La situación de apartheid en Sudáfrica sirvió en su día a Kortatu como fuente de inspiración para la letra de su discografía rebelde. En 1985 el grupo de rock vasco dedicó una canción a Nelson Mandela, pero en la misma se refería a Desmond Tutu. ... El primero seguía en la cárcel por su defensa de los derechos civiles y al segundo, por la misma razón, le acababan de conceder el Nobel de la Paz. La legendaria banda no imaginaba en aquella década convulsa que el líder anglicano se convertiría en un pilar importante en la búsqueda de apoyos internacionales al proceso de paz en Euskadi. El fallecimiento del clérigo a los 90 años es un buen momento para rescatar el libro 'Dios no es cristiano y otras provocaciones', un resumen de su pensamiento, publicado por la editorial vasca Desclée de Brower.
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En efecto, Desmond Tutu ha sido un pilar moral de Sudáfrica junto a Mandela, aunque Kortatu ponía más el foco sobre el segundo cuando Fermín e Íñigo Muguruza y Treku Armendariz hacían cantar y bailar en su conciertos a miles de vascos, entre evocaciones a la revolución sandinista (¿dónde se ha quedado?) y estribillos del 'Sarri, Sarri' o del 'Zu atrapatu arte'. Era cuando nos sentíamos más solidarios con las víctimas de fuera que con las de casa. El activismo de Tutu, que se mojaba en un mundo plagado de barreristas, fue reconocido por el Gobierno vasco (premio Renée Cassin), Unesco-Bilbao y la Fundación Sabino Arana.
Cuando Mandela fue investido presidente en 1994 después de que su partido, el Congreso Nacional Africano, hubiera ganado las elecciones, un año después nombró a Tutu responsable de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, y se convirtió en modelo para otras sociedades en conflicto. El 7 de octubre de 2010, día en que cumplió 79 años, se retiró de la vida pública, pero su legado se fraguó en la Desmond and Leach Tutu Legaly Fundation, un centro para la paz que asesora en distintos países.
En el proceso vasco, el pacifista fue uno de la veintena de firmantes de la Declaración de Bruselas, el 29 de marzo de 2010, un hito importante en la hoja de ruta para el final de ETA. Su fundación fue uno de los promotores, en octubre de 2011, de la Conferencia Internacional de Paz de San Sebastián. La izquierda abertzale siempre trabajó el eje Sudáfrica-Irlanda, pese a que no tenían nada que ver con el caso vasco. «Si nuestra locura y nuestro problema insoluble pudieron terminar en un proceso de transición pacífica, entonces creemos que este proceso debe ser posible también en cualquier lugar del mundo», sostenía el arzobispo. Más controvertido fue su apoyo a la campaña en favor de la libertad de Arnaldo Otegi en 2014, cuando calificó a los miembros de ETA como presos políticos.
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En el libro de Desclée, hay dos capítulos que abordan de forma más directa la cuestión de la reconciliación y los argumentos para una justicia restaurativa, aunque toda la obra es un alegato contra la violencia y en defensa de los derechos humanos. Tutu siempre ha defendido la necesidad de que las víctimas de atrocidades perdonen a los verdugos como una forma de avanzar hacia «la sanación». Y, al mismo tiempo, que quienes han cometido injusticias tienen que estar dispuestos a restituir y reparar el daño. En Sudáfrica y en Ruanda, escenarios de grandes monstruosidades, el líder eclesial repetía que «no habrá paz mientras no haya reconciliación, pero no puede haber reconciliación si antes no hay perdón». Pero esa disposición la completaba explicando que «perdonar no significa olvidar».
Pero el libro aborda muchos otros asuntos. Es una compilación de sus escritos y discursos más históricos y polémicos, en los que se ha enfrentado a los poderosos y ha defendido a los más humildes. Su biógrafo, John Allen, ordenó los temas y los contextualizó. Merece la pena compartir ese itinerario en el que el mensaje de verdad de Tutu es claro y su voz no tiembla. El libro recoge bellos y profundos pasajes de sus intervenciones, siempre como custodio de los derechos humanos. Toda una lección de compromiso y tolerancia, pese a sufrir una oposición violenta o críticas mordaces.
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La ética estaba siempre presente en el discurso y la acción de Desmond Tutu. «Una fe sin ética es una religión muerta». Estas palabras fueron las últimas pronunciadas por Dietrich Bonhoeffer, teólogo luterano alemán nacido en Breslau y ajusticiado por orden de Hitler en el campo de concentración de Flossenbürg, en Baviera. El pastor se las dijo a un compañero inglés cuando lo llevaban a la horca, para que las pasara a un obispo anglicano amigo suyo. Bonhoeffer, que se opuso al nacionalismo eclesial que permaneció mudo ante la barbarie, también había dicho que «guardar silencio delante del mal es el mal en sí mismo». Desmond Tutu se inspiró mucho en él. Otegi ha reivindicado estos días la figura de Tutu. Seguro que al arzobispo le habría gustado escucharle decir que matar estuvo mal, que la violencia fue un error sin ninguna justificación y que ETA nunca debería haber existido. Tutu nunca habría aceptado el olvido intencionado.
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