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Esta semana pasada, cada semana, también lo será la próxima, porque las semanas vienen siendo muy iguales desde hace unos años, hemos asistido a otra ... ocasión en la que el dogmatismo más severo se ha hecho un hueco en la actualidad para explicarnos, para intimidarnos, para empequeñecernos por nuestros errores y nuestras debilidades.
Ha vuelto a ser desde el ministerio de la censura, el ministerio del bien pensar, el del bien hacer y mejor proscribir, el ministerio que aspira a la igualdad, a la igualación, a la aplanación y, como éxito final, a la alienación, que es la pérdida de nuestra identidad y de nuestros sentidos.
El ministerio de la igualación es el que gasta nuestro dinero en regañarnos, en advertirnos de nuestros pecados, de nuestros pérfidos pensamientos, de nuestras faltas de palabra, obra u omisión; es, en definitiva, el que nos alerta de que nuestra naturaleza es mala, y si no la contenemos nos arrastra a divertirnos con chistes soeces, con comentarios groseros, con alusiones impropias alusivas a los senos femeninos y a los sujetadores y a los saltos de cama, que son cosas de las que la gente 'progre' no debe hablar y, mucho menos, reírse.
Qué sucio ha de estar el mundo para quien lo ve con los ojos sucios. Qué hecatombe de nalgas y escotes, qué cataclismo moral de impertinencias, de procacidad, de impudicias. Cuánto trabajo para quien se ha propuesto atajar tanta indecencia. De muy poco dinero dispone un ministerio con semejante tarea ante sí. Qué difícil acabar con el instinto lujurioso que todo lo impregna, que hace que los hombres vean a las mujeres con apetito sexual, con lascivia y, digámoslo, con ánimo de apareamiento.
Quienes aspiran a instruir, a formar, a educar en el ideario mojigato, en el lenguaje ministerialmente autorizado, no se enfrentan a una moda, a un viento tórrido y ocasional, a un bebedizo embriagador sino que se enfrentan a la conducta humana, a esa perversidad natural que hace que los hombres deseen aquello que tienen las mujeres y de lo que ellos carecen: Y viceversa.
Y mientras en el ministerio se afanan en difundir su interpretación LGTBI de la virtud, hay medios de comunicación que, ajenos a este objetivo social, excitan otros instintos, los expresan sin rubor y aprovechan la debilidad humana para llamar la atención de sus consumidores. Qué decepción.
Por eso, el ministerio de la igualación ha emprendido una campaña para advertir de las conductas impropias de determinados líderes mediáticos. Y ahí está la cosa. El ministerio de quien se ampara en su condición de mujer para no ser criticada (toma machismo) ha escogido fragmentos protagonizados por determinados personajes para intentar ponerlos en evidencia, pero, no puede ser casualidad, ha señalado a los mismos personajes que ya habían sido condenados en las redes sociales por su disidencia ideológica de la izquierda gobernante.
Es aquí donde el dogmatismo del ministerio y del Gobierno desvelan su verdadera intención, que es la de devaluar el prestigio de quienes no comparten su estrategia política, censurar arbitrariamente.
De otro modo, no es posible seguir el hilo a los de este ministerio. No puede ser que entre los objetivos que quieren erradicar por machistas esté el que un presentador pregunte a una modelo de ropa interior qué ropa usa para acostarse y, sin embargo, se califique de «piropo muy bonito» que le digan a la señora ministra que tiene «el coño como esta mesa de grande» (la mesa tenía como unos dos metros cuadrados). Añadidamente, entre los propósitos de la ministra estaba el de prohibir los piropos, pero, entonces, ¿cómo pueden ser bonitos? ¿Quién decide si el piropo es bonito?
Es la arbitrariedad la que se enseñorea sobre ese ministerio, una arbitrariedad adolescente en una velada de campamento, un aguacero de ocurrencias utópicas y distópicas, un alud reversible que sube y baja de la montaña según conveniencias, impulsos, escalofríos y, sobre todo, empatías. Ya no se sabe cómo acertar. No es posible saber de antemano si lo que procede es considerar que las diferencias entre hombres y mujeres son fruto del heteropatriarcado o si lo prudente es considerar a hombres y mujeres como seres tan distintos como las aves y los peces, como el paté y los frijoles.
El ministerio de la igualdad no ejerce para evitar injusticias (en eso vamos a peor) sino para enseñarnos la emocionalidad de la política, para explicarnos que en el final de cada decisión hay un estímulo personal, un impulso irracional, tal vez atávico, un trasfondo afectivo, tal vez tierno, tal vez inflexible. En fin, que antes las cosas se hacían «por sus cojones» y ahora se hacen porque «tiene el coño como esta mesa». Un éxito de la paridad.
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