Aquel 6 de agosto de 1945, la mañana era calurosa y húmeda en Hiroshima. El cielo estaba azul, limpio y precioso, condiciones meteorológicas perfectas para afinar el tiro. La mayoría de los japoneses habían desayunado el desayuno típico en época de guerra: mijo y semillas ... de avena. De pronto, el mundo se rompió. Fue a las 8 horas, 15 minutos y 17 segundos, los relojes quedaron varados ahí, las sombras fantasmas de las agujas fundidas por el fuego indicaron la hora para siempre. Y entonces cayó del cielo una bola de color amarillo pálido, casi blanco. Después se oyó un ruido ensordecedor, un trueno gigantesco como nunca se había oído. La bomba atómica había explotado a 600 metros del suelo. Un ciclón, que se prolongó durante seis horas, alcanzó los 1.200 kilómetros por hora y elevó la temperatura a 150.000.000 de grados centígrados, el ciclón arrastraba la carroza más majestuosa y nunca vista de la Muerte. Murieron 140.000 personas y los heridos fueron incontables. George Caron, artillero de cola del avión, fue el que sacó la fotografía que conocemos. Tres días después, el 9 de agosto, a las 12 horas y 1 minuto, otra bomba más grande cayó sobre Nagasaki; sin embargo, debido a que el terreno es más accidentado, el número de víctimas fue menor: murieron 40.000 personas y otras 40.000 resultaron heridas.
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Alemania, Estados Unidos, Rusia y sus proyectos de nombres en clave, 'Proyecto Uranio', 'Proyecto Manhattan', 'Operación Borodino', andaban detrás de la bomba atómica. Quien llegase antes a construirla ganaría la guerra y se convertiría en el país más poderoso del mundo. El físico nuclear Robert Oppenheimer, director del 'Proyecto Manhattan', y su equipo llegaron primero, construyeron la bomba de uranio de nombre macabro - 'Little Boy'- que destruyó Hiroshima y la bomba de plutonio 'Fat Man', en homenaje a Winston Churchill, que destruyó Nagasaki.
Hay quien dice que altos dirigentes nazis colaboraron en la fabricación de la bomba atómica americana. El documental de la cadena alemana TMZ sugiere que Hans Kammler, el que organizó la construcción de los campos de exterminio de Auschwitz, Majdanek y Belzec, y también dirigió la construcción de las cámaras de gas, pudo ser uno de ellos. Lo que sí se sabe hoy con certeza es que, gracias a la 'Operación Paperclip' y a la 'Operación Alsos', más de 700 científicos alemanes fueron trasladados junto a sus familias al final de la guerra a Estados Unidos para que sus conocimientos no cayeran en manos de los rusos.
La documentación de los científicos nazis, en la mayoría de los casos, tuvo que ser reescrita para ocultar que habían participado en crímenes de guerra. Hoy todavía los documentos de la 'Operación Paperclip' continúan siendo materia clasificada. No debemos olvidar que el ingeniero aeronáutico Wernher von Braun, miembro de las SS y con muchos muertos en su mochila, acabó de director del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la NASA y trabajó codo con codo con científicos judíos en el 'Proyecto Apolo', que llevaría al primer hombre a la luna.
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Ahora, cuando desgraciadamente nos sobrevuela el miedo a una Tercera Guerra Mundial y al uso de armas nucleares, la Cúpula de Genbaku, en la otra orilla del parque conmemorativo de la paz de Hiroshima, nos recuerda el horror de las guerras. La estructura de este edificio de ladrillo y hormigón, inaugurado en 1915 y proyectado por el arquitecto checo Jan Letzel, es la única que se mantuvo en pie a cien metros del hipocentro de la primera bomba atómica lanzada sobre población civil. El parque y la Cúpula de Genbaku son simplemente eso, un recordatorio del horror de las guerras. No, no hay acusaciones, solo horror, solo espanto.
Cerca está el monumento al poeta Toge Sankichi, autor de una colección de poemas dedicados a la bomba atómica, 'Genbaku Shishu'. Poemas de la bomba atómica. Yo me quedo con sus palabras grabadas en la piedra: «Devuélveme a mi padre, devuélveme a mi madre». Y es que las guerras nunca son heroicas ni para los vencedores ni para los vencidos.
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