Siria ha explosionado. Era cuestión de tiempo que ello ocurriera y la situación de colapso del régimen de Bashar al-Asad es ya una realidad. Su fulminante derrocamiento no pone punto final a una guerra civil promovida desde el exterior del país y que se ... adentra en un nuevo ciclo que es muy probable que termine con un baño de sangre mayor, al enfrentarse las muy dispares facciones que han hecho caer el régimen del tirano alauí. El alto el fuego acordado por Rusia y Turquía en 2020, que parecía haber desactivado la guerra, era una ficción adornada por la reintegración al escenario regional e internacional de la Siria de Al-Asad. Recordemos que desde que estalló la revolución en su contra, en 2011, nunca había vuelto a controlar la totalidad de su territorio ni a recuperar el monopolio del uso de la fuerza, aunque el respaldo ruso e iraní le imbuyó de sensación de victoria.
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Contemplaremos a partir de este momento un maremágnum de milicias pululando por doquier y un caos difícilmente controlable por las potencias globales, las que han alentado y apoyado la revuelta y las que se han mantenido al margen. La conquista de Damasco, y la caída de la república árabe, tras más de 50 años y dos generaciones en el poder, por unos opositores unidos en torno a la idea de eliminar el régimen de Al-Asad, genera una gran incertidumbre por lo heterogéneo y dispar de estos diferentes grupos y por la posibilidad de un vacío de poder que dé paso a enfrentamientos armados y al caos.
Encabezados por el grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), fundado inicialmente en 2011 bajo el nombre de Jabhat al-Nusra como afiliado directo de Al-Qaida, que engloba a 12 grupos rebeldes, y su líder Abu Mohamed al-Golani, incluye a otras muchas camarillas ligadas al pro-turco Ejército Nacional Sirio o las kurdas Fuerzas Democráticas Sirias (SDF).
La ofensiva de HTS y del Ejército Nacional Sirio proturco ha nacido del cambio en la correlación de fuerzas por la guerra de Israel contra Líbano, y ello supone, por una parte, un duro golpe para el 'eje de la resistencia' ruso-iraní y, por otra, un claro triunfo para la Turquía de Erdogan.
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Tras catorce agitados meses en Oriente Próximo, la República Islámica de Irán y sus aliados se enfrentan a los desafíos de Gaza y el sur de Líbano y a la catástrofe de sus intereses en territorio sirio a pesar de la intervención de milicias iraquíes proIrán en el conflicto (Ansar Allah al-Awfiya, Cuerpo Badr, Fuerzas de Movilización Popular, Kata'ib Sayyid al-Shuhada, Movimiento de Resistencia Islámica de Nujaba). Irán ve lo acaecido en Siria como un paso más del plan diseñado por Israel para rediseñar el mapa de Oriente Próximo, y la coincidencia del alto el fuego entre este y Hezbolá y el suministro de armas por parte de Turquía así lo manifiestan. Irán no llora por Al-Asad, sino por las amenazas que la nueva situación genera para el país persa.
El inesperado hundimiento del régimen de Al-Asad se explica en gran medida por el abandono de sus dos principales protectores, Rusia e Irán. La guerra en Ucrania y la retirada internacional ante la presión israelí ha eliminado el padrinazgo con el que contaba el país árabe. Cualquier ilusión de una salida rápida y pactada de la situación de caos en Siria se verá frustrada por la mezcolanza de protagonistas y los sirios se están manifestando, ante la nueva situación, de forma contradictoria. Reciben con alegría y gritos de bienvenida a los vencedores o manifiestan su descontento y miedo. Y hacen bien en recelar, porque experiencias pasadas, ajenas o no, no terminaron nada bien. Nadie tiene la seguridad de que ahora se produzca un proceso ordenado, o incluso pacífico, y no sería la primera vez que el mundo celebra la caída de un sátrapa árabe sin ningún plan para garantizar la paz, tal como ocurrió en Irak y Libia, países ahora destrozados.
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Siria es ya un problema de seguridad global y nos equivocaríamos si lo analizáramos como un conflicto estrictamente nacional. La implicación de actores internacionales es de gran intensidad y todas las dinámicas geopolíticas de la región están presentes en el país. La nueva e inestable situación hace de Oriente Próximo un foco de tensión que aún no ha derivado en una guerra abierta, como en Ucrania, pero que nos hace vislumbrar que un nuevo conflicto mundial que afecte a la mayoría de los países ha dejado de ser algo imposible.
Vivimos momentos de enorme incertidumbre y volatilidad en un escenario mundial cada vez más complejo y en el que los cambios se suceden con una rapidez inusitada. La posibilidad de que la tensión confluya en un choque militar a gran escala y de alta intensidad entre las potencias, aunque por ahora la pugna se esté librando mediante actores interpuestos y 'guerras híbridas', está poco a poco tomando cuerpo.
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