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El debate en torno al derecho a decidir ha vuelto a emerger tras los discursos vinculados al Aberri Eguna. Una sociedad democrática no es una sociedad sin conflictos, una de Arcadia feliz sin disputas; la clave para el equilibrio social radica en que los conflictos ... puedan tener cauces de expresión, debate y solución; y la política, en cuanto herramienta básica para encauzar disensos sociales, parece haber claudicado ante su principal mandato social.
Por ello y como principio de partida y base para la convivencia no existen argumentos democráticos para oponerse a que las sociedades decidan su futuro libremente; lo que cabe debatir es tanto la forma a través de la que puede materializarse tal toma de decisión o decisiones como la compleja delimitación de qué ha de entenderse por tales sociedades.
Ni una ni otra cuestión han sido objeto de desarrollo legal, y esa ausencia de regulación normativa conlleva que el debate se ubique más en el terreno de la filosofía política que el del Derecho. El denominado derecho a decidir no es un concepto acuñado jurídicamente, que se encuentre positivizado o normativizado, sino que se conceptúa y desarrolla desde una visión politológica o filosófica y se articula más como un proceso que un acto que agote sus efectos en sí mismo.
Sea cual sea su concreción final, el derecho a decidir de la sociedad vasca ha de ser punto de encuentro, no de ruptura. En el imaginario colectivo viene asociado con una urna, con una consulta. Queda así vinculado a la figura totémica de un acto plebiscitario en el que todas las posiciones se simplifican en un 'sí' o un 'no'.
Tan inviable y poco recomendable es optar por la vía unilateral (nunca habrá independencia sin pacto) como pretender aspirar a una independencia por la fuerza esgrimiendo el argumento de que no puede conseguirse mediante un referéndum legal. De igual modo, resulta frustrante en democracia reprimir una aspiración política con el solo argumento de que, pese a ser legítima, no es legal.
El Derecho es acción. Política y Derecho, ése ha de ser el binomio que permita civilizar el debate territorial. Seguridad jurídica, respeto a los procedimientos y voluntad política para permitir la consulta directa a la ciudadanía en torno a cuestiones de especial trascendencia han de ser los parámetros de actuación.
El Derecho a decidir debe anclarse sobre la base del logro de un pacto político e institucional que habrá de ser ratificado por la ciudadanía vasca. Desde nuestra dimensión vasca pueden abrirse tres grandes binomios de reflexión en relación al futuro estatus político: oportunidades y bases para el desarrollo del autogobierno (valoración del desarrollo del Estatuto de Gernika); en segundo lugar, el principio democrático y los mecanismos de profundización democrática (derecho a decidir, de autodeterminación, legalidad y legitimidad, consulta-referéndum) y por último el concepto de soberanía y modelo territorial (necesidad o no de reforma constitucional, simetría-asimetría, derechos históricos, unilateralidad o bilateralidad).
La acomodación política de las minorías nacionales dentro de un Estado puede asentarse de forma definitiva y estable a través del reconocimiento de una verdadera democracia plurinacional que debe permitir superar el presupuesto del que parte la ideología que niega la existencia de naciones sin Estado, expresada a través del concepto de que entre el Estado y los ciudadanos no hay estructuras intermedias de poder y de representación como colectividad o como pueblo.
Por encima del poder de lo intergubernamental frente a lo supranacional, Europa constituye para nosotros el ámbito geopolítico en el que el denostado y superado concepto de soberanía estatal se difumina en favor de una concepción menos vertical del ejercicio del poder político. Un espacio en el que cala la política de la cooperación frente a la de la imposición y la prepotencia del más fuerte, donde los consensos se alcanzan a partir de acuerdos basados en la racionalidad y no en meras sumas aritméticas de poder.
Pese a las imperfecciones y lagunas de su sistema institucional, Europa representa nuestro horizonte de futuro como nación sin Estado, que se muestra empática hacia el reconocimiento de lenguas y culturas minoritarias, permite la defensa de la diversidad dentro de la unidad, admite la pluralidad nacional y la diversidad de centros de decisión. Por ello merece la pena seguir trabajando desde Euskadi por una mayor integración y profundización del proyecto europeo.
Vivimos en una época de transformación radical de nuestros marcos de referencia. Ninguna nación, con o sin Estado, es completamente soberana. El convulso contexto geopolítico mundial ha redimensionado la tradicional concepción de la soberanía estatal. La supuesta plena independencia política no es ya sino una frase. Lo prudente, lo pragmático es tratar de situarse en una posición de interdependencia lo más favorable posible.
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