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El 'Libro de buen amor', cumbre temprana de nuestra literatura, entre los muchos pasajes que sorprenden y deleitan por el ingenio, la frescura y la ironía, incluye el de la pelea entre Don Carnal y Doña Cuaresma, que simbolizan el exceso o intemperancia y la ... moderación o templanza. El pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo representó también esta pelea en 1559, en un óleo lleno de color y de vida.
En el libro del Arcipreste de Hita triunfa Doña Cuaresma y Don Carnal (o Don Carnaval) es encerrado «a do no le vea ninguno» y a purgar sus excesos con el ayuno («et que l' diesen a comer al día manjar uno»). En la actualidad, no parece que resultaría triunfadora Doña Cuaresma.
La Cuaresma es una institución plurisecular y con gran arraigo cultural, aunque su práctica actual se haya debilitado respecto a tiempos pasados. Para el cristiano, es el período de preparación para celebrar la Resurrección de Cristo. Varios de los objetivos y pautas de la Cuaresma cristiana coinciden o convergen con las que propone la Psicología Positiva actual. Me referiré a algunas de ellas.
Una de las instituciones más características de la Cuaresma es la prescripción de ciertas restricciones en la comida; concretamente, algunos días de abstinencia de carne y un par de días de relativo ayuno. Se puede tomar esta costumbre como una mera y debilitada reliquia del pasado, pero también como una invitación a la templanza. Luigi Cornaro, escritor veneciano del siglo XVII, recomendaba en su libro 'Discorsi della vita sobria' la moderación en la mesa como la mejor medicina para una longevidad sana. En la actualidad, el biogerontólogo Leonard Hayflick, confirmando la relación probable entre longevidad y dieta frugal, sustituye la tan citada frase «somos lo que comemos» por «somos lo que NO comemos».
Con todo, la finalidad de estas casi simbólicas restricciones alimentarias de la Cuaresma actual va más allá de prolongar la vida o de mantener la línea. Recuerdan la importancia del control de nuestros impulsos y deseos, del autocontrol, comenzando con algo tan proclive a los excesos como es la comida y la bebida. Además, contribuyen a experimentar empatía con esos más de 800 millones de personas que sufren en el mundo el azote del hambre.
Templanza en la comida y la bebida, extendida a un estilo de vida sencillo y a la vez de satisfactoria plenitud, en el que la persona está por encima de las cosas y no las cosas por encima de ella. El filósofo francés André Comte-Sponville define la templanza como «la virtud por la cual continuamos siendo señores de nuestros placeres y no sus esclavos».
A partir de varios estudios empíricos, la Psicología Positiva concluye que, una vez se dispone de lo suficiente, existe poca relación entre el incremento de bienes materiales y el aumento del grado de felicidad. Importa más el modo de utilizar los bienes materiales -incluyendo el tiempo- y, sobre todo, el compartirlo con las personas necesitadas. Es la paradoja de la auténtica felicidad, que crece al dar y disminuye al acaparar.
No podemos olvidar una mirada reflexiva al interior de uno mismo. La humildad es una de las virtudes o fortalezas que incluyen los psicólogos Martin Seligman o Christopher Peterson en la clasificación de las fortalezas humanas. La palabra 'humildad' a muchos les suena mal y a contracorriente de la recomendada autoafirmación y asertividad. Pero aquí humildad no equivale a autonegación, sino que, como explica la profesora June Tangney, incluye: valoración propia, lo más exacta posible, tanto de los puntos débiles como de las fortalezas; capacidad para admitir los errores y limitaciones de nuestro conocimiento; reconocer con sinceridad las capacidades y logros ajenos; apertura a nuevas informaciones y puntos de vista, incluso cuando están en conflicto con los propios; vivir menos centrado en uno mismo, es decir, rebajar el 'ruido' del propio ego.
Tiempo, pues, para la 'revisión de vida', práctica incluida entre las terapias psicológicas; realizada en el horizonte de dos fortalezas especialmente valoradas por la Psicología Positiva: la práctica continua de la gratitud y el perdón entendido como perdonar, pedir perdón y perdonarse.
Tiempo también para reconocer la fortaleza humana de la trascendencia. Para espabilar el oído y el corazón a la escucha de Aquel que es «más íntimo que mi intimidad»; para favorecer el encuentro con ese Ser Personal que nos trasciende sin anularnos; que nos acepta incondicionalmente; que no debilita nuestro yo, sino que lo fortalece sin hincharlo; y que, lejos de confundirnos, guía y da sentido a nuestra vida.
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