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Hace mucho tiempo que vengo pensando y escribiendo que vivimos una situación que reflejo en el titular de este artículo. A diferencia de países próximos, como Francia, Alemania, Reino Unido, España no se caracteriza por un vívido sentimiento de pertenencia de sus ciudadanos. Menos aún ... por el orgullo de ser españoles. Las encuestas lo confirman. Incluso hay no pocos pensadores y escritores que señalan una ausencia de autoestima, de valoración de lo español frente a otros países. Pero, sin olvidar esto, con el término desmembración emocional he querido significar que dentro del Estado español hay ciudadanos, básicamente vascos y catalanes, entre los que muchos -y según qué indicador se utilice, la mayoría- no se sienten españoles. En los sentimientos de pertenencia, de identidad, de apego emocional, de orgullo de sentirte miembro de este o aquel lugar hay suficiente investigación empírica, seria y contrastable, que apunta a esta desmembración emocional de España, cierto que en niveles diversos, entre los ciudadanos vascos y catalanes.

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Las elecciones autonómicas en Madrid revelan de forma nítida la consolidación de un neonacionalismo español que tiene como santo y seña a Madrid. La expresión de Isabel Díaz Ayuso -que podría haber pronunciado Groucho Marx- de que «Madrid es España dentro de España» la decortica con acierto Ignacio Sánchez Cuenca en un artículo publicado el 1 de mayo, luego antes de las elecciones. Comentando este y otros artículos con un amigo, extremeño de nacimiento y que habita en Madrid desde hace décadas, y con quien he realizado investigaciones durante casi cuarenta años, me escribe que «lo que defiende Sánchez Cuenca, en este caso, me parece incontrovertible; y no fácil de explicar». Y añade: «La pregunta es por qué precisamente Madrid se ha convertido en la representación puntera de ese nacionalismo español. Por qué…». Cuando siempre hemos dicho, y creo que es cierto, que esta ciudad se ha montado de aluvión, al margen de banderas identitarias. Por eso ha sido siempre tan inclusiva, tan abierta, tan ajena a las banderías patrioteras, ya fueran bélicas o festivas. De ahí que se hable de 'los madriles'. Incluso los hechos más significativos, con protagonismo ciudadano (más o menos) como el motín de Esquilache, el de Aranjuez, el 2 de Mayo... no tienen raíces identitarias sino de rechazo del extraño, que es parecido, pero no es lo mismo.

Sin rechazar los argumentos de índole económica, que los hay, de lo que supone ser la capital de España, mi amigo extremeño y madrileño apunta a lo que yo también creo esencial: la mala resolución del contencioso territorial durante la Transición con la nefasta salida del 'café para todos', cuando ese contencioso se limitaba fundamentalmente a Catalunya, en primer lugar, y a Euskadi y muchísimo menos a Galicia. «La autonomía de Madrid -escribe mi amigo-, tal como se pensó, no tenía sentido alguno ni era lógica ni razonable; la letra del himno que Leguina encargó a García Calvo lo mostraba en su recochineo castizo. Había que sentirse unidos y con raíces y se trató de conseguir en oposición a las demás autonomías; en la rivalidad con Barcelona, pero también con todas las otras ciudades y territorios que no eran el centro».

Por todo ello, avanzo que los resultados de las elecciones de Madrid, y una derechización, equivalente a una reivindicación de la sola nacionalidad española (como sentimiento de pertenencia) de algunos intelectuales, algunos otrora de izquierdas, me llevan a hablar de un neonacionalismo español que, en el caso de Madrid, tiene unas características que bien describen Sánchez Cuenca y mi amigo. Además, cuanto más difícil es el funcionamiento y la coordinación interautonómica, más se exaspera la fantasía madrileña de que le quitaron la representación de la totalidad.

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«La derecha madrileña ha sentido que, enfrentándose con todos, patentando una marca diferente, ostentando agresivamente los pretendidos valores nacionales sintonizaba con la representación colectiva de los madrileños. El debate no iba de gestión, ni se tenían en cuenta 'insignificancias' como la corrupción; se trataba de moverse en el magma de las grandes palabras, libertad, democracia, modelo de vida, futuro, sin indagar lo que con ellas se quería decir. Es una cuestión de 'grandeur', de cultivar la ilusión de ser los mejores y los envidiados. Es un nacionalismo español que se disfraza de madrileño o, Ayuso lo preferiría, un nacionalismo madrileño neonato que quiere representar/sustituir al español. Y así nos ha ido», concluye mi amigo.

En consecuencia, junto a un desapego emocional de España por gran parte de la población vasca y catalana, se añade, cual pinza, el nacionalismo español de corte madrileño, supremacista y excluyente de otros sentimientos de pertenencia. Y Vox enraizándose aquí y allá.

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