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Con ocho años de retraso, Bruselas logra sentar juntas a dos regiones que representan a sesenta Estados, 27 de la Unión Europea y 33 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), nacida en 1999 con vocación de interlocutor global. Para resumir, la cosa ... acaba en tablas, con buenas vibraciones en el convenio con Mercosur y la promesa europea de invertir 45.000 millones para el desarrollo del área, a modo de 'ruta de la seda' europea.
Para entender el resultado de la cumbre conviene citar a Borrell, quien advertía de que la UE persigue una mezcla de valores e intereses, siendo ambos igualmente legítimos. Eso es lo que somos y conviene saberlo para no venirnos demasiado arriba. En este caso son ambas partes las que llegan a la cita con esa idea mixta. Con estos mimbres, la cumbre no podía recorrer mucho camino porque cada parte va a lo suyo. Europa, a por setas y Rolex, pretendiendo, además del acuerdo económico, apretar las tuercas de la posición latinoamericana ante la invasión rusa de Ucranina, aunque el texto acordado ni siquiera menciona al invasor.
Por su parte, la Celac, liderada por Lula da Silva, acude a la cita reclamando la factura del «abuso colonial» y mostrando escepticismo ante los valores europeos, según ellos muy exigentes con el invasor ruso, pero más distraídos en otras geografías. Su mensaje viene a ser algo como 'vamos a seguir hablando porque nos interesa fomentar la relación, pero prepara algo más que palabras si pretendes negocio y reservas minerales'. Nada más relevador que el cruce de palabras entre Lula y Macron, advirtiendo el primero que la exigencia medioambiental no puede ser coartada para el proteccionismo europeo y matizando el segundo que no cabe exportación latinoamericana a Europa sin cumplir el estándar medioambiental.
La realidad es que ambas partes están interesadas en el diálogo porque buscan una posición autónoma en el mundo bipolar que se avecina. Latinoamérica necesita crecer, tras una década perdida, y no acaba de fiarse de la bondad china, que exporta, pero no invierte en la zona. Por su parte, la UE es consciente de haber descuidado sus flancos mediterráneo y latinoamericano, justo aquellos que afectan más a España por su posición geográfica y cultural. Deja pendiente el primero, pero se ocupa del segundo y corteja a Latinoamérica porque le ofrece un nuevo El Dorado con sus reservas minerales y alimentarias.
Lo cierto es que necesitamos sus reservas de litio, grafito, níquel y cobre para hacer viable la transición energética y, por el interés te quiero Andrés, giramos el cuello hacia Latinoamérica, aunque es justo recordar que la UE ya era el principal inversor directo en el área. Se trata ahora de capitalizar esa presencia con una política coordinada que pueda frenar a China, que en la última década lidera las exportaciones en el sur del área. Más allá del cliché de la tierra de la oportunidad desperdiciada, la zona ha perdido convergencia en la última década, pero está bien posicionada para los nuevos desafíos, como la transición energética y la inseguridad en el suministro alimentario. Para compensar este riesgo, América Latina está bien situada por ser el principal exportador alimentario neto del mundo, pudiendo abastecer a una población adicional a la suya, especialmente si mejora la eficiencia de algunos procesos. Otra oportunidad que no puede desaprovechar.
Al fondo del pasillo, la anunciada ratificación del acuerdo UE-Mercosur es clave. Tras una larga negociación se cerró un Tratado de libre comercio en 2020, capaz de impulsar un pacto de mayor calado entre bloques y duplicar los flujos comerciales entre unas economías muy complementarias: materias primas y alimentación hacia Europa y tecnología e infraestructuras para el desarrollo hacia América.
En cuanto la posición española, quizás la falta de una única política exterior sostenida nos puede haber hecho perder peso. No somos locomotora, pero viajamos en los primeros vagones por razones empresariales y culturales. Por ello no han faltado sociedades locales en el encuentro empresarial paralelo a la cumbre, como Iberdrola, Banco Santander, BBVA, Acciona, Telefónica y Balearia, a las que acompañan otras empresas nórdicas, alemanas, italianas y francesas.
A menudo se cuenta la supuesta anécdota entre un presidente español y Merkel, cuando el primero se quejaba de la dureza de la crisis económica y la berlinesa le recomendaba fomentar la relación económica con Latinoamérica. Sea o no cierto, algo de eso ha ocurrido porque, excluyendo la UE, América Latina lidera nuestras inversiones con un 27% del total. Hoy se cuentan por miles nuestras empresas en la zona; solo en México más de 6.000, a las que el futuro acuerdo puede dar una mayor estabilidad y crecimiento.
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