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«La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (Papa Francisco).
Existen a lo largo de la historia numerosos ejemplos de lo perniciosa que resulta para muchas causas justas la adhesión acrítica, ciega y pasional de corrientes que no admiten matices y que se ... dedican a repartir carnés de autenticidad y pureza en su defensa. Paradójicamente en muchos casos, esas actitudes sectarias proceden de elementos que antaño no compartieron o incluso combatieron aquella causa.
Si un espectador ajeno a nuestro pasado reciente se asomara a la actualidad de nuestro país podría concluir que la Constitución española, de cuya aprobación se cumplen hoy 45 años, solo tiene a la derecha que la defienda. La derecha, devorada hoy por las pulsiones más extremistas, se arroga en exclusiva la custodia del marco jurídico y democrático que la ciudadanía española refrendó tras la muerte del dictador. Y lo hace en un ejercicio cínico -cinco años hace que caducó el mandato del CGPJ y se niega a renovarlo por puro interés partidista- y torticero, al despreciar deliberadamente que los constituyentes la redactaron con espíritu inclusivo y no excluyente.
La Constitución sufre hoy las consecuencias del fervor posesivo de aquellos que aceptaron la Carta Magna como un mal menor. Puede que la mala conciencia de sectores que no tuvieron especial interés en transitar hacia la democracia esté en el origen de esta conversión, pero el daño que se ocasiona a la convivencia entre ciudadanos y territorios es notable. Hoy que tanto Vox como PP invocan la unidad de España como principio y fin de todos sus desvelos cabe preguntarse si esa unidad vendrá del proselitismo o vendrá de la atracción. No parece probable que en sociedades abiertas y pluralistas como la nuestra pueda funcionar un relato dogmático y militante como el que se formula de la Constitución desde terminales conservadoras. Y eso explica en parte la desafección hacia el Estado de importantes capas sociales en territorios con tensión identitaria propia en cada ocasión en que la derecha tiene oportunidad de aplicar su particular visión.
El recrudecimiento del debate político con motivo de la tramitación de la proposición de ley orgánica de amnistía en el Congreso de los Diputados es solo el último de los ejemplos que pueden ilustrar esta involución. Pero conviene recordar que esta misma exégesis cerrada e indubitable que hace ahora el PP la han venido esgrimiendo con motivo de otros avances en derechos sociales y libertades públicas, como el aborto o el matrimonio homosexual.
Pienso que en todos esos envites la derecha olvida algo importante: hoy que las sociedades avanzan hacia la fragmentación, iniciativas inclusivas que persigan la identificación del conjunto de ciudadanos con instituciones comunes cobran especial valor. Y la amnistía aplicada a los responsables del proceso independentista de Cataluña no deja de ser una oportunidad para cerrar heridas y volver a un cauce político donde poder dirimir y gestionar las discrepancias ideológicas. Ello no puede observarse sino como un objetivo deseable, a menos que la estrategia de ese espectro político pase por extraer el mayor rédito electoral posible de la tensión, el conflicto y la crispación, en cuyo caso al menos deberían dejar de presentarse como adalides de la estabilidad y el orden.
Sea como fuere, tanto PP como Vox están en su derecho de leer la Constitución con la mirada tan corta como deseen, pero deberán aceptar que no se trata de un texto doctrinal, sino interpretable, labor que corresponde al Tribunal Constitucional y que en función de las mayorías progresistas o conservadoras existentes puede inclinar -o no- la balanza en una u otra dirección. Que los derechos han de interpretarse en sentido extensivo y las prohibiciones en sentido restrictivo es un principio comúnmente aceptado entre juristas. Pero, de nuevo, otra constante de la derecha española en su 'defensa' de la Constitución es la negación de este fundamento aplicando justamente el criterio contrario: los derechos en sentido restrictivo y las prohibiciones en sentido extensivo. Y hay numerosos ejemplos, algunos de ellos entrañables, que iluminan este extremo.
En resumen, vale la pena aprovechar la efeméride que el día de hoy nos brinda para celebrar el proyecto común que es España con todas sus contradicciones y paradojas. Seamos inteligentes, tenemos la enorme fortuna de contar con una Carta Magna que recoge la mejor tradición constitucional europea y que deja suficientes espacios para que todos podamos sentirnos cómodos y concernidos. Basta con hacer una lectura racional y emocional adecuada en cada encrucijada de la historia, sea una pandemia, un proceso independentista o un avance social. Este país lo merece.
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