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Se preguntarán ustedes por la relación entre Cuba y Groenlandia, porque no puede haber islas más diferentes. La primera es pequeña, cercana y caribeña, mientras ... que la segunda nos resulta alejada, extensa y fría. Pero puede que acabe existiendo una conexión entre ellas, por ser objeto del deseo de la Administración estadounidense bajo las presidencias de McKinley y Trump. Este último tiene como modelo al primero por su común afición a subir aranceles y ganar territorio.
El país ya había crecido con la compra de Luisiana y con la mitad del territorio de México, tras la guerra con su vecino. Pero viene a cuento recordar lo ocurrido en Cuba, porque la actual tensión de Trump con Groenlandia se le parece mucho. Como ocurre ahora con Dinamarca, también EE UU propuso a España comprar la isla, con igual respuesta. En el fatídico 1898, el embajador español comete el error de llamar canalla al presidente McKinley en una carta privada, que acaba en manos del magnate de la prensa Hearst, autor de la frase «ponga usted las ilustraciones, que yo pondré la guerra».
El error enciende a la opinión pública estadounidense, especialmente tras la explosión en La Habana del acorazado 'Maine', endosada sin pruebas a España, lo que trae una guerra que se pierde en tres meses. Un año antes, Cánovas del Castillo había sido asesinado en el balneario de Cestona y su sucesor, Sagasta, temeroso de perder incluso Canarias, apenas puede negociar el tratado de paz y cede Cuba, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam. Poco importa que la propia investigación americana del 'Maine' descarte en 1960 la autoría española.
La Administración McKinley solo buscaba ganar Cuba y se encuentra con que la debilidad rival le regala Filipinas. En apenas tres meses, una nación nueva se convierte en potencia colonial en el Caribe y Asia, a costa de la autoestima de un país antiguo, que borra una presencia de cuatro siglos en sus territorios de ultramar. Pese a la derrota, los españoles siguen allí con su vida y sus negocios porque la relación iba mucho más allá de lo colonial. Tras un primer gobierno de la metrópoli, se nombra en 1902 un presidente local, pero siempre bajo la sombra del vecino. Luego viene Fidel Castro y el resto es historia reciente y bien conocida
Por su parte, Groenlandia es la isla más grande del mundo, aunque poblada solo por 56.000 habitantes y cubierta de hielo en un 80%. Está situada entre el Atlántico y el Ártico, mirando por el sur a Escandinavia y por el norte a Canadá y Rusia. Desde hace dos siglos depende de una Dinamarca distante en 3.000 kilómetros pero está dotada de una gran autonomía, que le permite controlar sus recursos y la opción de acogerse al derecho de autodeterminación, aunque dentro del reino danés. Las elecciones recientes dan la victoria a un partido favorable a una gradual independencia. Está pendiente la renegociación del tratado con EE UU, que tiene bases en la isla. Trump invita a Groenlandia a convertirse en Estado norteamericano, ningunea a Dinamarca e insiste en que vendan la isla, hasta que su conversación telefónica con la primera ministra danesa acaba a gritos, tras la negativa de Mette Frederiksen.
Todo el Ártico suscita el interés de los ocho Estados concernidos: Rusia y Canadá, sobre todo, a los que hay que añadir EE UU, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia, que conforman el Consejo Ártico, junto con observadores como China, que se autodenomina «Estado cercano al Ártico». Esta renovada atención se debe a que el derretimiento del hielo parece hacer más viable el paso del Noroeste, corredor marítimo entre Siberia y Alaska, que, a través del Ártico, ataja la ruta entre el Atlántico y Pacífico.
Además, los Estados interesados compiten por controlar el lecho marino, tratando de poner la geología a su favor, para demostrar que es una extensión de su plataforma continental, explotar sus recursos y gestionar la navegación futura. Por ahora, Rusia va por delante, porque representa la mitad de la costa ártica, lo que permite al viejo zorro Serguéi Lavrov considerarlo 'su territorio' e incluso atreverse a proponer a Washington compartir su explotación; una muy buena razón para que Trump se olvide de Europa y se lleve bien con Putin, aunque para completar el cuadro necesita la colaboración de la isla danesa.
Puede haber elementos comunes entre lo ocurrido en Cuba y las noticias actuales sobre Groenlandia. Mientras los rebeldes cubanos luchaban contra la metrópoli, el rol norteamericano fue variando en el tiempo: observador primero, avalista después, para acabar en actor principal. Aquí no llegará tan lejos. Groenlandia está muy alejada de Dinamarca y su escasa población puede buscar que su ubicación, tradicionalmente un castigo, se convierta, por una vez, en un premio en favor de su economía, apostando por una colaboración con una nueva metrópoli, esta vez EE UU.
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