: el consentimiento sexual en situación de secuestro-detención y la especificidad de la violación como forma de tortura autónoma.

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Por su parte, Mariana Eva Pérez en 'Diario de una princesa montonera' trata la identidad de «hija» y el peso de la desaparición (el «temita», lo llama ella) con desfachatez, ironía e irreverencia no exentas de dolor. Muestra que hay muchas formas de hacer memoria y que no todas pasan por un discurso consensuado, que hay muchas maneras de ser hijo/a y que la identidad no tiene por qué inscribirse exclusivamente en el imaginario político dominante. Tal vez lo que más incomoda (para bien) es su forma de romper con las historias celebratorias en torno a la restitución de los hijos apropiados.Expone sin tapujos el fracaso de la relación con su hermano. Es duro leer un relato así, incomoda saber que la encomiable labor de las Abuelas de Plaza de Mayo a veces tenga consecuencias nefastas. Pero es necesario saberlo. Tanto la honestidad dolorosa del 'Diario de una princesa montonera' como la complejidad del retrato de Silvia Labayru en 'La Llamada', ofrecen una interpretación profunda, matizada, llena de riqueza y contradicciones del pasado y el presente argentinos. Y esta es la fuerza de la literatura: nos revela la densidad de la vida y sus zonas grises; nos incomoda y cuestiona; y rompe, afortunadamente, la irremediable univocidad de los discursos políticos.

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