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Hace nueve meses, el avistamiento de un globo chino en el cielo americano disparó todas las alarmas, poniendo encima de la mesa la necesidad de contar con unas reglas de convivencia y un canal que permita comunicarse y gestionar una crisis a tiempo, antes de ... que pase a mayores. En dos palabras, algo tan sencillo como: si algo inquieta, se levanta el teléfono y se habla. Tras un previo trabajo diplomático, los presidentes Joe Biden y Xi Jinping han acordado en San Francisco, en la finca escenario de la serie televisiva 'Dinastía', reanudar la alta comunicación militar, interrumpida por China tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán.
No hay que engañarse: el fondo del asunto no es fácil, ya que el mayor desacuerdo de todos no tiene solución por tratarse de una competición estratégica en la que los estadounidenses tratan de mantener un orden internacional basado en reglas, mientras los chinos desafían la visión americana y buscan un nuevo orden, más adaptado a sus intereses. Por ello, debemos valorar este acuerdo en lo que vale, por ser crucial en un mundo en cambio, tanto por los problemas que puede evitar entre los dos grandes como por el efecto que puede producir ante terceros; léase Rusia e Irán, entre otros.
También cabe preguntarse la causa de que el acuerdo se produzca ahora, que es muy clara: ambos necesitan despejar este asunto para ocuparse de su complicada agenda interna. Xi debe poner orden en casa porque lleva un año duro, con una economía a la baja, burbuja inmobiliaria y creciente paro juvenil. Además, no ha explicado los extraños relevos en ministerios críticos como Exteriores y Defensa, ni los cambios en la cúpula militar encargada del arsenal nuclear. Por su parte, Biden ha mejorado su economía, pero no consigue algo más sencillo, como que su gente se lo crea. Pronto se iniciará el maratón electoral y necesita salir indemne de los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo y ganar barlovento para enfrentarse a un iracundo Trump o quizás a Nikki Haley, exembajadora ante la ONU, que parece contar con el apoyo de los grandes donantes republicanos.
Existe un segundo efecto local de la cumbre, ya que China se compromete a frenar la producción del ingrediente para la fabricación de fentanilo, opiáceo sintético que se ha llevado por delante la vida de 70.000 jóvenes estadounidenses. Esto tiene un especial valor para Biden, deseoso de ofrecer a su población algo tangible que muestre la conveniencia de hablar con China. Y además tiene una especial acogida en San Francisco, la ciudad anfitriona del foro regional APEC, Asia-Pacífico, que se ve deslucido ante la gran cumbre.
El buen clima del encuentro no da para más y los asuntos de común interés, como el cambio climático y la Inteligencia Artificial, quedan para una diplomacia posterior. No hay acuerdo en el espinoso asunto de Taiwán, aunque parece excluirse un plan de invasión chino. En todo caso, Xi marca una línea roja en su posición de 'una sola China', quejándose de que los americanos estén armando a la isla, que tendrá unas elecciones cruciales en enero. Tampoco parece clara la respuesta occidental a la petición china de acabar con el parón de la exportación americana de chips de alta tecnología, que según Pekín penaliza el desarrollo de sus empresas.
Tras el encuentro, XI Jinping, muy consciente de que necesita reactivar la confianza en su economía, asistió a una cena con la élite empresarial, que le recibió con un gran aplauso. Allí dijo las palabras mágicas: China es un amigo y un gran mercado de oportunidad para las empresas americanas. Elon Musk y Tim Cook, entre otros, le escucharon atentamente, pero muchas empresas desconfían de seguir invirtiendo en la zona y, en todo caso, los cambios en la cadena de suministros no le favorecen.
Aunque no toca, los dos grandes conflictos armados actuales están forzosamente encima de la mesa. Omitiremos comentar su altísimo efecto humano para centrarnos en la geopolítica, objeto del análisis y donde realmente reside su causa última. En la guerra en Ucrania, China respalda a Rusia con su economía e influencia. El conflicto se estanca y muchos piensan que se ha perdido una buena oportunidad para impulsar un alto el fuego y negociar la paz porque la ayuda occidental se tambalea y la economía rusa no se debilita más que la europea.
En Oriente Próximo, el reto es que la guerra no se extienda y el papel de Pekín es clave para regular la reacción iraní. En ambos conflictos, China ni los desea ni busca su extensión, pero puede considerarlos útiles, como distracción de la energía de EE UU, porque la tensión futura está en el Pacífico, sobre todo en el mar del Sur de China y en el estrecho de Malaca.
Para concluir, no andamos sobrados de buenas noticias, así que les recomiendo celebrar este acuerdo de mínimos entre grandes, porque puede acabar afectando al mundo global que vivimos incluso más que las decisiones locales y mucho más de lo que puede parecer a primera vista.
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