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Un par de consejos
La mirada ·
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La mirada ·
Ante un futuro tan incierto, me he apuntado a un cursillo para aprender a hacer fuego. Les aseguro que no es fácilLlega el verano y me gustaría quedarme tirada al sol despreocupada y tontorrona, sin hacer nada, sin pensar en nada, ensanchar el tiempo hasta el aburrimiento, ese tiempo que se me suele escapar, que se nos suele escapar sin que nos demos cuenta, sentir lo ... que duran los minutos, las medias horas y las horas solo mías, solo nuestras, porque andamos por el mundo corriendo con la lengua fuera, una lengua larga, larguísima, como la del 'Anoura fistulata', el murciélago de los Andes ecuatorianos que tiene la lengua más larga de todos los mamíferos conocidos en relación al tamaño de su cuerpo. Tanto es así que, para poder ir por el mundo con el colgajo ese, se la traga y la lleva doblada en la caja torácica.
Y es que trabajamos deprisa, comemos deprisa, dormimos deprisa y amamos deprisa. Somos corredores de un perpetuo encierro de San Fermín, perseguidos por morlacos con caretas de trabajos urgentes, vacaciones apretadas en tiempos minúsculos y mil actividades que creemos indispensables, mientras un surtido fiesta de malas noticias ahora nos va atropellando.
Las noticias malas están llegando una tras otras sin darnos un respiro: precios desorbitados del gas, de la gasolina, del pan nuestro de cada día, y hay más: la última que he leído dice que cuatro civilizaciones de alienígenas hostiles están vigilando la Tierra preparadas para la invasión. Supongo que entienden que se me pongan los pelos como escarpias.
En fin, que estoy a punto de gritar: «Paren el mundo que me bajo», la frase que nunca dijo Mafalda. Así que este verano el sueño de quedarme tirada al sol sin hacer nada, sin pensar en nada como una lagartija gandula, no se va a producir, pero lo cierto es que de algún modo tengo, tenemos, que hacer acopio de energía. La vamos a necesitar en el invierno que se nos avecina.
Y es que después de la pandemia y la guerra en Ucrania nos saluda la inflación y lo que nos espera es el bolsillo a dos velas, más y más velas para iluminar las noches de invierno rebozados en mantas, gorros con orejeras y la nariz morcillesca por el frío, aseo con aguas gélidas los valientes y a lametadas de gato presumido el resto de la tropa y, de menú, un día sí y otro también patatas cocidas o boniatos.
Pues aquí va mi primer consejo. Ante un futuro tan incierto, me he apuntado a un cursillo para aprender a hacer fuego. Les aseguro que no es fácil, la cosa tiene mucha más coña de lo que se podría pensar. Y esto he aprendido: podemos hacer fuego utilizando dos palos, lo que se llama calentamiento de madera por fricción, o bien produciendo chispas entrechocando una piedra dura, como el pedernal o el sílex, contra otra rica en hierro, como la marquesita o pirita. En este caso hay que dejar que la chispa obtenida caiga inmediatamente sobre alguna materia altamente combustible, por ejemplo, cabellos, hojas secas, estopa, viruta de madera, paja o algún tipo de yesca natural, como el carpóforo del hongo yesquero, 'Fomes fomentarius', o la médula de ciertas plantas como la cañaheja, 'Ferula communis'. El método tiene garantías, se utilizaba ya con éxito en el Pleistoceno. También se puede hacer fuego con una lupa, un preservativo lleno de agua o una lata, pero eso ya lo dejo para otra ocasión.
Segundo consejo. Hace unos días una noticia me levantó el ánimo. Resulta que una compañía sueca va a resucitar el zepelín, los dirigibles de hace cien años, y en 2023 realizará el primer vuelo de pasajeros al Polo Norte en ese globo aerostático relleno de helio. Digo yo que, si conseguimos llegar a esa fecha más o menos con bien, cuando las cosas se pongan muy feas, el zepelín se podría convertir en una moderna Arca de Noé, donde un puñado de elegidos, junto a parejas de distintas especies de animales, semillas de todas las plantas y verduras que conocemos, móviles, tablets, ordenadores, podríamos salvarnos y salvar a la Humanidad de la extinción.
Háganme caso, cojan su billete cuanto antes, luego puede ser demasiado tarde, solo cuesta 90.000 euros. El sol de julio sonríe muy triste.
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