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Hemos vivido una intensa globalización, que la pandemia y los problemas de la cadena de suministro han acabado por cuestionar. Resulta difícil enjuiciarla. En su favor está sacar de la pobreza a millones de asiáticos, generando el crecimiento del comercio internacional y la reducción de ... costes y precios, que nos ha permitido disfrutar una baja inflación. Por el contrario, nos ha hecho vivir corriendo, en una competición de costes permanente, moviendo los centros de producción, para acabar haciendo de China la fábrica del mundo.
Luego, la geopolítica le ha hecho una opa a la economía y hemos pasado del orden internacional al desorden global, hasta que las piezas encajen de nuevo. En este contexto debemos situar el debate actual sobre proteccionismo. En 2001, la Organización Mundial del Comercio (OMC) admitió a China como miembro, disparando su potencial, pero sin exigirle ciertas obligaciones de reciprocidad. Las grandes compañías occidentales veían allí un enorme espacio de crecimiento para sus negocios, pero a nuestra sociedad le faltaba una mirada de largo plazo para darse cuenta de que estaba cediendo su conocimiento a un competidor que jugaba con otras reglas. China ha aprovechado muy bien estos años para erigirse en potencia geopolítica y económica, con un visión de largo plazo, más difícil en las democracias occidentales, que le permite hoy liderar productos críticos para la transición energética, como los paneles solares, el vehículo eléctrico y sus baterías. Ahí está el problema.
En definitiva, la pandemia y sus derivadas nos han hecho pasar de una globalización pura a una globalización por bloques, modificando el aprovisionamiento de las empresas, que ahora incorpora un sesgo regional, para comprar al proveedor solvente de la región amiga que no te deje colgado. Esto se conoce como 'friend-shoring', porque necesito, visto lo visto, esa confianza y cercanía. A la carrera, las empresas occidentales tratan de establecer un canal alternativo al suministro chino, lo que favorece a países como India y México.
Por su parte, la UE ha buscado postularse como la vanguardia verde, pero sin tener las cartas para ello, empezando por la energía. Lo ha hecho, como acostumbra, tirando de regulación, con medidas que el mercado le obliga luego a revisar para construir sobre un suelo sólido, con un poco menos de ideología y un poco más de realismo y tecnología. Como pista, parece admitirse el vehículo de combustión si utiliza e-fuel. Hemos puesto el carro antes que los bueyes y la imagen de nuestros puertos repletos de coches chinos ha disparado las alarmas.
Apenas hace unas semanas el líder chino visitó Francia. Tras la cena de gala, Von der Leyen amenazaba con aranceles si China no regulaba la ofensiva de su coche eléctrico. Poco después, Biden, flojo en las encuestas, se tira a la piscina con aranceles del 100%. Tras las elecciones, una presidenta de la Comisión más segura echa a rodar la medida, que se concretará tras el verano, con un arancel provisional, desde el actual 10% hasta el 48%, afectando a los productores en suelo chino, incluidos BYD y el americano Tesla. Pero los fabricantes europeos temen represalias de Pekín y prefieren hablar de igualdad de condiciones, porque hay muchas relaciones cruzadas, como las ventas alemanas en China o la adquisición de Volvo por Geely.
Para los expertos del sector, es poco probable que el arancel detenga el avance chino, porque tienen margen para recortar y quizás pueda acelerar la producción china en Europa, como la prevista en Hungría y la de ensamblaje en Barcelona. Tal vez muchos mercados emergentes caigan en manos de China, porque ya crecen sus exportaciones al sudeste asiático y Latinoamérica.
Los aranceles son impuestos a los consumidores y flota en el ambiente la idea de que el proteccionismo enmascara, pero no resuelve, el problema de fondo, que no es otro que la industria china, apoyada en la planificación del partido, lleva años apostando por el coche eléctrico y su elemento crítico, la batería, mientras que el liderazgo europeo parte de la tecnología diésel y tiene mucho que correr para poder competir. No es casualidad que China hoy produzca el 80% de los paneles solares, que sea el líder del vehículo eléctrico y de las baterías que lo hacen posible. Todo proviene de una planificada inversión industrial con fondos públicos, que ahora Occidente denuncia.
Como recuerda Enrico Letta en su reciente informe, la sociedad europea siente la necesidad de sentirse protegida. Quizás por ahí van las medidas anunciadas, que tienen aspecto de que se irán negociando a la baja en las próximas semanas y responden más a la necesidad de que Europa se proyecte como un actor internacional de peso. En realidad, más que aranceles, lo que necesitamos es contar con una política industrial europea realista y una posición internacional capaz de exigir reciprocidad e igualdad de condiciones. Sin ello, los anunciados aranceles son solo fuegos de artificio.
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