Los recientes avistamientos de globos aerostáticos han disparado las alarmas, haciéndonos recordar la sintonía de un famoso programa infantil. Tras la sorpresa inicial, vivimos una semana de aparición de objetos extraños y, justo cuando los buscadores de ovnis empiezan a aparecer, el servicio de Inteligencia ... americano rebaja la tensión descartando el peligro y centrando sus sospechas en el primer globo. Para entonces, la pequeña isla de Taiwán ya ha puesto encima de la mesa su frecuente aparición y los propios chinos revelan que diez globos americanos ilegales han surcado sus cielos en el último año. A falta de mejor información, la conclusión con la que podemos quedarnos es que los globos de observación, capaces de realizar operaciones de recopilación de inteligencia, no son tan infrecuentes y quizás el primer caso no sea tan inocente. Días más tarde, el propio Biden calma el ardor guerrero y excluye cualquier relación de China con el tema. No me digan que no resulta una paradoja que, en plena época digital, cuando casi se apunta una guerra en el espacio, los globos convencionales aparezcan como la vanguardia del espionaje.

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En definitiva, este asunto pone de manifiesto la desconfianza entre bloques porque nadie quiere hablar de una nueva guerra fría, pero americanos y chinos se miran con recelo y no han pactado aún un suelo para que la relación no se les vaya de las manos, algo así como 'competimos, pero con reglas'. Como eso no existe, cualquier cosita puede disparar las alarmas, especialmente en época electoral. El prometedor encuentro entre Biden y Xi con ocasión de la reunión del G-20 en Bali buscaba su continuidad con el viaje del secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, a China, pero la aparición y derribo del primer globo aconsejó cancelarlo y esperar un mejor momento.

Conviene mirar hacia atrás, cuando la guerra fría era entre estadounidenses y rusos, que acordaron evitar encuentros militares peligrosos, llegando a proponer Eisenhower que se permitiera a los aviones soviéticos sobrevolar Estados Unidos y viceversa para que los dos países pudieran estar más seguros de las intenciones del otro. La idea se retomó en 2002, de forma que 34 países firmaron el Tratado de Cielos Abiertos, que permite a los participantes vigilarse entre sí desde el aire, después de dar aviso y una ruta de vuelo, aunque Moscú y Washington se han retirado recientemente del trato.

Mas allá de la competencia económica y tecnológica, ambos bandos juegan todas sus bazas en el tablero global, especialmente en el Pacífico, donde se avecina el gran follón futuro, lo que constituye -si me permiten la ironía- una auténtica contradicción terminológica. Es precisamente allí, y más concretamente en el estrecho de Malaca, donde se concentra una gran parte del crecimiento económico y del tráfico marítimo global, por lo que pueden suponer las consecuencias de un calentón.

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En esa zona, el recelo a China crece en Asean, organización que agrupa a una decena de países vecinos, lo que permite a los estadounidenses recuperar el terreno perdido a través de iniciativas como su alianza con Australia, el suministro de armas a Taiwán, el acuerdo con el nuevo presidente filipino para acceder a sus bases en la zona y el lógico cortejo a un país clave en el futuro del área, como es India, reubicando producciones allí. En Indonesia, importante país no alineado, ambas potencias coquetean. Pocas dudas en Japón, que secunda la limitación de EE UU a la exportación de microchips a China y amplía su alianza de defensa al dominio espacial.

Por su parte, China va apretando el cerco sobre Hong Kong y mira de reojo la isla de Taiwán, impulsando la idea de que el Pacífico debe ser para sus vecinos lo que, en términos prácticos, supone una nueva versión del famoso lema 'Yankees go home'. Además, los chinos llevan años construyendo, contra el derecho internacional, plataformas defensivas en numerosos islotes del mar del Sur de China, una zona en compleja disputa territorial porque afecta a muchos países que niegan la pretendida soberanía china. Pekín cultiva su relación con Pakistán e impulsa su diplomacia económica y logística con la nueva ruta de la seda, como la línea férrea en Laos. Además, lleva ventaja en su relación con zonas desatendidas por EE UU como África, Latinoamérica y Oriente Medio, que pueden estar más interesadas en recibir financiación para infraestructuras que en impulsar la democracia.

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Para concluir, Europa: nos toca hoy ocuparnos de la invasión rusa de Ucrania y sus derivadas, especialmente ahora que Rusia despliega armamento dudoso en su flota del Mar del Norte por primera vez en 30 años. Pero esta pugna también nos afecta y somos reclamados en ella, aunque internamente todavía perviven dos visiones distintas: los países cercanos a Rusia buscan el cálido apoyo militar de la OTAN, mientras el resto trata de encontrar un difícil espacio propio en el mundo bipolar que se avecina.

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