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Miquel Iceta, el ministro de Política Territorial, estuvo el otro día entre nosotros para la firma de la transferencia de prisiones y en una entrevista ... dijo que «España es más fuerte con una Euskadi que tenga un autogobierno potente». O, dicho por extenso, que «Euskadi es más fuerte con más autogobierno, pero España también es más fuerte si Euskadi tiene un autogobierno potente». Y tras esta declaración añadió: «por eso soy federalista, el mundo va en esa dirección».
Según Iceta, los nacionalismos pueden ser coexistentes en un mismo Estado. Él da por supuesto que existe una nación que se llama Euskadi y otra nación que se llama España y que ambas se refuerzan mutuamente. El pequeño inconveniente es que no es que sean diferentes naciones dentro de un mismo Estado, sino que Euskadi es una nación que está dentro de un Estado, España, que también es una nación a su vez. Y esa nación que es Euskadi también tiene una parte dentro de otro Estado, que es Francia, que a su vez también es una nación.
Cualquier nacionalista que se precie quiere convertir su nación en Estado. Una nación sin Estado, para un nacionalista, siempre es algo incompleto, inacabado. Y el federalismo no ayuda en eso. En Alemania, aunque haya unos länder que tengan más identidad que otros, todos son regiones, o si se quiere estados regionales, dentro del Estado que es Alemania, que también es una nación. En Estados Unidos, por mucha personalidad que tengan Wisconsin o Idaho, o cualquiera de sus estados considerados individualmente, ninguno de ellos es una nación que quiera autodeterminarse.
Creo que el problema nacional no lo resuelve el federalismo. La única solución es ir a la raíz del hecho nacional. Porque oímos hablar de la voluntad nacional como un «derecho a decidir», una suerte de decisión, de voluntad pura y dura, ajena a cualquier consideración racional. O queremos que la emoción y el sentimiento sean lo único que prime en el impulso nacional. Pero cualquiera de nosotros, ante un comportamiento extraño o novedoso o diferente al habitual, pedimos una explicación, una causa, una razón que lo explique, que lo justifique. Porque la convivencia humana o es racional o no es. Y esto es así desde por lo menos la Grecia clásica en adelante.
El Estado en España, a partir de la Constitución de 1978 -la Segunda República se definía como un Estado integral-, procedió a una descentralización a fondo de todas sus estructuras con el único y exclusivo motivo, como sabemos, de intentar apaciguar sus nacionalismos internos y el resultado es el Estado de las autonomías que tenemos hoy. Pero los nacionalismos siguen queriendo más porque, si no, no serían nacionalismos. Y en el caso de la autonomía vasca estamos llegando ya al límite de la descentralización. Y cuando Iceta dice que quiere un autogobierno fuerte para Euskadi, porque así España es más fuerte, habría que saber a qué se refiere en ambos casos. Porque un autogobierno más fuerte para Euskadi del que ya tiene, cuando se transfiera lo poco que queda por transferir, ¿qué significaría? Y que España sea más fuerte cuando dentro de su territorio existen unos nacionalismos que pugnan por independizarse, la verdad es que no se entiende tampoco. Un Estado es fuerte cuando todos sus ciudadanos reman al unísono, es lo que piensa cualquiera. Lo que pasa es que en España tenemos una situación que es muy poco comparable con cualquier otra parte del mundo. Ni las de Quebec o Escocia nos valen para entenderla de verdad.
Descentralizar todas las competencias y poner en manos de los nacionalismos un resorte de la unidad del Estado tan básico como es, por ejemplo, la educación, y que ese Estado no se resquebraje en sus cimientos es un experimento que está sirviendo para testear los fundamentos de los estados en la época en que vivimos. La educación, la escuela, junto con el ejército, fueron los argumentos básicos para construir la nación en Francia, por ejemplo, Estado-nación por antonomasia. En España estamos viendo lo que pasa cuando la educación nacional se abandona. De entrada, no podría haber mayor irresponsabilidad nacional que esa. Y, sin embargo, que todavía exista eso que se llama España nos hace pensar que quizás sobrevaloramos la capacidad de los nacionalismos o infravaloramos el peso de la historia.
Hoy la visión del mundo nos entra por canales muy poderosos, al margen de la enseñanza oficial. Y ningún nacionalismo, salvo el de Corea del Norte o el de Cuba, está en disposición de cercenar la capacidad de sus ciudadanos para ver Internet, por ejemplo. Quizás ahí esté también otra explicación de por qué, entre nosotros, los nacionalismos, a pesar de tener en sus manos tantos recursos como hoy tienen, no lo tengan tan claro, sin embargo, como querrían para alcanzar la independencia.
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