El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Se vislumbra ya el final del túnel y toca hacer balance. La situación a la que nos hemos enfrentado no ha sido nada nada fácil, eso es verdad, pero creo que la gestión podía haber sido mejor. Los primeros momentos de la pandemia se caracterizaron ... por La Idiocia, con mayúscula, más absoluta. Nos llegaron noticias de China muy preocupantes, confinamiento completo de millones de ciudadanos, hospitales que se levantaban a todo correr, mascarillas y trajes de protección que habíamos visto en películas de catástrofes, y aquí todo el mundo tan contento.

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Cuando digo aquí me refiero a nosotros y al resto del mundo mundial. A nadie se le ocurrió pensar que si un gigante como China paralizaba su economía y confinaba a los ciudadanos era por algo, tampoco a nadie se le ocurrió pensar que la Humanidad se desplaza de un país a otro en horas y que el bicho podía estar ya entre nosotros. Y el bicho ya estaba aquí y asomó su cara fea.

Fue entonces cuando llegó la debacle: resulta que nos enteramos de que Europa compraba gran parte de su material sanitario a otros países, lo que es tanto como decir que nuestra sanidad dependía de ajenos. Y claro, como suele pasar, en esta Europa supuestamente tan unida empezó el 'salvo mi culo', mercadeo al mejor postor, compras erráticas, timos, sanitarios protegidos por bolsas de basura, falta de respiradores, ancianos encerrados en sus residencias condenados a morir, muertos, muertos, muertos.

Después vino el confinamiento, los sanitarios empezaron a tener poco a poco equipos de protección y los ciudadanos pudimos utilizar mascarillas, que cuando llegó la embestida, como tampoco había, nos decían que no eran necesarias.

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De la economía mejor no hablar, el monstruo del paro nos dio los buenos días y dijo que había venido para quedarse. Y así hasta que llegaron las vacunas y disfrutamos del espectáculo de la insolidaridad. Algunos políticos, obispos y demás gente las pillaron antes que nadie y se justificaron con explicaciones que habrían dado risa si no viviéramos una tragedia y, en el lado opuesto, aparecieron los negacionistas incluso dentro del personal sanitario, poniendo en alto riesgo la salud de los demás, la de ellos es cosa suya.

Y el diablo decidió utilizar una estructura simétrica en esta su nueva creación y el fin del estado de alarma se convirtió en un caos igual al de las vísperas del primer confinamiento, un presidente del Gobierno, cobardón e invisible, escondió la cabeza para no dar normas y, a las doce de la noche del 9 de mayo, la gente agonizaba en los hospitales acunada por los cantos siniestros de los que se habían reunido para celebrar el final inexplicable de ese estado de alarma.

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Y faltaba la guinda: ahora ciudadanos confusos, sin datos ni saber a quién atenerse, deben decidir qué vacuna les administran como segunda dosis de AstraZeneca. Decía Baroja que solo creía en la técnica. Pues a mí me pasa lo mismo. En semejante espiral del horror, solo salvo a los médicos, a los sanitarios y a los científicos, que han sido capaces de descubrir una vacuna en tiempo récord, porque el espectáculo del hatajo de expertos inexpertos, de políticos erráticos que, mientras la gente se moría, seguían viendo solo su sillón, ha sido dantesco, infernal.

Pero ha habido cosas buenas. Aunque las vacunas empezaron a llegar con cuentagotas, hoy podemos decir que la fabricación y distribución está siendo un éxito. En el terreno económico los ERTE vinieron a paliar la situación. Por otra parte, la necesidad de una inmunidad mundial ha puesto en el tapete la liberalización de patentes, vamos comprendiendo que en la nave Tierra o nos salvamos todos o no nos salvamos ninguno, un cuento aplicable al subdesarrollo y la emigración a la desesperada.

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Y, por último, hemos comprendido que esas cosas, que creíamos insignificantes y tontas, estar con la familia, tomar unas cañas, abrazarnos, ya saben, constituyen una parte importante de nuestra vida y de nuestra salud mental.

Ojalá que aprendamos la lección.

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