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Quién ha visto y quién ve a Vladímir Putin. Desde aquellos lejanos años en los que abogaba por la colaboración, e incluso fusión, con la Europa a la que ahora amenaza, hasta sus ínfulas mesiánicas tras la invasión de Ucrania y las permanentes intimidaciones al ... mundo occidental de utilizar armamento nuclear, la película geopolítica ha cambiado mucho. La Rusia actual, con la guerra en Ucrania como telón de fondo y la victoria de Putin en las recientes elecciones que lo perpetuarán seis años más en el poder, es una potencia imperialista al mismo nivel que Estados Unidos y China.
La teoría del «orden mundial unipolar» dominado por EE UU de Immanuel Wallerstein y otros autores hace aguas en la situación actual. Hace mucho tiempo que la potencia estadounidense no es ya la dominadora absoluta y omnipresente; ya no domina el mundo, y su declive y el ascenso de sus rivales orientales se manifiesta fundamentalmente en los planos político y económico y, en mucha menor medida, en el militar.
Rusia es económicamente más débil que EE UU y China, pero tiene una fuerza militar considerable, derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y un papel clave en la política mundial. No olvidemos tampoco que las grandes potencias se hostigan mutuamente. Es obvio que Estados Unidos y sus aliados se han esforzado por hacer retroceder a Rusia a sus esferas de influencia tradicionales, pero también Rusia acosa a EE UU y Europa en las suyas. El imperialismo ruso y el chino son dos realidades que algunos ocultan, e incluso justifican, por mor del estadounidense.
Putin ganó las presidenciales y, como es habitual, independientemente de la orientación ideológica y de la visión que cada cual tenga del sistema político ruso, muchos analistas caen una y otra vez en el error de no considerar en sus apreciaciones la naturaleza, idiosincrasia e historia del pueblo ruso. Muchas de sus conductas nos resultan difíciles de entender, pero no debemos olvidar que ocurre lo mismo cuando ellos intentan entender el mundo occidental. Putin es un sátrapa que ha eliminado sin piedad cualquier oposición, tal y como hemos comprobado en los últimos años, pero la mayoría de los rusos consideran que el Estado ha vuelto y se ha fortalecido con él después de la ominosa época de Borís Yeltsin.
Rusia no es una democracia liberal, es una democracia autoritaria con todo lo que ello conlleva. Pero no nos engañemos: la mayoría de los rusos lo apoyan y el Estado fortalecido que ha configurado sostiene su poder. Tocqueville hablaba ya de esta democracia autoritaria ideológicamente de mayoría conservadora y con un fuerte sentido patriótico.
Desde que está en el poder, Putin ha sido elogiado y criticado. Sus partidarios lo ven como un líder fuerte y capaz que ha restaurado el prestigio de Rusia en el escenario mundial y ha promovido el crecimiento económico y la estabilidad interna, mientras que sus críticos le acusan de consolidar un régimen autoritario, restringir las libertades civiles y perseguir a opositores políticos.
El líder ruso no para de reiterar su disposición a utilizar armas nucleares desde que invadió Ucrania en febrero de 2022. En el discurso sobre el estado de la nación del mes pasado volvió a advertir a Occidente de que su participación en la guerra en Ucrania aumenta el riesgo de conflicto nuclear. Estas amenazas se suman a las exhortaciones de algunos expertos, dirigentes y militares occidentales abogando por un enfrentamiento directo con la primera potencia nuclear del planeta.
Europa, mientras tanto, confía en el paraguas militar de la OTAN, organización identificada con Estados Unidos, y que sin el poder de la potencia estadounidense solo son cuatro letras sin valor alguno. Confiar en la idea de que, si se produce un enfrentamiento con Rusia, EE UU volverá a socorrer a la decadente Europa es muy aventurado. Es más, las posibilidades de que ocurra son muy remotas porque los norteamericanos no expondrán a su país a un ataque nuclear masivo para salvar a los europeos y también porque su verdadero adversario es China y sus principales intereses están en la región Asia-Pacífico.
El panorama es desolador para Europa. Por una parte, una autocracia beligerante y que difícilmente cejará en su empeño y por otro la primera potencia militar del planeta cuyos intereses están en otro lugar y que intentará evitar por todos los medios un enfrentamiento con rusos y chinos. Un choque de imperialismos es a día de hoy algo improbable salvo que salte una chispa incontrolada en algún lugar del planeta.
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