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Las cosas claras. Un dictador, con la obsesión de recomponer un imperio perdido, la URSS, agrede a un país independiente, Ucrania, con el objetivo de someterlo. Desde el 24 de febrero Putin invade una nación soberana, no por la lejana perspectiva de que se integre ... en la OTAN, sino por su proximidad a Occidente, el mundo democrático y liberal. Vladímir Putin lo había escrito: «No existe el pueblo ucraniano». Ahora, su autocracia masacra a la 'traidora' Ucrania hasta devolverla a la 'madre Rusia' con una guerra total, asimétrica, de profundas consecuencias. Pero la 'invasión relámpago' resulta más duradera de lo calculado por el agresor del Kremlin. Con una resistencia heroica, al precio de sus vidas, los ucranianos exasperan al tirano demostrando que la armada rusa no les asusta. Zelenski, un antiguo cómico, que no un títere, y sus compatriotas, con martillos o escopetas de caza, persisten en liberarse del mortífero yugo putiniano. Esta guerra marca un hito en el futuro de Europa. La soberanía económica, la afirmación de una Europa-potencia y la construcción de su propia defensa son objetivos a reconsiderar entre los Veintisiete ante las apetencias expansionistas del presidente ruso y el nuevo orden Asia-Pacífico.
Días antes de la ofensiva sobre Ucrania, en una reunión del Consejo de Seguridad ruso, el antiguo presidente Dmitri Médvèdev comparaba la estrategia por activar con intervenciones anteriores. Se trataba de Georgia, país en el que las tropas rusas ocupan el 20% del territorio desde que Moscú reconoció en 2008 dos repúblicas separatistas al final de otro 'ataque rápido'. «Recuerdo muy bien 2008, cuando decidimos reconocer Abjasia y Osetia del Sur», dijo Médvèdev. «Salvamos centenares de miles de vidas. Hoy el riesgo es mayor, hay mucha gente. Sabemos lo que va a venir después. Conocemos las sanciones. Pero sabemos cómo responder. Si somos pacientes, ellos aflojarán y volverán a nosotros para hablar de seguridad estratégica y de estabilidad. Rusia debe reconocer la independencia de las repúblicas del Donbass. La experiencia demuestra que la tensión decae y vuelven con los negocios. 'Ellos' son los europeos y la exposición televisada de Médvèdev denuesta la calidad de las democracias occidentales: se indignan, amenazan, sancionan y pasan a otra cosa…
Esta guerra remueve conciencias. Civiles muertos, el éxodo masivo, las bombas sobre las capitales ucranianas, el terror a que se repitan las calamidades de Chechenia (1999-2009) o de Siria (2011 hasta hoy) quizá rompan la vergonzante expectativa de Médvèdev. «Si el mundo cambia, nuestra política debe cambiar», declaró Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores alemana, al comprobar cómo el Bundestag renunciaba el 27 de febrero a su doctrina 'el cambio por el comercio'.
El canciller, Olaf Scholz, los ministros ecologistas y liberal-demócratas así como los electos cristiano-demócratas abandonaban su pacifismo para reconocer que la interdependencia económica no basta para mantener la paz y la seguridad. La cuarta economía del mundo opta por paralizar el gasoducto Nord Stream 2, suministrar armas a Ucrania, aumentar los gastos militares hasta el 2% de su PIB, reforzar con 100.000 millones la defensa. La misma patronal ha reconocido que los intercambios económicos no pueden ser ajenos al orden mundial. El alcance de estas decisiones es considerable. Berlín está obligado a reconsiderar sus opciones energéticas: prolongación de las centrales de carbón, las nucleares, importación de gas de esquisto estadounidense. Verdaderos sacrilegios, pero todos admiten que 'es el precio a pagar por la guerra de Putin'.
No solo Alemania sale de su zona de confort. Occidente entero está en transformación, planteaba Emmanuel Macron. «Cueste lo que cueste», cada país debe prepararse para serios cambios en su vida cotidiana y en su economía. Su fracaso diplomático frente al mandatario ruso no extingue su contacto telefónico: «Hay que convencerle de que deponga las armas». También apuntaba el presidente francés que «lo peor está por llegar».
Rara vez un acontecimiento exterior había desnudado tantas imposturas. Los apologistas de la identidad nacional, los detractores de la UE, de la OTAN han caído en la trampa putiniana. Hoy buscan desprenderse de sus vínculos con el dirigente del arma nuclear. Europa se ha vuelto peligrosamente vulnerable. Si quiere contar en los asuntos del mundo, debe dotarse de medios. Dos son los avisos. La pandemia de Covid-19 destapó fuertes dependencias sanitarias, industriales, comerciales. La adopción del plan de relanzamiento de julio de 2020 fortaleció la solidaridad europea, una vez sacrificada la inamovible deuda común por parte de Alemania. Sin concluir la crisis del coronavirus, asistimos impotentes al aplastamiento del pueblo ucraniano. Los peligros del 'rearme' europeo se debaten en las democracias liberales; la guerra del siglo XXI la impone Putin. La UE no puede ignorar esta segunda alerta.
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