Muy larga sería la carta que yo podría escribir a mi maestro, pero será mejor que hoy haga uso del argumento de autoridad y sean dos figuras señeras las que hablen por mí. Sirva de homenaje y agradecimiento a quienes se han dedicado con entusiasmo ... a la noble tarea de educar, de abrirnos al saber, de transmitir conocimientos, de hacer generaciones futuras mejores que las anteriores. A quienes lograron que sus alumnos les superaran, que debería ser la máxima de todo gran magister, el maestro. Gracia y honor a quienes abrieron nuestras mentes a la luz del conocimiento, a quienes nos hicieron amar la sabiduría.
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Dicen que es la única carta de agradecimiento que Albert Camus contestó con motivo de ganar el Premio Nobel en 1957, a su maestro.
«París, 19 de noviembre de 1957. Querido señor Germain: Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza, no habría sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus».
Cuando Unamuno es nombrado rector de la Universidad de Salamanca en 1900, a los 36 años, recibe una carta de felicitación de don Sandalio Benito, su maestro de escuela en Bilbao, en la que le habla de usted. Así le contesta el vasco más universal:
« (…) jamás podré olvidar que fue usted, en aquella escuela de la calle del Correo, para mí tan preñada de recuerdos, quien me guió en mis primeros pasos por el saber humano. Pocas cosas me satisfacen más que el llevar mi infancia tan a flor de alma, tener tan frescos y vivos los recuerdos de mi niñez. Allí, en aquella especie de buhardilla, bajo aquellas vigas del techo, soñé, viví y aprendía a leer, escribir, contar y aun sentir. Es usted, mi querido don Sandalio, uno de los hombres a quienes más debo; va usted entretejido en los recuerdos de mi infancia, destacándose en ellos con relieve.(…) Y en todas esas peregrinaciones por el campo del pensamiento y de la vida, sí, jamás he olvidado a mi bochito, a Bilbao, jamás he olvidado a mi don Sandalio. (…)
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Por Dios, don Sandalio, por Dios, tratarme de usted a mí, a mí, a Miguel, a quien ha cogido de seis o siete años para iniciarle en el camino de la educación. No vuelva usted a hacerlo, se lo ruego. Yo soy siempre el mismo; no cambiaría nunca (rectorado y otros honores) al Miguel que usted conoció en su escuela, al que aprendió allí a quererle con filial cariño. Créame que al escribir estas líneas se me asoman las lágrimas a los ojos; al pie de la letra, no es retórica. Parece resurgir en mis ojos toda la niñez (...).
Yo salí de ahí, me eché al mundo, bregué aguijoneado por el apetito de prestigio y fama, y usted se ha quedado forjando espíritus infantiles, ayudando a hacer hombres, atento a la tarea más fructuosa, más íntima, más noble y a la vez la más abnegada, porque es acaso la que menos verdadero reconocimiento encuentra.
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Usted ha iniciado a generaciones en el camino del saber. Con toda la resonancia que pueda alcanzar mi nombre, jamás, creo, será mi labor tan íntima, tan profunda como su oscura y santa labor. Dios se lo premiará en todo lo que vale.(…) Y ahora, mi querido maestro, un abrazo fuerte, muy fuerte, de Miguel, del antiguo Miguel, del que usted sacó a la vida del pensamiento, de quien no quiere que le trate con reverencia su primer maestro. Y excuso añadir que si alguna vez puedo en algo servirle desde el rectorado no será más que un acto de obligado afecto. Sus deseos serán para mí órdenes. Y otro abrazo. Salamanca, 30 de octubre de 1900».
Se podrían escribir otras palabras, pero raramente superarían el testimonio de estos dos grandes pensadores.
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