Un informe de la Cámara de España y el Consejo General de Economistas sobre la evolución de las diferentes comunidades autónomas en los últimos 45 años indicaba en 2021 que el porcentaje del PIB vasco sobre el conjunto español se ha reducido de un 7, ... 8% en 1975 al 5,95% en 2020. Esta cifra coincide con la que Pedro Luis Uriarte ha venido citando en sus conferencias sobre el Concierto Económico, pues ha señalado reiteradas veces que en 1980 el PIB vasco era el 7,47% de la economía española, aunque el Cupo se fijara en el 6,24%.
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El Instituto Nacional de Estadística también refleja esa evolución desfavorable de la economía vasca cuando indica que, desde la implantación del euro, ha tenido un ascenso del 1,34%, mientras que Navarra ha crecido el 1,59% y Madrid el 2,06%. De 1997 a 2020, las empresas vascas han pasado de representar el 5,20% de todas las empresas de España a bajar al 4,44%, según indican los servicios estadísticos de la Seguridad Social.
El Informe de Competitividad del País Vasco, elaborado por Orkestra, refleja que el porcentaje de la exportación vasca sobre toda la exportación española ha pasado de ser el 10,3% al 8,8%. A su vez, el servicio estadístico del Gobierno vasco, el Eustat, ha señalado que la pérdida de sociedades con base tecnológica ha afectado a todos los tamaños de empresas.
A la luz de estos datos, la conclusión inmediata es la de que la Comunidad Autónoma Vasca no ha aprovechado adecuadamente sus recursos o, al menos, lo ha hecho en menor medida que otras comunidades autónomas que disponen de menos competencias. Son cifras que se venían advirtiendo desde hace varios años y que se han acrecentado como consecuencia de las dos últimas crisis, la de 2008 y la del coronavirus.
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Cabría añadir que los elementos comunes con otras comunidades autónomas que han mejorado su posición en España son los mismos, tanto el marco europeo como el español, con el añadido de que se supone que la influencia de la representación vasca en el Congreso le ofrece alguna ventaja competitiva que, sin embargo, no se refleja en las cifras.
Para que Euskadi recuperase el peso en la economía española que tenía en 1980 debería crecer un 20,34% en un solo año, cosa que no parece probable que suceda.
Con esta relación de datos, lo que cabría esperar es que el Gobierno vasco se afanara en ofrecer una explicación razonable de sus causas o, en su caso, una revisión de sus estrategias, que, sencillamente, han fracasado. Sin embargo, cuando esas cifras y otras semejantes se han puesto en un informe y se han presentado a la opinión pública, la reacción del Ejecutivo ha sido airada y ha sido el propio lehendakari quien no ha cuestionado los datos, pero sí ha mostrado su enfado con la «utilización espuria en relación a lo que es la realidad de Euskadi», que se emplea para «desprestigiar a sus instituciones».
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No se trata de un desprestigio de las instituciones, sino de quienes han tenido la responsabilidad de dirigirlas. De hecho, la comparación en la que Euskadi sale mal parada es con otras instituciones de análogo cuño, como son las comunidades de Navarra o Madrid.
La oposición y quienes informan hacen lo que deben, que es advertir de una situación deficiente que tiene unos responsables. La respuesta airada del Gobierno vasco ante datos que no ha sabido refutar es la confirmación de su veracidad.
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Los datos que se vienen observando conducen a pensar que las cosas no se han hecho bien. Cada cual podrá ofrecer una explicación, pero la única que no es válida es la de que es mejor no hablar de estas cosas, que es la que han querido imponer quienes son responsables de esta situación. La evolución insuficiente de Euskadi es notoria y conviene hablar de ello para poder reconducirla.
Apunto dos ideas que, a mi juicio, han influido en ello. El afán de segmentación del mercado (laboral, comercial, profesional) que ha procurado el proyecto nacionalista ha devaluado nuestra competitividad. Como siempre sucede cuando un mercado se divide, quien pierde es el espacio más pequeño; en nuestro caso, el vasco. En segundo lugar, la política económica basada en el incremento del gasto público en lugar de buscar la mejora de la eficiencia del mismo nos ha llevado a que se eleve la presión fiscal hasta el punto de que el pago de impuestos crece más que la renta disponible. La sociedad tiene menos capacidad adquisitiva y las oportunidades de inversión resultan menos atractivas que en otras comunidades.
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Con todo este panorama, cabría esperar que la respuesta del Gobierno vasco fuera algo más constructiva que la de intimidar a quienes cuentan lo que está pasando, pero supongo que calladitos estamos más guapos.
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