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El 10 de diciembre se cumplen 73 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un momento histórico que trataba de enderezar y reescribir ... con buena letra lo que quedaba de la dignidad humana tras la ola de fascismo que recorrió Europa y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En diciembre de 2000 se proclamó el 18 de ese mes Día Internacional de las Personas Migrantes, como si el viejo siglo se despidiera dejando una señal sobre los desafíos venideros para los derechos humanos.
Hay un fascismo social que alza una mirada despectiva frente a una mujer con hiyab en la sala de urgencias de un hospital, mientras que al segundo siguiente baja su mirada más sumisa a las imágenes del despilfarro que exhibe la pantalla de su teléfono inteligente. ¿Cómo ha llegado a instalarse la creencia de que no es posible que todas las personas tengan derecho a una vida digna junto a la creencia de que hay quienes tienen derecho a acaparar sin fondo, aunque con todo lo acumulado les sobre para vivir 10 vidas, al planeta le resulte insostenible y nos importe una tirita que la mujer del hiyab se muera con toda su familia incluida?
La lucha por los derechos humanos en el siglo XXI se enfrenta a nuevas formas de autoritarismo que conviven cómodamente con sistemas políticos democráticos. Son formas de fascismo social, como dice Boaventura de Sousa Santos. Así como el 1,5ºC se presenta como el indicador de referencia para el calentamiento del planeta y su supervivencia, las políticas migratorias son el indicador del estado de los derechos humanos en el mundo y la supervivencia humana. Y si mapeamos la situación en la que se encuentra la población desplazada actual se podría afirmar que los derechos humanos no están para cumbres.
Es dramático que haya menores muriendo de frío en la frontera de la UE con Bielorrusia, es una tragedia que 75 personas migrantes mueran al naufragar su embarcación en el Mediterráneo, es terrible que en el Bidasoa se haya puesto en marcha nuestro propio contador de muerte. Ante ello, podemos seguir culpando en el escenario europeo a los malos gobiernos como los de Bielorrusia, Turquía, Libia o Marruecos; o seguir criminalizando a los chicos que duermen en la cancha de baloncesto de Atxuri o a los del puerto de Zierbena en el escenario local, pero tendremos que replantearnos cómo estamos tratando a las personas migrantes, revisar la política de externalización de fronteras, el uso de las migraciones como arma política y preguntarnos si es normal que niños de 14 años estén muriendo de frío porque no disponen del visado correcto, o que jóvenes magrebíes y subsaharianos duerman en nuestras calles soportando el frío y unos desalojos imposibles.
Quienes antes escondían a personas judías en sus hogares en Polonia hoy esconden a personas refugiadas con el temor de acabar entre rejas. Recientemente, personas activistas polacas de derechos humanos llevaron a un refugiado iraquí en su coche y ahora se enfrentan a 8 años de prisión por presunta trata de personas. La criminalización de la solidaridad es parte del guion escrito de los no derechos humanos. Cada sección de frontera tiene su propio conteo de muerte, de devoluciones en caliente que se producen de forma opaca y violenta y de juicios retorcidos contra personas defensoras de derechos humanos.
No dejemos que los derechos humanos acaben en papel mojado en el fondo del Mediterráneo o del Bidasoa. Son precisos nuevos enfoques provenientes de otros espacios para sostenerlos y nutrirlos, además de seguir apuntalando los aprendizajes recurriendo a la memoria de los acontecimientos que dieron lugar a la Segunda Guerra Mundial. La defensa de los derechos humanos debe incorporar la defensa del medio ambiente, de los pueblos indígenas, de los derechos económicos, políticos y sociales, de los derechos por la igualdad y por el reconocimiento de la diferencia...
Son precisos nuevos enfoques también a la hora de hablar de migraciones que nos permitan explorar con sensibilidad, respeto y profundidad la complejidad del tema y construir una narrativa que apuntale los derechos humanos. Evitar estereotipos de victimización y criminalización, dejar de hablar de avalanchas e invasiones que solo sirven para allanar el camino a una peligrosa extrema derecha, dejar de hablar de migrantes como si fueran una categoría inferior de humanos híbridos en un nuevo juego de guerra. La deshumanización es la base para legitimar políticas inhumanas, vulnerar derechos fundamentales y la legalidad vigente. Por el contrario, es necesario intentar entender las situaciones y sus contextos, las causas de los desplazamientos forzados, denunciar las violaciones de los derechos humanos en las fronteras, en los países de origen, tránsito y llegada, humanizar dando voz a las propias personas migrantes y proteger a quienes están protegiendo los derechos humanos.
Porque las palabras que se escriben o se dicen con renglones torcidos, torcidas quedan.
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