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El sistema democrático de Estados Unidos y su propia democracia están sobrevalorados. ¿Por qué realizamos una afirmación tan contundente y controvertida? Sencillamente porque la celebración ... de las elecciones más relevantes que se recuerdan nos ofrece una gran oportunidad de reseñar las carencias del sistema bajo el que se mueve la política de Washington. Recordemos que en el Estado norteamericano existe una clara interconexión entre su 'torpeza' (el gigante torpe), las profundas desigualdades que lo caracterizan y el desmedido grado de polarización entre la derecha y la izquierda del país. Los tres factores se mueven en un círculo vicioso en el que cada uno de ellos potencia y refuerza a los otros. Las desigualdades y la polarización perjudican al Estado, pero este permite a su vez que la polarización aumente y que las desigualdades enraícen cada vez más.
Los resultados de estas elecciones, y quien sea que las gane, difícilmente aportarán estabilidad, un cierto grado de orden, normalidad y previsibilidad en la política interior y exterior, ya que la coyuntura que vive el país no permitirá promulgar grandes reformas ni resolver los grandes desafíos a los que se enfrenta, ni, por supuesto, encarar las carencias citadas y otras que lastran la deficiente democracia estadounidense y que cuestionan la perfección de su sistema democrático a pesar de su longevidad.
La disfuncionalidad del Congreso, la supresión del voto de las minorías, el protagonismo del dinero de dudoso origen utilizado para apoyar y proponer aspirantes y candidatos, y los vacíos de una Constitución (1787) que ha ofrecido dos siglos de prosperidad y libertades, pero que no se toca desde hace más de 50 años y en la que encontramos los tres principales problemas de una democracia enferma (la estafa del Colegio Electoral, la composición del Senado y el funcionamiento del Tribunal Supremo), definen claramente la democracia estadounidense.
Ningún país utiliza el Colegio Electoral, salvo EE UU, y de ahí que sea la única democracia del mundo en la que un candidato presidencial puede obtener una mayoría de votos ciudadanos en el país y aun así perder las elecciones, como ha ocurrido ya en cinco ocasiones. La última, la de Hillary Clinton con Donald Trump. Los ciudadanos no votan al presidente, sino a una lista de electores que corresponden a ese candidato y se comprometen con él. Una reforma del sistema electoral que evitara que el que gana se lleve todos los votos avanzaría en el buen camino. Y también el refuerzo de la estructura de unos partidos en los que los candidatos a la presidencia, al Senado o los que aspiran a gobernar los Estados no se presenten por su cuenta, consigan apoyo económico, ganen luego las primarias y el partido 'no tenga más remedio' que apoyarlos. Y todo ello antes de la campaña electoral.
Que entrasen en liza otros partidos también mejoraría y airearía el sistema. Asimismo, modificar el carácter vitalicio de los magistrados del Tribunal Supremo evitaría giros bruscos hacia un extremo u otro del espectro político, que en los últimos años se ha escorado claramente hacia la derecha, cambiando de forma sustancial la sociedad estadounidense en cuestiones como los derechos civiles, el control de armas o la libertad reproductiva. Limitar el mandato de sus miembros y un código ético de obligado cumplimiento mejorarían sin duda la democracia estadounidense.
Por otra parte, que desapareciera esa práctica tan característica y única de definir y modificar los distritos electorales a conveniencia de cada cual, demócratas o republicanos, sería muy beneficioso para el sistema, aunque no para los clientelismos que genera y para quienes se perpetúan en el poder. Esta práctica diluye y desincentiva a las minorías que se ven desgajadas de sus distritos y cuyos votos se convierten en 'nada'. Si a ello añadimos que las votaciones se realizan en días laborables, que las dificultades para apuntarse son una realidad, que obtener información sobre cómo votar se convierte en una odisea, que se han aprobado leyes restrictivas que imponen unos requisitos que alejan de las urnas a las minorías... podemos entender la baja participación que las caracteriza.
La transparencia en las donaciones sería suficiente para evitar la corrupción del sistema evitando que el 'dinero oscuro' defina también las campañas electorales. Al igual que en la cuestión anterior, ambos partidos se benefician de esta financiación incontrolable y nada hacen por cambiarlo.
Una vez analizados todos los ingredientes de la receta electoral estadounidense se puede concluir, tal y como han manifestado no pocos políticos en susurros y tras bambalinas, organismos independientes y estudiosos de la ciencia política, que el sistema electoral estadounidense está lejos del de otras democracias consolidadas.
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