Hoy me han dado una buena noticia; bueno, la oncóloga la ha definido como excelente. Es excelente», ha añadido, queriendo darme más entusiasmo y alegría; ella no sabe que yo rarísima vez exteriorizo mis sentimientos personales. Pero sí. Ha sido una excelente noticia. Mi oncóloga ... dice que no hay trazas del cáncer, que todos los ganglios están limpios, que todo está bien. Mi mujer insiste: ¿todo, todo? Sí, todo, todo, contesta la doctora. No nos dice, pero los dos sabemos que a este bicho se le ganan batallas pero nos queda una larga guerra.
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Tengo cáncer de vejiga y es la mejor noticia que me podía dar. Llevo casi un año de calvario para llegar a este día. Supongo que empiezo como todos. Pienso que es una infección, me recetan antibióticos, pero nada, no se va. Y termino en Urgencias de Osakidetza. Parece algo más serio y me dicen que solicitan de forma urgente un TAC en el especialista de Durango.
Es finales de octubre de 2021, estamos en la tercera o cuarta ola, no sé, y también me detectan positivo en covid. En esa época Osakidetza ordena un confinamiento de diez días. Y sí, me llaman en pocos días y me citan para dentro de dos o tres para hacerme el TAC. Dos días más tarde, una voz anónima me vuelve a llamar y me dice que, ya que me han detectado covid, se anula la cita y me convocarán por escrito en diciembre o enero. En ese momento soy expulsado del sistema y paso a engrosar el batallón de los 'caminantes blancos' que intentamos cruzar el muro que rodea Osakidetza.
Mi enfermedad empeora cada semana. Decido acudir a un centro privado para hacerme un TAC y el doctor de forma escueta me dice: «Tienes un tumor muy feo, cinco centímetros en la vejiga». En Osakidetza aceptan el diagnóstico y me dicen que es necesario hacerme una intervención. Que ya me avisarán. Y comparto la experiencia con miles de pacientes 'no covid', una impotencia total. La imposibilidad de entablar una relación directa entre paciente y servicio médico.
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Osakidetza se ha convertido en el castillo de Kafka defendido por una burocracia invisible. Deja de ser material para pasar a ser digital. Ni el castillo de Kafka tiene un muro tan infranqueable. Miles de enfermos 'no covid' hemos sido silenciados y olvidados fuera del sistema. El 'vuelva usted mañana' de Larra se ha convertido en 'ya le vamos a avisar' digital. La pandemia ha sido el tiempo duro para los enfermos covid y la oscuridad y el olvido para los enfermos 'no covid'. Durante este tiempo solo mi médico de cabecera intentaba aliviarme, me llamaba, pero poco podía hacer. El servicio de Urgencias se convierte en refugio precario y temporal.
Decidí hacerme la intervención fuera del sistema de Osakidetza. El 12 de enero, un buen profesional me extirpó el tumor. Y volví a tocar la puerta de Osakidetza. Y sí, esta vez me abrieron y comienza otra historia.
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Y lo primero es cómo decirlo. No es como llamar a los amigos y decir «me he roto el brazo en una caída», es otra cosa. El cáncer no es solo una enfermedad, es también un tabú. Hasta finales de diciembre no dije nada a mi familia, y antes a muy pocos amigos. Solo sabes que muchos a tus espaldas murmuran: «Ese tiene cáncer». Pero pronto se normaliza, todos lo saben y tú sabes que todos lo saben.
Mi familia reaccionó como un resorte. Más que familia, lo mío es una tribu. Todos querían aportar algo. Y comenzaron los proveedores de comida casera; del caserío, leche de oveja y quesos, y cada hermano-hermana algo diferente: cuajada, arroz con leche, caldos y purés, croquetas… De todo. Hasta tengo un sobrino nieto de 11 años que me hace magdalenas para desayunar. Menos mal que mi mujer ha tomado el control y organiza los flujos de solidaridad familiar, y no solo. En realidad, se ha hecho cargo de todo. Un hermano al que todo le parecía poco me decía: «Zer gure dok, zer gure dok?». «¿Qué quieres, qué quieres?». Y surgió de repente un recuerdo clavado en el cerebro infantil. «Tráeme agua del Pol-Pol», le contesté. Agua muy metalizada de ese manantial que surge a los pies del Anboto. Desde entonces bebo dos litros de agua del Pol-Pol cada día.
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Y no me olvido del servicio de Oncología que me atiende, la médico, las enfermeras y las auxiliares, todo está pautado, parece un sistema fordiano, cada quién hace lo suyo y nosotros somos los pacientes. La mayoría, personas de edad, pero me sorprende que también hay jóvenes de 25, 40 años. Todos nos tumbamos en silencio en nuestras butacas. Solo nos saludamos al entrar y nos despedimos al salir. El cáncer es una enfermedad silenciosa fuera como dentro del hospital. Muy de vez en cuando un paciente tiene una reacción adversa. Pero es un sistema que funciona muy bien en su conjunto.
Escribo este artículo en reconocimiento a mi médico de cabecera, al urólogo que me operó y al servicio de Oncología que ahora me atiende. Pero, sobre todo, recordando a los miles de enfermos 'no covid' olvidados y al personal sanitario que, a pesar de los tiempos negros, de trabajar contra su propia institución, no han querido renunciar al juramento hipocrático.
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Y animo a todas las personas que he conocido en silencio en las salas de quimioterapia: todos podemos encontrar nuestra fuente personal de Pol-Pol.
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