Desde hace muchos años he estimado y estimo que la vida en este mundo debe incluir la capacidad de sentir, pensar y elegir, de comunicar y compartir, y no considero como válida, ni de calidad suficiente, aquella vida que me impida desarrollar, con autonomía razonable, ... las actividades básicas de la vida cotidiana, ni la que solo sea expresión de una función biológica, por lo que sería incompatible con mis creencias y valores el permanecer de modo irreversible con esa calidad de vida en grado mínimo o inexistente. Si esa fuese la circunstancia en la que me encontrase en un futuro, de gran dependencia, lo que para mí sería insoportable e intolerable sufrimiento, no quisiera vivir más, por lo que desearía me fueran aplicadas técnicas de eutanasia activa, indoloras y rápidas. Aun conociendo que en este momento no está legalizada la eutanasia, quiero hacer patente mi deseo inequívoco y permanente».
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Esta frase constituye una parte del acta de otorgamiento de voluntades anticipadas, que realicé hace cinco años, y que sin duda cobra relevancia en estos días en los que el Congreso de los Diputados ha aprobado el proyecto de ley de regulación de la eutanasia.
Comprendo las dificultades de carácter bioético en ciertas decisiones, al comienzo y al final de la vida. No comparto la ideologización de estas cuestiones, ni política, ni religiosa. Nuestra vida se conforma por acumulación de decisiones morales complejas, en las que la frontera entre las buenas y no tan buenas es muy fina. Pocos blancos y negros, y muchas y diferentes tonalidades de gris, constituyen el mundo de las decisiones morales justificables. Elogio la duda, porque la verdad es escasa pero no es relativa, pero lo verdaderamente relativo es la afirmación de quien dice estar en posesión de la verdad. La vida es un bien superior, pero la muerte es inevitable. Matar está mal, pero elegir cómo queremos morir, si nos es posible, es un bien mejor que alargar una vida sin sentido.
Creo que creo, y ante la duda, me confieso creyente, y aquí, creyente cristiano. Como llueve sobre mojado, no me afectan la doctrina y la palabra de la jerarquía eclesial en estas cuestiones. Desde mi fe, que lleva aparejadas unas exigencias éticas, y desde mi esperanza, participo de la alegría de muchas personas que sienten haber añadido un derecho legal a lo que ya consideraban una exigencia moral, la de poder tener la oportunidad de ser sujeto de mi forma de vida y también de mi forma de morir.
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No temo morir, y llevo muchos años diciéndome a mí mismo que el día que no sea necesario, habré cumplido con mis deberes, y estaré disponible. Espero no hacerme trampas a mí mismo. Comprenderé que he compartido mi vida en la construcción de otras vidas y realidades, y que seguirán su propio camino. Y me atreveré a retomar mi creer en un descanso para siempre.
Continúo con algunos extractos de mis voluntades.
«Pido a los médicos, y designo a mi familia como interlocutor, que si por enfermedad o accidente llegara a estar en situación de incurable irreversible, de agonía critica o terminal, con inconsciencia permanente y estado vegetativo persistente, o en situación de mínima conciencia o con déficit intelectual profundo, y en todas las cuales yo fuera permanentemente incapaz de tomar decisiones o expresar mis deseos, sin que se sigan secuelas que impidan una vida digna, mi voluntad es:
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-Que no sean aplicadas medidas de soporte vital que intenten prolongar mi supervivencia y agonía, y demorar mi muerte. Que no se me mantenga con vida por medio de tratamientos desproporcionados (…). Que no se prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte, o de gran discapacidad sin conciencia, o estado vegetativo (…).
En estos casos, no deseo reanimación cardiopulmonar, ni ventilación mecánica (…). No deseo alimentación e hidratación artificiales (…). Deseo la asistencia necesaria para proporcionar un digno final a mi vida, con el máximo alivio posible de cualquier sufrimiento, autorizando todo tipo de analgésicos… sedantes… incluso si ello pudiera acelerar mi muerte.
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En estos supuestos (…) si no es posible que me atiendan en mi domicilio, que sería mi preferencia, autorizo mi ingreso en un centro adecuado, liberando a mi familia de tal decisión y de cualquier sentimiento de culpa. Deseo auxilio espiritual propio de mis creencias. Dono todos mis órganos que puedan ser de utilidad para dar vida o mejorar la vida de otras personas. Deseo que mi cuerpo sea enterrado».
Este es un extracto de mis voluntades anticipadas, todos somos libres de formularlas. Como personas, como pacientes terminales, somos sujetos de derechos, ahora con un derecho más, que nos es obligado anticipar cómo queremos ejercerlo. Para no traspasar esta responsabilidad a nuestra familia, ni al hospital.
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