El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Estamos en febrero y sigo casi igual. Rebusco noticias buenas aunque sean cursis, tontorronas o muy sabidas, las necesito como el aire. Encuentro una, se me había olvidado: en febrero silenciosamente apunta ya la primavera, florecen los primeros almendros, les brotan incipientes capullitos a las ... rosas y florecen también las violetas y los narcisos, empezamos a vislumbrar la luz tras el duro invierno. ¿Nos pasará a nosotros igual? ¿Volveremos a florecer? Ojalá, porque yo ando por ahí desmoralizada, como alma en pena, mi mascarilla me mira taimada y me dice: «he venido para quedarme, guapa».

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Y es que después de aquella explosión de la prensa a finales de diciembre mostrándonos a bombo, platillo y toques de triunfales trompetas a Bernardina, Felicidad, Rosaura... nonagenarias y sonrientes, poniéndose la vacuna, me remangué el brazo, quería estar preparada para recibir la inyección salvadora, y me he quedado compuesta y sin novio. Yo no dudaba de que, a partir de ahí, llegaban convoyes de vacunas y más vacunas fresquitas y coleantes, los recursos humanos necesarios estaban ya preparados y los pabellones limpios y lustrosos, listos para ser utilizados en una vacunación masiva, en fin, que se iba a actuar con eficacia y eficiencia. Pues resulta que no.

Enero al principio fue un páramo en la vacunación. Y luego aún fue peor; me refiero a la larga lista de políticos, directores de centros hospitalarios, altos cargos de la cúspide militar, entre otros, que recibieron la vacuna ninguneándosela a los ciudadanos a los que les correspondía. Cuatro de esos, alcaldes para más señas, alegaron, no se lo pierdan ustedes, que se la pusieron «¡porque sobraba!». Pero es que a continuación supimos que 250 sanitarios de Gipuzkoa no se habían podido vacunar por falta de dosis, después saltó «el error» de la consejera de Salud referente al hospital de Santa Marina, y lo que nos queda por saber. En fin, otra vez el esperpento trágico de Celtiberia Show. Desolador. Por otro lado el Gobierno central no anduvo a la zaga, dijo que iba premiar a las comunidades que habían administrado más vacunas entregándoles más dosis y castigar a las otras. Es decir, el Gobierno iba a castigar, ¡iba a castigarnos a nosotros, a los ciudadanos!, con un reparto menor de vacunas cuando no le gustaba la estrategia de vacunación de una comunidad y, como un despótico Nerón, como un sátrapa de otros siglos, como un reyezuelo que se cree que la vida de sus súbditos le pertenece, iba a decidir a quién otorgaba más o menos dosis de un medicamento del que depende nuestra salud. Todo eso me ha dejado muda de espanto, indignada, deprimida. Si me lo cuentan, no me lo habría creído. ¿Qué es esto? ¿En manos de quién estamos? ¿Qué está pasando?

El objetivo es acabar con el puto bicho, que los hospitales no se colapsen, que no muera gente

Lo cierto es que, al menos yo, no fui consciente, cuando todo empezó, de que no sufrimos una única pandemia, sino muchas: la vírica, la económica, la de la inexplicable y desbarajustada gestión y, además, como guinda del pastel, la de la falta de corazón y ética de algunos políticos y altos cargos. Porque si esos han sido capaces de rapiñar vacunas, de dejar que pueda morir gente a la que le correspondía la vacuna que ellos se han administrado, qué no harán con nuestros dineros, cuánto despilfarrarán, cuánto se meterán en el bolsillo. Así que me paso el día diciendo: «el Señor es mi pastor, nada me falta». Les aseguro que no es broma, me consuela mucho en estos momentos en que atravesamos un valle oscuro.

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Estamos en febrero, florecen los almendros, los narcisos, las violetas y asoman los primeros brotes a las rosas. Por favor, que alguien se ponga las pilas, que encaucen esto, que paren esto, que nuestros dirigentes sean honrados y sepan priorizar, luego ya seguirán con sus guerritas particulares o lo que les parezca, pero ahora el objetivo es acabar con el puto bicho, que se recupere la economía, que no continúe subiendo el paro, que los hospitales no se colapsen, que no muera gente, ¡que podamos vivir, no sobrevivir!, joder.

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