Cuando hablamos de integración de poblaciones migradas, durante las últimas décadas nos hemos debatido entre el modelo británico, cercano a lo que se conoce como multiculturalidad, y el francés, tradicionalmente mucho más próximo al concepto de asimilación. Este último ya se vio cuestionado en noviembre ... de 2005, cuando numerosas 'banlieues' ardieron durante días. Lo cierto es que las políticas establecidas por los distintos gobiernos europeos no han acertado con la solución; una búsqueda que, con respecto a la población musulmana, se ha topado con el nuevo factor desestabilizador del terrorismo islamista, o como lo denominan intelectuales de la talla de Sami Naïr o Bernard Henri Levy, del fascismo islamista.
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Al grito de «Allahu Akbar» (Dios el más grande), de nuevo unos fanáticos musulmanes han sacudido las estructuras laicas de Europa, cuatro muertos el lunes en Viena, y anteriormente en la república francesa, aun no recuperada del asesinato del profesor Samuel Paty, tres personas en la basílica de Notre Dame, de Niza; una ciudad especialmente dolorida ya que el 14 de julio de 2016 otro ataque islamista dejó el terrible rastro de 86 muertos. Recordemos que antes, bajo el mismo grito, entre noviembre y enero de 2015 fueron asesinadas en París 147 personas entre la sala Bataclan, la revista 'Charlie Hebdo' y en un local 'kosher'.
Aquellos y estos asesinos tienen numerosos puntos en común. Uno es, evidentemente, su radicalización religiosa, pero no podemos olvidar otro, cual es que todos ellos han sido recibidos (omito deliberadamente el término acogidos) en el seno de Francia, algunos con ligazones históricas y culturales innegables como en el caso de varios de origen tunecino, y, en vez de mostrarse agradecidos, se han revuelto contra ella. ¿Cómo podemos explicarnos esto?
La respuesta no es fácil, como demuestra el hecho de que la propia intelectualidad francesa esté debatiendo desde 2005 sin encontrar aún la solución. Es evidente que el problema es muy complejo, pues no le son ajenos factores de geopolítica, como la peligrosa deriva del presidente turco Erdogan y sus intereses económicos en el mundo musulmán; no obstante, no me parece menor la cuestión que tiene que ver, una vez más, con la ausencia de políticas comunes con respecto a la integración de población extranjera en países de la UE.
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Y es aquí donde surgen dos cuestiones fundamentales en el abordaje de esta situación. En primer lugar, la respuesta a la tensión entre sociedad laica y ejercicio libre de una religión. Y en segundo lugar, la cuestión de la guetización, exclusión y falta de integración en las supuestas sociedades de acogida que se manifiestan en 'zonas excluidas' como son las 'banlieues' de Grigny (precisamente donde creció Amedy Coulibaly, uno de los asesinos de 'Charlie Hebdo'), Viri-Châtillon, la Grande Borne, Saint Denis o Aubervilliers.
Europa y la sociedad española deberían procurar no llegar también tarde a este reto, han de mostrarse firmes frente al terror fascista islámico y sus inasumibles condiciones. Es ésta una cuestión irrenunciable. En este sentido, el cierre de filas y la unanimidad de los mandatarios europeos envía un claro mensaje a futuros terroristas. Pero evidenciada esa necesaria voluntad europea de conservar tanto su herencia cultural, necesariamente mestiza, como sus estructuras democráticas, es necesario arbitrar políticas que necesariamente han de educar a nuestros jóvenes en la importancia de la convivencia (juntos iguales, aunque diferentes, pero no desiguales), en ese espacio común que es la ciudadanía. Es necesario educar en la bondad, nunca en la maldad, también al hablar de expresión religiosa, pues los jóvenes europeos de cualquier origen deben asumir que nadie puede escribir de su Dios con palabras de sangre.
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Y para ello la igualdad entre ciudadanos sin distinción de género, los valores democráticos, como la libertad de expresión el respeto a las creencias siempre que no vulneren la dignidad humana y, finalmente, el referente de los derechos humanos son contenidos necesarios para la adquisición de competencia social y ciudadana. Sí, precisamente esa materia que todos parecen menospreciar.
Llevamos demasiado tiempo sin otorgarle el valor que se merece. Y el fascismo de justificación religiosa, como todo totalitarismo, se seguirá aprovechando de ello.
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