En una época dominada por el escepticismo existe, paradójicamente, una ética del esfuerzo que nos incita a mejorar y superarnos a través del deporte, que tiene hoy un enorme protagonismo en nuestra sociedad, tanto por su práctica masiva como por su plástico espectáculo. Además, su ... resultado incierto genera gran audiencia en medios, porque la emoción gana al guion cerrado. El olimpismo nos acompaña desde hace siglos y el evento deportivo por excelencia son los Juegos, una historia de éxito.

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Resulta evidente la relación entre poder económico y deportivo, con estadounidenses y chinos a la cabeza, aunque India y Brasil presentan un pobre balance. Desde los antiguos griegos son los mismos atletas corriendo por el honor de la victoria, que recaía y recae en los deportistas y sus países. Todo ello proyecta una enorme capacidad de influencia global, lo que convierte a la denominada diplomacia deportiva en el mejor ejemplo del llamado poder suave, por contraste con el poder duro o económico. Se busca mandar, pero a través del prestigio del país. Si alguien lo ha entendido es el líder chino, que riega África de recintos deportivos, con la diplomacia de los estadios.

Los Juegos modernos nacen en 1896 por la pasión de Pierre de Coubertin por el humanismo clásico, de donde provienen sus importantes símbolos, muy asociables con patrocinios y marcas, que acaso explican su éxito. En realidad, la historia de los Juegos es nuestra propia historia, mezclando gestas deportivas con imágenes icónicas, como Berlín 1936, con Hitler en la tribuna y el atleta afroamericano Jesse Owens en el podio.

En el periodo de la Guerra Fría las dos potencias rivalizan, con ventaja soviética, que hace del deporte una cuestión de Estado. De México 68 recordamos a dos atletas de raza negra con el puño en alto en el podio, De Múnich 72 quedan los atentados de Septiembre Negro; y de los Juegos de Montreal, el boicot a Sudáfrica. Barcelona 92 permanece como la gran referencia, un hito difícil de superar por su espíritu mágico en el ambiente, con una población entregada y unas inversiones públicas que mejoraron la ciudad, posicionándola en el mundo.

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Francia no pierde ocasión de vender país e inaugura una visión sobre dos ejes: la sostenibilidad y la seguridad

Los últimos años, las cosas no han sido fáciles: Río tenía todo por hacer y eligió un mal momento, mientras Tokio tuvo que lidiar con la pandemia. Estas experiencias han cuestionado si la organizaciónn de unos juegos es buena idea, lo que ha reducido el número de candidatos, obligados a un largo proceso, que puede acabar sin éxito. Todo ello ha exigido al Comité Olímpico Internacional una reflexión, que concluye que los candidatos deben contar con infraestructuras previas, de forma que el esfuerzo sea razonable y encaje con la estrategia a largo plazo del aspirante. Además, se necesita tiempo para planificar, por lo que el COI ha tirado hacia adelante eligiendo a Los Ángeles en 2028 y Brisbane en 2032.

Francia apuesta por los Juegos porque no pierde oportunidad de vender país, aunque la coyuntura tensa la iniciativa. La izquierda, muy rápida contra Le Pen, ha sido muy lenta para proponer a Lucie Castets. Macron pide ahora centrarse en los Juegos, porque afronta un evento de riesgo, con un Gobierno interino y los vecinos inquietos.

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París inaugura esta nueva visión sobre dos ejes: la sostenibilidad y la seguridad. La primera no es solo medioambiental, basada en reducir a la mitad las emisiones de Co2, sino también económica, porque su presupuesto es muy inferior, al utilizar un 90% de instalaciones deportivas preexistentes o temporales. En cuanto a la seguridad, ha sufrido el terrorismo islamista y mira de reojo a Putin, por lo que hay previstos tres planes alternativos para la ceremonia inaugural. El plan estrella es arriesgado pero imbatible, con los atletas navegando en cien barcos por un renovado río Sena, entre el puente de Austerlitz y la explanada de Trocadero, que rememora su victoria en el fuerte de tal nombre, frente a las playas gaditanas en 1823.

La plasticidad de los Juegos puede ser extraordinaria: los patinadores y bailarines de 'breakdance' competirán en la plaza de la Concordia, los arqueros en Los Inválidos, mientras que los jinetes cabalgarán en Versalles. A los pies de la Torre Eiffel veremos la arena de un estadio temporal de voley playa. Una pena que el surf no sea en Biarritz, sino en Tahití. Si sale bien, unos 1.500 millones de espectadores de televisión grabarán en su memoria una ciudad inolvidable. Si hay que tirar de los otros planes la cosa baja de nivel y si falla la seguridad puede quedar en un ejercicio de arrogancia.

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Hay que desear que los de París sean un éxito porque los Juegos nos recuerdan nuestros orígenes y mejores valores. Son algo único, capaz de sortear vaivenes y sostenerse en el tiempo. Su espíritu guía tanto al ciudadano urbano que corre por sus calles como a miles de atletas que buscarán estos días la gloria olímpica, cuyo lema sigue vigente: 'Citius, Altius, Fortius, Communiter', es decir,Más rápido, Más alto, Más fuerte, Juntos.

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