La más compleja cumbre del clima
Las sucesivas crisis han reducido el capital político invertido en las negociaciones para frenar el calentamiento global
lara lázaro touza
Domingo, 13 de noviembre 2022, 00:05
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lara lázaro touza
Domingo, 13 de noviembre 2022, 00:05
La cumbre del clima de Sharm-el-Sheij (COP27) es la tercera seguida que se celebra en condiciones realmente difíciles. En 2019 España fue la anfitriona inesperada de la COP25, tras las protestas sociales en Chile. 2020 trajo la pandemia y, con ella, un año ... en blanco. En 2021, todavía en pleno azote del coronavirus, Glasgow acogía la COP26 en la que, por fin, se cerraba el libro de reglas del Acuerdo de París. Crecía también el grado de ambición climática al actualizarse de facto el objetivo de limitar el aumento medio de las temperaturas a 1,5 grados. Se acordaba la eliminación de los subsidios 'ineficientes' a los combustibles fósiles y la reducción del uso del carbón.
Se presentaba una pléyade de compromisos: sobre el metano, la protección de los bosques o el fin de la venta de vehículos con motor de combustión interna. António Guterres anunció, además, la puesta en marcha de un grupo de alto nivel para la elaboración de estándares transparentes y robustos para evitar el 'blanqueo' (greenwashing) de compromisos climáticos de los actores no estatales para alcanzar las emisiones netas nulas.
No obstante, quizá la concatenación e interacción de las crisis actuales lleven a 2022 a ser el año de la COP más compleja. La confluencia de las crisis energética y alimentaria, los altos niveles de inflación y de deuda, con perspectivas económicas en deterioro y la invasión rusa de Ucrania como telón de fondo, han reducido sensiblemente el capital político invertido en las negociaciones climáticas internacionales.
Las ausencias de Xi Jinping y Narendra Modi, y la llegada de Joe Biden a tras las elecciones de medio mandato indican que el foco político de algunos de los grandes emisores está en sus propios países. Con las reglas del Acuerdo de París cerradas -con flecos pendientes- serán la implementación, el aumento de la ambición, la adaptación y la solidaridad (en forma de financiación climática internacional y en lo relativo a las pérdidas y los daños) algunos de los temas que centren buena parte de las negociaciones. Las COP están abocadas a convertirse en garantes de los compromisos climáticos robustos.
Antes de llegar a Egipto, la ciencia del clima nos dejaba claro que, de no acelerar de manera significativa nuestros esfuerzos en la reducción de emisiones, nos adentraremos en un futuro climático más hostil, especialmente para los más vulnerables. Hemos vuelto a tener un verano de eventos meteorológicos extremos que no se circunscriben a un solo país. Las olas de calor en pleno otoño, los incendios que arrasan cientos de miles de hectáreas o países como Pakistán, anegados por inundaciones nunca vistas, se antojan el preludio de una nueva 'normalidad' climática si nos instalamos en la acción insuficiente. A pesar de las advertencias de la ciencia sobre los impactos del cambio climático y de la existencia de soluciones para hacerle frente (apuesta por las renovables autóctonas, reducción de las tasas de deforestación, sustitución de los combustibles en sectores industriales, entre otras), las negociaciones previas a Sharm-el-Sheij partían de una situación de déficit de ambición y de solidaridad.
Desde 1990 y a pesar de las veintiséis COP precedentes, las emisiones han aumentado en más de un 50%. Si cumpliéramos con nuestros compromisos (los NDC, Nationally Determined Contributions) nos situaríamos en un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero en el entorno de un 10,6% en 2030 frente a los niveles de emisiones de 2010, equivalente a un 0,3% con respecto a los de emisiones de 2019. Frente a estos compromisos, la ciencia del clima indicaba que para tener una probabilidad del 50% de limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados las emisiones en 2030 deberían ser un 43% menores que las de 2019. El aumento en la ambición comprometido en Glasgow no se ha materializado.
La adaptación no está siendo simétrica entre países ni transformadora en lo relativo a su potencial de reducir los impactos del cambio climático. Además, corremos el riesgo de caer en la tentación de la 'maladaptación'. Acciones como aumentar el uso de los aires acondicionados reducen el impacto de las olas de calor a corto plazo, pero aumentan las emisiones y los efectos del cambio climático. Es urgente establecer un Objetivo Global de Adaptación.
Conscientes de las limitaciones en la mitigación y en la adaptación, los mayores emisores históricos, EE UU y la UE, llegaban a Egipto con planes de implementación de sus compromisos. El Pacto Verde Europeo y el paquete de implementación Objetivo 55 se unirán a los más de 23.000 millones en financiación climática internacional comprometidos para 2021. EE UU ha aprobado el mayor paquete climático de su historia con el Inflation Reduction Act, aunque sus promesas de fondos no se han cumplido. La UE debe no obstante pensar en qué pasará con el Pacto Verde tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2024. Washington, por su parte, se juega la confianza de la comunidad climática.
La financiación internacional está lejos de alinearse con los objetivos climáticos, y esta es la piedra angular de la COP27. La promesa de que las naciones avanzadas transfiriesen 100.000 millones de dólares al año a los países en desarrollo a partir de 2020 no se ha cumplido. La brecha entre compromisos y transferencias ascendía a 16.700 millones de dólares en 2020 según la OCDE. Además, las inversiones en mitigación deben multiplicarse por entre 3 y 6 hasta 2030 para limitar el aumento medio de las temperaturas a 2 grados. La financiación de las pérdidas y los daños amenaza con tensionar una vez más las negociaciones climáticas. La chequera de los países desarrollados tendrá que ampliarse a las pérdidas y los daños aunque sin aceptar responsabilidad histórica en particular de EE UU y de la UE. La cuadratura del círculo.
El análisis sobre la acción climática global a corto plazo no arroja resultados positivos de cara a la COP27. No obstante, este momento de crisis sistémica quizá sea recordado como aquel en el que por fin aceleramos la transición hacia un mundo de emisiones netas nulas al ser conscientes de que la alternativa, no actuar de manera acelerada, pone en peligro el mundo tal y como lo conocemos y supondrá perder oportunidades en la economía del futuro.
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