![Sin dejar a nadie atrás](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202210/14/media/cortadas/sansalvador14-khiE-U180366381665o7C-1248x770@El%20Correo.jpg)
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El 'Octubre urbano', establecido por la ONU, nació para crear conciencia, promover la participación, generar conocimiento e involucrar a la sociedad en la creación de un mejor futuro en ciudades, territorios y comunidades.
La convocatoria de este año invita a las instituciones, empresas, entidades sociales ... y ciudadanía a centrarse en cómo mejorar la vida de las personas que las habitan, garantizando que el modelo de desarrollo no deje a nadie atrás. El mes comenzó con el Día Mundial del Hábitat, el primer lunes, y finaliza con el Día Mundial de las Ciudades, que se celebra siempre el 31. Este año, el Día Mundial del Hábitat tuvo como lema 'Cerrando la brecha. Sin dejar a nadie ni a ningún lugar atrás' y abordó las desigualdades en territorios, ciudades, comunidades y barrios.
Tras la crisis financiera de 2008, que dio paso a una profunda crisis económica en 2009 y años sucesivos, los indicios de recuperación chocaron frontalmente con la crisis provocada por la pandemia de la que seguimos contabilizando a personas fallecidas, con secuelas severas y contagiadas. En línea continua, se ha sumado un más que perceptible cambio climático, resultante de décadas de contaminación y sobrexplotación de espacios y recursos, junto a una doble crisis bélica y energética que agudizan los problemas que venimos arrastrando en un contexto de profunda incertidumbre y desasosiego.
Nuestras ciudades, junto a los territorios en los que se ubican y las comunidades que las habitan, se han enfrentado a tres lustros de fuertes tensiones disgregadoras. La mayoría de la ciudadanía ha aguantado el tirón, con sus apuros y sacrificios, pero va saliendo adelante. Pero un porcentaje constante, con tendencia al alza, se ha quedado atrapado dentro de las brechas de vulnerabilidad y desigualdades originadas.
Una amplia mayoría de las personas que habitan nuestras ciudades tienen una elevada esperanza de vida, disfrutan de una cobertura sanitaria y educativa universal, con una vivienda donde guarecerse y un empleo con el que hacer frente a tanta inestabilidad. Y disponen de espacios comunes que ofrecen calidad de vida, con zonas verdes, equipamientos de ocio, transporte público... Pero una de cada seis personas -el 16,3%, según el último Informe de Fundación Foessa-Cáritas- se encuentra en riesgo de exclusión social, con un tercio de ellas en exclusión severa.
La fragilidad de estas personas encuentra su origen en un desempleo de larga duración o un trabajo muy precario, la infravivienda que habitan o la falta de un hogar, un abandono temprano del sistema educativo, una salud más quebradiza asociada a una peor higiene y alimentación, el no disfrute de la legalidad, la soledad... Incluso la brecha digital les deja sin cobertura, sin acceso a internet, sin capacidad de compra de dispositivos, añadiendo un excluyente analfabetismo digital.
Vamos surfeando por una realidad de dos velocidades. La de una mayoría de ciudadanas y ciudadanos que disfrutamos de condiciones medioambientales, económicas, sociales, culturales y políticas tensionadas por las crisis, pero por encima del umbral de lo estrictamente necesario para vivir. Y otra, la de personas que, compartiendo ciudad y territorio con nosotras y nosotros, se encuentran atrapadas en corrientes de exclusión. Carentes de capital económico, educativo, social, cultural o político, se enfrentan a paredes insalvables, por las que deslizan su vulnerabilidad hacia desigualdades e invisibilidad.
Además, la brecha generacional y la de género retuercen la desigualdad hasta extremos insospechados. Personas mayores que no disfrutan de pensiones dignas o padecen soledad. Personas jóvenes sin posibilidades de emancipación y carentes de las condiciones mínimas para iniciar un proyecto vital propio. Mujeres que suman a las carencias ya reseñadas de acceso a la vivienda, empleo, condiciones laborales, salud, educación, tecnología… sus techos de cristal.
Las personas en contextos de vulnerabilidad se refugian entre iguales, en espacios segregados -viviendas, centros educativos, puestos de trabajo, plazas, equipamientos de ocio…- que, de modo recurrente, configuran en el imaginario colectivo barrios degradados, deprimidos y vulnerables que, constantes en el tiempo, derivan en guetos.
Tenemos margen para la reducción de las desigualdades, cerrando las brechas, cosiendo la sociedad con mayores dosis de progresividad en la recaudación fiscal, con una mayor inversión en barrios y colectivos vulnerables, con la prestación de los mejores servicios públicos a las personas más desfavorecidas, en la atención a quien más lo necesita. El objetivo es que cada vez sean más las personas que puedan desarrollar una vida digna y autónoma, poner en valor su talento y aportar a la comunidad, ciudad y territorio.
Disfrutamos de una sociedad avanzada, con un alto nivel de condiciones para el desarrollo de una vida digna. No podemos permitirnos dejar a nadie atrás. Es la invitación que Naciones Unidas nos hace cada octubre.
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