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El mundo está muy desordenado. Realmente nunca ha estado ordenado del todo. El paréntesis tras la Segunda Guerra Mundial ha sido solo eso, un paréntesis. ... Una quimera en una historia de la Humanidad que siempre ha sido la historia de la guerra con pequeños períodos de paz insertados en ella. La guerra de Ucrania nos ha vuelto a recordar de modo dramático que la salida de la Guerra Fría y la desaparición de la amenaza soviética no vinieron acompañadas de la instauración de un nuevo orden mundial, aunque fuera celebrado como tal y de forma casi unánime por los dirigentes occidentales tras la desintegración de la URSS.
Las esperanzas se han frustrado y la situación actual así lo manifiesta. ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Por qué no se han cumplido los sueños de entonces? Sencillamente, porque eran solo eso, sueños. Claro que el no cumplimiento de los mismos tampoco auguraba un resultado tan desastroso y catastrófico como el que estamos viviendo. El 'final de la historia', el 'triunfo de Naciones Unidas', la 'globalización', el 'triunfo de la democracia' y otras frases y eslóganes grandilocuentes que con tanta fuerza sonaron en esos momentos y las promesas de un mundo sin guerras en el que la negociación y el acuerdo solucionarían todas las disputas han dado paso al mayor desorden mundial que hayamos conocido.
Desde que en 2019 Emmanuel Macron declaró que la OTAN estaba en estado de muerte cerebral han pasado muchas cosas y la agresión de Vladímir Putin a Ucrania en febrero de 2022 la ha resucitado. Nunca ha sido tan fuerte y ha estado tan unida como ahora. Y ello se ha producido a la par que decaía el proyecto de autonomía estratégica europea. Todos los países europeos pensaban, y deseaban, estar protegidos por una Alianza Atlántica liderada y respaldada por EE UU. Solo Francia disentía sin mucho vigor.
Y ahora nos encontramos una situación en la que el abandono estadounidense de sus antiguos socios, que no amigos, obliga a la UE y a Europa en su conjunto a correr en pos de ese proyecto estratégico de defensa en el que la autonomía se la ha concedido aquel a quien antes no se atrevían a enfrentarse. La conmoción ocasionada por la agresión rusa se ve opacada por el abandono de la mayor potencia mundial y la nueva realidad ha generado una sensación de amenaza y miedo, cuyo reflejo más inmediato es el aumento del gasto militar y el rearme de Europa (la UE y los 800.000 millones de euros de su plan 'ReArm Europa'), y recomendaciones a los ciudadanos como la del kit de supervivencia de tres días.
Todos los países europeos, tan indolentes y dejados, han visto las orejas al lobo y deprisa y corriendo abogan por aumentar el gasto militar. El caso más paradigmático es el de Alemania, que ya en 2023 rompió con su tradicional pacifismo, tras la aventura bélica de 1939 a 1945, y que acaba de aprobar una dotación económica de 100.000 millones de euros para modernizar su ejército. El plan de rearme no solo responde a la guerra en Ucrania, sino también a la reconfiguración del orden internacional y a la reordenación hegemónica que propone Donald Trump, aunque esta mine alianzas, cuestione el papel del dólar y del mercado de bonos estadounidense, tenga efectos inflacionistas y descontrole la crisis de la deuda internacional.
EE UU abandona a Europa cuando esta reivindica su apoyo en mayor medida que nunca desde el final de la Guerra Fría. Por una parte, es un grave contratiempo, pero, por otra, es la oportunidad de que el proyecto europeo se afiance, no solo en ámbitos ya consolidados como el económico, y deje de ser un enano político y militar. Los intereses estadounidenses pretenden avasallar y subyugar Europa, conseguir la distensión con Rusia y asegurarse el control de Oriente Próximo para así poder centrarse en la región indoasiática y en la pugna geoestratégica con China.
Todo ello en el marco de una guerra tecnológica y comercial global que se desarrolla en un marco en el que confluyen múltiples crisis cada vez más entrelazadas y de la consiguiente lucha por los recursos en un mundo depredado en demasía. En este panorama, la UE es un bloque regional dividido y en declive que ahora busca una autonomía estratégica en el plano geopolítico, económico, energético, militar y tecnológico, como recoge el Informe Draghi. Así se ha manifestado en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich y en la cumbre de París de Macron.
Siendo todo esto evidente, debemos tener presente también que cuestionar el multilateralismo y no dar soluciones globales a problemas globales, con el consiguiente aumento del pesimismo que ello conlleva, erosiona la democracia al poner en entredicho las instituciones internacionales como lo está haciendo un Trump al que la disuasión militar beneficiará enormemente, porque justifica su argumento de que la UE nació para «joder» a EE UU y ahora va a ser al revés. Y en esas estamos en este siglo XXI.
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