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Pues en ello estamos, obligados a bailar al son de una música estridente y rara que empezó a envolvernos un día tonto de marzo, cuando ya olía a primavera. Al primer compás de aquella banda, los pájaros se refugiaron en las ramas más altas de ... los árboles del bosque, los perros y los gatos corrieron a esconderse en los rincones más recónditos, los animales de la selva ocultaron a sus crías en las espeluncas más oscuras, y nosotros, como nos ocurre tantas veces, sacamos a pasear al gilipollas ese que llevamos dentro y, en cuanto oímos el ritmo extraño y siniestro, nos reímos. «Dicen que los chinos están encerrados en sus casas y levantan hospitales en unos pocos días». Respuesta con sonrisa de superioridad: «Qué jodidos los chinos, qué cosas se les ocurren».
Y lo cierto fue que las danzas de la muerte empezaron a recorrer las calles del mundo mundial. La Parca, a la cabeza de una larga cadeneta, se llevaba con ella a ricos, pobres, ancianos, jóvenes, amigos y enemigos. El mensaje era claro: «Voy a por todos», y así fue. Solo en 2019, la covid causó alrededor de dos millones y medio de muertes.
Sin embargo, pocos meses después se logró el milagro y los científicos obtuvieron una vacuna en tiempo récord. Respiramos tranquilos, se había acabado la pesadilla. No era verdad. Porque María Guadaña, mientras se entretenía disfrazándose de volcán en erupción, de ola de calor, de incendio, de sequía, se dedicó a pensar y a pensar y, por fin, dio con una idea brillante, ¡la guerra!
Enseguida puso manos a la obra, no le costó demasiado convencer al anciano de los ojos de lobo estepario (cumplía muy pronto 70 años) de que no le quedaba mucho tiempo para alcanzar la gloria universal y que había llegado la hora de que, con la excusa de la 'grandeur' de la Madre Rusia, se lanzase a por todas. Putin entró al trapo e invadió Ucrania.
Y Abaddón, el Exterminador, el Destructor, el general más importante del mundo de las Tinieblas, se puso contento y empezó a preparar el baile macabro que precede al abismo. Abaddón es un enamorado de las 'performances' tenebrosas, aún recordaba con nostalgia la tétrica fiesta que se celebró el 20 de abril de 1945 en la Cancillería del Reich en Berlín. Aquel 20 de abril Hitler cumplía 56 años, era su último cumpleaños. El Estado Mayor, como todos los años, se reunió a medianoche para ser los primeros en felicitar al Führer.
Al día siguiente, Hitler pasó el día recibiendo felicitaciones, por la tarde tomó el té con Eva, la secretaria Gertrud Junge 'Traudl', su secretaria más joven, y la dietista Constanze Manziarly. Luego se retiró a sus habitaciones, estaba muy cansado. Pero en el primer piso de la Cancillería, ya desgarrada a dentelladas por las bombas aliadas, Abaddón disfrutó como un niño de una fiesta lúgubre y sórdida, como las que le gustan a él.
La poca luz que iluminaba la sala transformaba la cara de los asistentes en máscaras mortuorias. Corría el champagne de manera loca y el disco 'Blutrote Rosen erzählen dir vom Glück' (no, como dicen algunos, la canción danesa 'Blutrote Rosen', que se grabó en 1942 y se hizo famosa al terminar la guerra) sonaba una y otra vez de manera obsesiva, no tenían otro disco. De pronto empezaron las explosiones, todos corrieron al búnker, menos Abaddón, que se quedó allí embelesado contemplando tanta destrucción. Al día siguiente Hitler se suicidó y los rusos ya estaban a trece kilómetros de Berlín.
Pues ahora Abaddón está organizando un baile muy especial, quiere que las armas nucleares formen parte del festejo. Se acerca el invierno, habrá más covid, más gripe, más frío, más inflación, más penurias… El marco es tentador, esta fiesta puede convertirse en el gran festival mundial de la destrucción, puede ser la última del planeta, porque sumaremos muertos y más muertos a los muertos de otras guerras, sumaremos enfermedades y más enfermedades desconocidas a las enfermedades ya conocidas, romperemos límites, superaremos todas las marcas del dolor… si es que entre todos no somos capaces de parar tanto caos.
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