A veces, estando bien, tentamos a la suerte para ponernos mal. Cuarenta años de España de las autonomías y la política regional sigue viéndose como instrumento para escalar el poder tenido por verdadero: el nacional. Estaba bien la derecha castellanoleonesa, gobernando a sus anchas con ... un socio menor, casi extinto, con los competidores de su campo reducidos a la mínima expresión y los localismos todavía en fase de movimiento social. Pero no, había que escenificar el cambio de ciclo para animar no a los castellanoleoneses, sino a los españoles, a que contribuyeran cada uno en su momento a llevar en andas a Casado a La Moncloa, estación termini del cursus honorum patrio, el de toda la vida de Dios. Y, jugando en territorio propicio, se atisbaba una operación sin riesgos que frenaría el mayor problema de los conservadores: el fuego amigo, la compañera de partido Isabel Díaz Ayuso y los debates todavía especulativos sobre qué hacer con el ascenso de la extrema derecha en España.
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Así que acudieron al viejo truco de la contrarrevolución defensiva. Armaron una operación de riesgo para el Gobierno de Mañueco: su hipotético desplazamiento por una mezcla de agua y aceite, de socialistas y supervivientes del partido Ciudadanos. Un contrafactual imposible, como la supuesta pinza andaluza entre PSOE y Vox que ayer se manejaba como excusa para adelantar las elecciones y que hoy, visto lo visto, desaparecerá como ocurrencia. Previendo lo irreal y especulando con resultados óptimos que les despejaran el terreno, se echaron al monte electoral.
El parte de daños no deja títere con cabeza. Para empezar, se fuerza y acelera la extinción de algo parecido a un centro político, posible fiel de balanzas de haberse creído alguna vez que eran lo que decían: liberales. Ciudadanos pasará a la historia como la peor pérdida de tiempo, energías y expectativas políticas nunca vista. Al contrario, su gran contribución al liberalismo consistirá en ser partido puente para que sus votantes pasen de una derecha moderna a la derecha caníbal tras tontear con la abstención o con el propio Partido Popular. A cambio, y para llenar ese hueco, la España irredenta que siempre tuvo en Castilla La Vieja su refugio -¡qué ingenio el de Abascal recuperando la añeja denominación! ¡y cuánta semántica entraña!- ha cambiado con sus votos a liberales educados por rancios ciudadanos encabronados con Barcelona, Madrid y hasta con Valladolid (y todo lo que representan). Ahora los estrategas del PP pondrán a prueba su ingenio: incorporar a la derecha extrema a su pacífico y aburrido Ejecutivo, gobernar en el alambre con mayoría muy minoritaria o convocar nuevas elecciones aduciendo la amenaza nuclear de alguna potencia hostil. Un pan como unas sagradas formas.
Enfrente, la melancolía. La superioridad moral de las izquierdas sigue atrincherada en el cordón sanitario respecto de Vox y en la amenaza estimulante para sus huestes que supone cada crecida de esta formación. Mengua sus fuerzas el partido principal del Gobierno en un desangrarse lánguido pero contable: casi 100.000 votos menos que antes, pero a solo 15.000 de los populares, lo que les sirve para tildar de pírrica la victoria de estos. Hay un chiste formidable de yanquis y rusos en la Guerra Fría que acaba denominando subcampeón al último en la carrera entre los dos y penúltimo al ganador de esta. Pero, cuanto más a la izquierda, más superioridad moral, de modo que la izquierda extrema, reducida a la mitad su músculo -un procurador en lugar de dos-, se pasará la semana admonizando a propios y extraños sobre lo que hay que hacer: evitar a Vox, hacer como si no hubiera 212.000 ciudadanos castellanoleoneses que han votado esa marca.
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De paso, como viene sucediendo en toda España, las candidaturas localistas recogen el descontento por el mal funcionamiento del sistema y la ventaja de poder negociar mejor que las demás prerrogativas para su territorio. Todo ello, además, y al margen de su variopinto carácter ideológico y aspiraciones concretas, dibuja un cuadro centrífugo que amenaza con la implosión del país a cada elección. Candidaturas localistas que, como en toda España, se nutren en este ciclo político de la chicha progresista.
Sumadas una y otra izquierda son menos que los escaños populares. Lo que no les invita a una reflexión imaginativa y arriesgada modelo alcalde vallisoletano: evitemos que Vox cobre protagonismo adquiriéndolo de alguna forma nosotros. Rescatemos la política gestada entre quienes no cuestionamos el sistema. Procedamos al cordón sanitario, pero posibilitando con nuestra disposición a algún diálogo que pueda funcionar la política. Vade retro! Anatema. Mejor será la deriva doctrinaria y perezosa que lleva a izquierdas y a derechas democráticas a ni tratarse. La solución es negarse la condición de competidores, de alternativa. Así frenaremos la siguiente ola de la derecha extrema… como se viene demostrando.
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