La ira está presente a lo largo de la vida, desde la cuna a la sepultura. Es, además, una emoción democrática, pues la experimentan el soberano y el súbdito, el patrón y el peón, en el parlamento y en la taberna y tanto el pobre ... como el rico. Está presente en la familia, en el trabajo y en la política (se ha dicho que la ira es la emoción política esencial); no está limitada a un momento de la historia ni a un lugar concreto. Este carácter universal se debe a que la ira forma parte de la reacción primitiva ante el peligro -la propia vida o la autoestima-, formulada por Walter Cannon: lucha o huida. La lucha si es posible y la huida si no lo es.

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Pero la ira se prolonga con frecuencia en agresión y en violencia. Tiene un efecto semejante al de arrojar una piedra en un avispero. La ira daña a otras personas, pero también al que estalla, o a quien se la traga.

La psicología popular, e incluso algunos profesionales, recomiendan, para evitar su expresión incontrolada, desahogarla y ventilar los sentimientos de frustración e impotencia de forma controlada. Por ejemplo, estrujar una toalla como quien la escurre, lanzar dardos contra la fotografía del jefe, romper objetos, gritar, dar puñetazos a una almohada...

Brad Bushman, profesor de Psicología Social de la Universidad del Estado de Ohio, mostró experimentalmente la falta de fundamento de estas prácticas, fundadas en la teoría aristotélica de la catarsis y en su desarrollo por Sigmund Freud. La teoría de la catarsis concibe el psiquismo humano como una caldera de vapor u olla a presión que necesita de una válvula de seguridad para no explotar. Bushman añade, gráficamente, que actuar así es como intentar apagar un fuego con gasolina.

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Citaré brevemente algunas de las estrategias adecuadas para manejar la ira. Resulta muy difícil evitar que se generen sentimientos de ira, pero es posible controlarlos antes de que crezcan y se expresen de forma inadecuada. Creer que se pueden controlar los sentimientos de ira y que la explosión es evitable resulta fundamental. Además, la autoobservación para detectar la ira cuando comienza a brotar y todavía resulta fácil de manejar es el punto de partida para el control eficaz.

Contar hasta diez (o más) es una de las recomendaciones populares, pero eficaz y basada en los conocimientos psicológicos. Pero es importante no dedicar ese tiempo de espera a calentar más los ya encendidos pensamientos y sentimientos, sino a relajarse -destensar los músculos, sobre todo del rostro, que crispa la ira- y a enfriar los pensamientos. En algunos casos resulta recomendable 'poner tierra de por medio' además de 'poner tiempo de por medio'.

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Conviene enfriar las interpretaciones de las acciones o palabras de la otra persona, grupo o institución. Con frecuencia la percepción de la ofensa está más en la interpretación que se hace de los hechos o palabras ajenas que en los mismos hechos o palabras. Se trata de evitar la tendencia a adivinar segundas y maliciosas intenciones en las personas. Es cambiar los cristales rojos de las gafas con las que uno mira el mundo por los incoloros y bien limpios de la objetividad.

Reaccionar sin ira a la ira de otra persona no es fácil, pero pretender calmarla mostrando ira es agravar el incendio. Ante la ira de otra persona la serenidad, sin cinismo irritante, es el mejor extintor. A veces conviene reaccionar como el arbolito que se inclina para que el viento fuerte no lo rompa, pero luego vuelve a ponerse recto.

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Controlar y manejar la ira no es mostrar debilidad. Es posible y necesario expresar de forma asertiva los propios sentimientos y defender con firmeza, pero sin irritación, los derechos propios y los de los que sufren algún tipo de injusticia. En resumen, no pisar a los demás, pero tampoco dejarse pisar. Baltasar Gracián aconseja «no ser malo de puro bueno» y explica que lo es el que nunca se enfada. Pero sin olvidar la advertencia de Aristóteles de la gran dificultad de saber a quién, cuánto, cuándo, con qué fin y de qué manera.

Porque la ira, como otras emociones, es contagiosa. Pero también lo es la calma y la paz; visualizar física o mentalmente la imagen de personas y paisajes que irradian paz son antídotos eficaces contra la ira.

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Además, algunas emociones y actitudes juegan un papel importante en su prevención: paciencia, flexibilidad, tomar cierta distancia de lo que ocurre, sentido del humor, tolerancia, gratitud, perdón y reconciliación («No se ponga el sol sobre vuestra ira», dice san Pablo), empatía, compasión… Cultivarlas es prevenir la ira y fomentar la tan necesaria concordia.

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